Tres obras de Beethoven nutren el concierto “La apoteosis de la danza” de la OFM, en el que brilla la imprescindible Séptima Sinfonía
“No he conocido jamás a un artista más concentrado, más enérgico, más profundo. Comprendo que su actitud respecto al mundo tiene que ser extraordinaria”. Son palabras de Goethe, que fue también, y hasta extremos alarmantes, profundo y concentrado. En cambio, Karl Maria von Weber, lo despachó con un despectivo y conciso juicio: “era un sujeto hosco y repelente”. Joseph Haydn le diagnosticó una inquietante inestabilidad interna: “me parece que usted es un hombre que tiene varias cabezas, varios corazones y varias almas... Creo que se descubrirá en sus obras algo inesperado, insólito, sombrío, porque usted mismo es un poco sombrío y extraño, y el estilo del músico revela siempre al hombre”. Son juicios acerca del artista absoluto, el que no posee un don casi sobrenatural y se abandona a la ligereza del oficio cuando éste se domina tanto como el talento, que es lo que sucedía a Mozart, sino que lucha contra su tiempo, sus circunstancias, sus propias limitaciones, incluso su cuerpo con sus oídos opacos, y que cuando dice que “quiero agarrar el destino por la garganta impidiendo que me abata” lo consigue, porque, según Rafael Argullol, “inmediatamente hay que comprender que él y su música laten con la misma violencia. El artista romántico acostumbra representar un mundo en el que él mismo, mediante su alter ego, el protagonista, se enfrenta al mundo de la realidad”. Es, y aquí tendríamos que quitarnos los invisibles sombreros, Ludwig van Beethoven.
A él se dedica el concierto de la Orquesta Filarmónica de Málaga que, bajo el título “Beethoven. La apoteosis de la danza” tendrá lugar en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes el 18 y el 19 de noviembre. Dirigirá Edmon Colomer un programa beethoveniano en el que cabrán la obertura Coriolano, el concierto para piano y orquesta nº 4 en Sol mayor op. 58 (al piano el libanés Abdel Rahman El Bacha) y la Séptima Sinfonía en La mayor, op. 92. Lo del título del programa se debe a Wagner, que calificó así la séptima sinfonía, remachando con que “es la danza misma en su aspecto más sublime, como si fuese la acción excelsa del movimiento”. Todo en este programa es de altísimo interés. Pero no todo cabe en esta introducción somera. Baste con nombrar la antagonía entre lirismo y tumulto de la obertura Coriolano, la libertad que se otorga al piano en el concierto nº 4, revolucionario y con un movimiento central, “Andante con moto”, que recoge nuevamente una dualidad.
El Allegretto de la Séptima
The Composer's Speech
La séptima sinfonía, que volvió a prestarse recientemente a una aparición fílmica en la destacable película “El discurso del rey”, en la que su celebérrimo segundo movimiento, “Allegretto”, sonaba como fondo del propio discurso, es otra de las cumbres de la cultura europea. Considerada por el propio Beethoven como una de sus propias obras, no fue raro que en sus primeras interpretaciones el público hiciera que la orquesta repitiera ese movimiento, que es de lánguida belleza y que nos lleva por el espejismo de la repetición, acunando al oyente en un vaivén delicioso en su tristeza, pero escoltado, aquí y allá ese pasaje lírico y obsesionante (y otros más sutiles), con elementos y pasajes rítmicos, plenitud de matices y calculadas osadías, estallidos de energía y que dan cumplimiento a lo que Wagner escribió sobre esta obra: “Beethoven vuelve a arrojarse en el océano sin límites, en el mar de su infinito deseo; pero emprendió la tormentosa carrera sobre un gigantesco navío, sólidamente construido; con puño firme tomó el poderoso timón; conocía la meta del viaje; había resuelto alcanzarla... Querría medir los límites mismos del océano, descubrir el continente que debía hallarse más allá del desierto líquido”. El propio Beethoven, más en el espíritu de la danza, expresaría sobre esta sinfonía al acabarla, y sobre sí mismo: “Soy el Baco que da a los hombres el divino frenesí del espíritu”.
Artículo publicado en diario Sur el 12 de noviembre de 2011
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