El subtítulo reza (sí, es chistoso el verbo) "Los credos proscritos del Nuevo Testamento". De su autor ya leí, y disfruté, "Jesús, el profeta apocalíptico judío", lleno de sagaces sugerencias. El sello de calidad se mantiene en este volumen al que pocos reparos pueden ponerse. La lectura, lenta y cuidadosa, pero nunca difícil, permite asomarse a los primeros siglos del Cristianismo para comprobar la abundancia de visiones contrapuestas que de la nueva fe, y de la figura misma de Cristo, confluyeron y lucharon. Las dos primeras partes del libro, "Falsificaciones y descubrimientos" y "Herejías y ortodoxias" se centran en la exposición de las diversas creencias. La tercera, más árida, "Vencedores y perdedores" relata cómo se impuso la ortodoxia que sigue rigiendo hoy día.
Ehrman, en su salsa
Ebionitas, marcionistas y gnósticos ocupan la mayor parte de la atención del autor, con capítulos que casi se convierten en una novela de misterio, como el que estudia el Evangelio Secreto de Marcos y su posible falsificación por Morton Smith. Sólo ese capítulo, en el que Ehrman no es tajante (en mi opinión, se trata de una falsificación ese evangelio que muestra un Cristo homoerótico), justifica la lectura del libro. En el que podemos hallar sentencias inquietantes, con magnífico estilo, como la que, camino de su martirio en Roma, formulara Ignacio de Antioquía: ""Porque si sólo en apariencia fueron hechas todas estas cosas por Nuestro Señor, luego también yo estoy cargado de cadenas en apariencia. ¿Por qué, entonces, me he entregado yo, muy entregado, a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras?".
El grupo gnóstico de los fibionitas, a los que se acusó, quién sabe si con razón, de prácticas sexuales aberrantes y hasta de canibalismo, es quizás la más extrema demostración de hasta dónde podía llegarse, entre otros grupos en confrontación que aquí se muestran, en nombre del hombre que fue también Dios y que hoy, en efigie, pasea por las calles en este Martes que es Santo.
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