Antes de entrar en harina, una vieja historia familiar, brumosa e improbable. Pero cierta. El hermano de una tía-abuela mía, comunista él, se alistó en la División Azul buscando pasarse al presunto enemigo y así comenzar una vida nueva entre los camaradas del Este. Tras un combate especialmente duro, se perdió todo contacto con él, y en breve la familia recibió una notificación dándolo por muerto aunque de su suerte nada se supo. A lo más, medio siglo después, y por pesquisa de un especialista en aquella aventura militar, tuvimos el dato de que, al menos, fue atendido por congelación en un hospital del frente. Hasta ahí ese misterio de un soldado almeriense y desconocido.
La novela de Juan Manuel de Prada juega a eso, a falsas identidades alrededor de la División Española de Voluntarios. Convirtiendo en una amarga novela negra lo que podría haberse convertido, y felizmente se evita, en una novela histórica. Tenemos aquí la historia de un mangante de posguerra al que un mal golpe en un mal día le lleva a huir enrolándose en la cruzada contra los comunistas. De Rusia volverá, con identidad cambiada, a bordo del Semíramis, para comenzar una vida nueva, acomodada, bajo un nombre distinto, con una familia diferente, con un amor nuevo y difícil, con la obsesión de otra mujer de peores tiempos. Para mantener, después de la durísima experiencia del cautiverio, el nuevo estatus, para evitar el regreso al albañal del que salió para convertirse en héroe de guerra, tendrá que matar.
Funciona excelentemente el libro, con sus jerarcas y señoritos de bigotito fino, con sus "falangistillas" convertidos en lacayos del régimen y que olvidan el fervor puro del ideal joseantoniano. Ese idealismo azul, de camisa vieja, lo encarna el veterano Francisco Cifuentes, que encarna el desencanto ante un régimen que no era el soñado por los falangistas de primera hora. El falangista (recuérdese que el título del libro no es sino un fragmento del "Cara al sol": "Me hallará la muerte si me lleva / y no te vuelvo a ver") Gabriel Mendoza, amigo del primero y cuya identidad usurpará el protagonista, representa hasta extremos heroicos el falangismo más caballeresco, habiendo momentos en que parece que más que a Mendoza oímos a Roberto Alcázar viéndoselas, estupendo e insensato de puro sublime, ante los lacayos del Krémlin. La abnegación de Mendoza, poco verosímil, es tal vez el único punto flaco, junto a la villanía maléfica de la "femme fatale" que seduce y doblega a nuestro impostor en Rusia, además de ciertos excesos en la conducta beoda de Ava Gardner, de esta novela brillante e intensa.
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