Se cumple el bicentenario del nacimiento de Franz Liszt, ejemplo perfecto del Romanticismo musical al que siguió una legión de admiradores incondicionales
Hace doscientos años nació de Franz Liszt, alguien que sonará más o menos lejano, menos o más presentes en lo que debiera ser nuestra cultura general y por tanto básica, alguien que, desde estas alturas de dos siglos desde la que lo contemplamos podemos decir que no fue sólo un compositor magnífico y un pianista extraordinario, sino que incluso fue él quien inauguró el fenómeno, tan siglo XX, de fans, y que fue, excusen la audacia, la primera estrella del rock. Bueno, del pop. Lo cierto es que hay una película demencial de Ken Russell, de 1975, en la que se cuenta la vida de nuestro personaje entre mil disparates y con la encarnación aborrecible de Roger Daltrey, de los Who (y Ringo Starr encarnando al Papa), lo mismo se ensaña con el piano de cola o la guitarra eléctrica, hace tonterías con los nazis y finalmente, ordenado sacerdote, se encarga de exorcizar a su yerno, que no fue otro que Richard Wagner. Pero dejemos esa lente distorsionadora y casi alucinógena de la película “Lisztomanía”, para mirar a Franz Liszt como se debe, como merece. A Franz Liszt, genio y superstar.
Postales para un mito
El beso de Beethoven
Para comenzar, diremos que el apellido original de la familia era List, un apellido alemán que para que fuera bien pronunciado por sus paisanos húngaros, transformaron la grafía por la que conocemos, Liszt, aunque en el idioma magiar signifique, simplemente, harina y, el original alemán, astucia. Hijo de un intendente del príncipe Esterhazy, que fuera protector de Haydn, nació en Raiding, entonces Hungría –el nombre húngaro era Doborján- y hoy Austria, siendo encaminado prontamente hacia los estudios musicales. Ya el padre, Adam Liszt, se dedicaba a tocar el cello, como amateur, en la orquesta del príncipe, ante el que el niño Liszt llegará a tocar a sus tiernos 8 años con la esperanza de un patrocinio de sus estudios, algo que sólo le llegaría por la aportación de tres nobles que estuvieron dispuestos a pensionarlo por seis años y en Viena tras oírlo lucirse al piano. Allí empezará el mozalbete a arrimarse a grandes nombres. Fue Carl Czerny su primer maestro, pero también Antonio Salieri, que ya había olvidado la imposible rivalidad con Mozart. Pero si alguien le marcó, fue Beethoven. Liszt contaba que Beethoven acudió a uno de sus primeros conciertos vieneses y le besó en la frente ante el público, consagrándolo como un elegido por quien, todavía, es el dios de la Música. El dato parece ser falso, pero no lo es que Beethoven (en sus cuadernos de conversación queda la mención) lo recibió alguna vez en su casa. Y tal vez ahí llegaría la muestra de interpretación y el beso (imaginamos a Liszt aporreando el instrumento, a Beethoven pegando la oreja o la trompetilla a la madera, conturbado el gesto). De ese conocimiento de Beethoven le quedará una gratitud de por vida. Prematuramente maduro, el siguiente paso será París. Y allí, una fama que jamás le abandonará.
Liszt por Henri Lehman, 1840
Tras labrarse un mediano nombre en conciertos en Alemania y Austria, residirá en París desde 1823 a 1835. Un lugar en el que el rey del piano es Chopin. Pero el joven Liszt no se arredra. Da conciertos que fascinan a los oyentes y que hacen incluso que el frenólogo Franz Gall intente en vano medirle el cráneo para descifrar la clave de sus aptitudes pasmosas, que en 1824 muestra en Londres ante el rey Jorge IV, que al año siguiente lo recibirá en Windsor, año en que estrena en la Ópera de París una discreta ópera en un acto de tema español, “Don Sancho o el castillo del amor”. En 1826, ya con admiradores incondicionales, realiza giras por Suiza y en 1827 por Inglaterra. Es éste el momento, cuando ya no lo necesita, cuando muere su padre. Las últimas palabras que le diga a su hijo, según contará éste medio siglo más tarde, eran “Temo lo que serán para ti las mujeres”. No le faltará razón.
Marie d'Agoult, 1840
Una alumna hija de un ministro, una condesa posesiva, otra condesa casada a cuya boda asistió el rey de Francia son sus tres primeros amores importantes. El de ésta última, Marie d’Agoult, será clave. Con ella, para escándalo público, tendrá tres hijos. Uno de ellos, Cósima, será conocida por casarse con Richard Wagner. Los amores con Marie son intensos y difíciles. Los amigos de Liszt son gente como Berlioz, Chopin, Balzac, Heine o Delacroix. Todos serán testigos de las desavenencias de la pareja escandalosa, de las infidelidades mutuas. Entre escándalo y escándalo, preñez y preñez, recorren Europa, dando oportunidad para que en Italia Liszt se manifieste incluso como un brillante e incisivo periodista. Peero estos elementos escabrosos nada importarán cuando es tan alta la estima, y la fascinación, que le tiene el público.
El demonio de los pianistas
Su amigo, y reticente admirador, Heinrich Heine viene a dar la razón, en una crónica parisina, a quien en las páginas de “L’Osservatore Triestino” lo anunciaba, con ajustado realismo, como “el auténtico demonio de los pianistas”. Escribe Heine: “Que Franz Liszt no puede ser un pianista tranquilo, para ciudadanos tranquilos y dormilones pacíficos, se entiende muy bien. Se sienta al piano arreglándose el cabello varias veces sobre la frente y empieza a improvisar; luego enfurece, por lo general enseguida, sobre las teclas de marfil: plasma un conjunto salvaje de pensamientos elevadísimos, entre los cuales, aquí y allí, las flores más dulces expanden su aroma, de forma que al mismo tiempo uno siente espanto y embeleso, pero permanece el espanto”. Y más adelante, remacha de forma algo tremendista: “Por más que me gusta Liszt, no por ello su música produce en mi espíritu un efecto agradable, tanto más cuanto que yo nací en domingo y veo a los espíritus que la demás gente sólo oye, porque como ya sabe usted, a cada nota que la mano despierta sobre el piano, sube a mi espíritu la correspondiente figura sonora. Todavía tiembla mi corazón al recuerdo del concierto en el que últimamente oí tocar a Liszt [...] él variaba algunos temas del Apocalipsis. Al principio no podía ver con claridad los cuatro animales místicos, sólo oía su voz, sobre todo el rugido del león y el grito del águila [...] Había lizas como en un torneo y se hacinaban alrededor del terrorífico espacio los pueblos resucitados, temblorosos en una palidez mortal”. En 1839, el propio Liszt se refiere a su relación con el piano en términos menos enérgicos, algo más convencionales: “Mi piano es para mí lo que para el marinero es su barco, lo que para el árabe es su corcel; y quizá más todavía, porque mi piano, hasta ahora, ha sido mi palaba, mi vida, el íntimo depositario de todo lo que he agitado en mi cerebro desde los tiempos más ardientes de mi juventud; en él se conservan todos mis deseos, mis sueños, todas mis alegrías y mis dolores”.
Un guateque entre amigos
Es nuevamente a Heine a quien hemos de remitirnos para terminar de sugerir hasta qué extremo de virtuosismo llegó Liszt, a quien se sigue considerando el mejor pianista que los siglos vieran. Tal vez sea recomendable asomarse a youtube y buscar la interpretación que en el Royal Albert Hall el joven Evgeny Kissin hizo, en 1997, de “La campanella” de Liszt (y que a su vez retomó de Paganini).
Evgeny Kissin. Londres, 1997
También pueden confrontar la versión de Yundi Li. Si casi sobrenatural es la exhibición que ahí se hace de la mano derecha, que parece tener ella sola diez febriles dedos, mayor era la capacidad de Liszt, del que el poeta alemán, inevitable aquí, decía: “Un solo hombre, uno de los representantes más extraordinarios de la música, por quien vibra el mundo con un entusiasmo casi enloquecedor. Hablo de Franz Liszt, del genial pianista, cuyas interpretaciones me parecen a veces una melodiosa agonía del mundo fenoménico [...] Con excepción de ese hombre único, Chopin, todas los restantes pianistas que escuchamos este año en innumerables conciertos son sólo pianistas y brillan por la destreza con la que manejan ese trozo de madera provista de cuerdas; en el caso de Liszt, no se piensa en la dificultad superada: una vez desaparece el piano, aparece la música”. Tampoco Robert Schumann puede obviar la grandeza de Liszt: “Liszt me parece cada día más grande, más poderoso [...], hace na cantidad de cosas diferentes a como yo las haría, pero siempre de una manera genial”.
En 1861. Más allá del bien y del mal
En Málaga
Entre noviembre de 1839 y septiembre de 1847, en lo que se conoce como sus años de virtuoso, Liszt actúa en 166 ciudades de 18 países. Una de las 166 es Málaga. Camino de Valencia, entre febrero y marzo de 1845, Liszt recorrió Andalucía, actuando en Córdoba, Granada, Sevilla y Málaga (un periódico rico en minucias musicales, el “Sonntagsblätter” de Viena, recoge en ese mismo año la noticia de que Liszt ha actuado en Málaga. El sitio concreto de su actuación fue el Parador de San Rafael (en el edificio anterior al actual, levantado dos años después del concierto y que es la actual sede de Turismo Andaluz), en calle Puerta Nueva. Los pormenores del programa es algo que escapa a la capacidad de este cronista. Valga, a cambio, aportar el dato de que en nuestra ciudad no se limitó a actuar sino también a componer: el manuscrito de dos de sus Preludios, su poema sinfónico más conocido, el nº 9, “La Terre”, y el 10, “Les flots”, están fechados en Lisboa y Málaga, donde además escribió una carta al violinista belga Lambert Massart, el 8 de marzo de 1845, dándole cuenta de sus múltiples ocupaciones.
Decidido a sufragar un monumento a Beethoven en Bonn con motivo, en 1845, del 75 aniversario del nacimiento del compositor, Liszt emprendió una gira europea agotadora que le hará no sólo abonar una quinta parte del mismo, sino pagar íntegramente la construcción de una buena sala de conciertos allí, sorprendentemente carente de ella. En el homenaje a Beethoven, presidido por los reyes de Prusia y de Inglaterra, participó Liszt con el temor, dijo la prensa, de que la celebración se convirtiera en “un festival Beethoven en honor de Liszt”. La presencia de la escandalosa aventurera Lola Montez al arrimo de un enganche amatorio con nuestro músico contribuyó a un desenlace chusco de las celebraciones. Y a que en el centenario de Beethoven, 25 años después, a Liszt no se le invitara.
El abate Liszt
Instalado, en calidad de Maestro de Capilla, en Weimar desde 1842, allí introducirá y defenderá músicas de otros (Berlioz, Schumann, Wagner) con una generosidad y noblezas inhabituales, a la vez que se vuelca en la orquesta y va abandonando la obsesión por el piano. Son los años de su mejor producción: los primeros doce poemas sinfónicos, el segundo concierto para piano, la sinfonía sobre Dante. En 1861 se instala, por ocho años, en Roma arrastrando su tumultuoso pasado amatorio (debe consignarse que en ese mundo de “groupies” decimonónicas era un deber conquistar a Liszt, que también se dejaba querer; entre las reliquias más codiciadas por las fans que no llegaron a esa intimidad, se cotizaban especialmente las colillas de sus cigarros ). Allí busca del Papa la disolución del matrimonio de su amante Elizabeth Sayn-Wittgenstein, que habrá de esperar tres años a que fallezca su esposo. La toma de hábitos, fruto de las tentaciones religiosas que desde joven tuvo, le privaría de unirse legalmente a su amante. Como una especie de Lope terminal, con las llamas latiendo bajo las ropas talares, transcurrirán sus últimos años, en los que la música sacra concentra, junto a la dirección orquestal, su labor. Mientras tanto, su hija Cósima se había casado en 1870 con Richard Wagner (tras haberle dado previamente tres hijos), de quien Liszt había dirigido “Tannhäuser” en 1849, “Lohengrin” en 1850. Culminado el sueño wagneriano de tener su propio teatro para sus óperas en Bayreuth, allí morirá Franz Liszt el 31 de julio de 1836 a consecuencia de un resfriado mal curado al asistir al estreno de “Parsifal” el día 21. Allí, no lejos del palacio en el que pasará a descansará dos años más tarde Wagner, reposa el cuerpo, que tan amado fue, de quien sigue siendo inmortal. Franz Liszt, superstar.
Artículo publicado en diario Sur el 22 de octubre de 2011
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