viernes, 12 de abril de 2013

Epístola primera a los catalanes



En primer lugar, entiéndase por “catalanes” lo que establece el diccionario de la Real Academia, que nombra una comunidad autónoma española. Por lo cual, todos los catalanes son españoles.  Pero (de ello me honro, visto lo visto), no todos los españoles son catalanes. Tampoco me enorgullezco de ser andaluz, dicho sea de paso. Para tener un mínimo, que no lo tengo, de conciencia andaluza, habría necesitado que aquí hubiéramos tenido un idioma propio. Aunque tiemblo ante la idea de gente con sombrero cordobés pontificando sobre “los países andaluces” y trazando mapas de Andalucía con una intolerable raya divisoria y disputando si metemos dentro de ese rayazo el pedrusco de Gibraltar, un pedazo de Badajoz, Ceuta, Melilla, las islas Chafarinas, la de Alborán, el pedrolo de Perejil y otras cuantas insensateces. Podíamos tener en Andalucía, esta Andalucía empobrecida y saqueada por sus propios gobernantes, ere que ere, un idioma que bien pudiera ser el aljamiado (es más correcto usar la palabra aljamía), y tener una doble historia cultural, una doble literatura. Y con los amigos, en ese caso, hablaría mi lengua madre, la de San Miguel de Cervantes, pero sería capaz de hacer algún chiste malo en aljamiado, o de mantener una conversación en esa jerigonza con quien la tuviera de primera lengua. Tendría así una agilidad mental superior (afortunadamente, el uso de dos idiomas extranjeros, y el conocimiento de una venerable lengua muerta, me distancian de la acomodaticia pereza mental), tendría, digo, una fuente doble de la que beber. Una doble alma, casi una vida doble.


Pero en estos días me encuentro con políticos grotescos (disculpad la redundancia) que vuelven a enredar con el catalán y con el español a propósito de la educación, que caldean los ánimos de su parroquia que vuelve a llamar “feixista” a quien no piense como ellos, y agitan las aguas revueltas, que siempre son beneficio de pescadores, predicando la secesión, el fin de la opresión de España y no sé cuántas zarandajas. Lo cierto es que, queridos compatriotas secesionistas, españoles catalanes que no os sentís españoles (pero que lo sois), me producís pena y a la vez risa. Son muchos años de adoctrinamiento, de mentiras, de haceros creer que en 1714 España, puesta entera en guerra contra vuestra región, acabó con la independencia de una nación. Pero no fue así. Y Cataluña nunca fue una nación. Nunca fue un país. Ni tampoco, obviamente, lo es ahora. Al renunciar a vivir desde las dos culturas, desde los dos idiomas, obligados por vuestros políticos, por su relato seductor y falsario, sobre la grandeza de Cataluña, sobre una Cataluña mártir y expoliada, habéis terminado como las hormigas a las que han arrancado al menos una antena (en mi infancia bárbara  arrancábamos las dos antenas para hacerlas pelear a muerte; al arrancar una, el pobre bicho ya empezaba a desorientarse, a moverse raro). Como esas hormigas desparejas, no sabéis dónde estáis, y mordéis a quien con vosotros se roce. Ayer, vía facebook, llamé tonto a un familiar de mi prometida. Hoy escribo para ese tonto y para sus amigos. Estáis viviendo en una tierra hermosísima, cargada de cultura y de historia, construida por españoles (muchos de ellos nacidos en Cataluña, cierto es). Que os revolquéis contra vuestro país (Es-pa-ña) indica el síndrome de la hormiga, la ignorancia de la historia, el cercenamiento de una lengua y una cultura. Algo sé de catalán, y en catalán debería escribir todo esto pues a catalanes se dirige. Pero, qué demonios, escribo para españoles y en español escribo. Cuando digan aquello de “Espanya ens roba” habría que pasearlos por Barcelona (apenas conozco el resto de la región) e indicarles las grandes infraestructuras, construidas para los fastos de 1929 o de 1992 y afirmar “¿Veis esto? Lo pagó España”. Y el resto, ha sido sudor de todo el país el que ha levantado la riqueza catalana. Que en gran parte ha sido llevada a paraísos fiscales por ciertas familias que no son ajenas al grito que llama ladrona a nuestra patria común. Sé que predico en el desierto, que se referirán a mí en términos despectivos y demás. Puro cainismo español. Pura ignorancia tan típica de nuestro país  y de tantas de sus regiones. Estoy por lo que nos une. No por el dinero que siempre será tan discutible y tan voluble. Yo soy tonto, subdesarrollado, todo lo que queráis, mis cómicos y entrañables secesionistas. Pero vosotros seguís siendo tontos. Y españoles.

Saludos,

Virgili Montaner i Rierol

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