Al final, de todas las ilusiones
políticas, más o menos fugaces, más o menos amargas por lo tornadizas, por la
capacidad de las mismas para llevarte a la desilusión, la única que me acompaña
es el sionismo. Entendido como lo que es: el derecho del pueblo judío a
establecerse como nación. Sin que ello suponga expulsar a otro, negar otra
patria. Entendido como acto afirmativo, sin más. En este blog algo he escrito
de Israel y de mi fe en el judaísmo y en el sionismo. Este libro, breve y
conciso, de Joan B. Culla (autor del
modélico estudio “La tierra más disputada: El sionismo, Israel y el conflicto
de Palestina”) sirve para que quien, como suele pasar en nuestra áspera España,
habla sin saber termine sabiendo. Lo mínimo que se puede saber sobre el
sionismo está aquí expuesto, en forma más de recorrido por la gestación del
Estado de Israel desde las sucesivas “aliá” o emigraciones a partir del último
tercio del siglo XIX hasta el final de la guerra que siguió al establecimiento
de Israel en 1948.
Hoy, aquí, ay, decir sionismo es
nombrar una abominación. En cualquier foro al hilo de la noticia más nimia, los
cripto-nazis de derechas o de izquierdas se lanzan a utilizar el término
sionista como si dijeran hijo de puta o algo peor. Es lo que tiene la
ignorancia, lo que tiene el antisemitismo español de siempre, la arrogancia del
desconocimiento. Aunque es imparcial y frío en su exposición, Culla, en la
introducción a este manual, comienza con un tono apasionado que pronto abandona
pero que se hace necesario para denunciar lo que también yo denuncio:
“Sionismo”, “sionista”: para
muchos lectores de prensa de nuestro tiempo, tales conceptos arrastran una
carga profundamente negativa, riman con ocupación ilegal, con represión
implacable, con apartheid, con violencia y militarismo. En los ambientes más
politizados de eso que antes se llamaba la izquierda extraparlamentaria y hoy
designamos como movimientos antiglobalizadores o altermundialistas, las
referencias al “Estado sionista”, a la “política sionista” o al “lobby sionista”
conllevan la misma carga peyorativa y condenatoria que si estuvieran aludiendo
al nazismo hitleriano. De hecho, la equivalencia simbólica entre la estrella de
David y la esvástica nazi ha sido consagrada en viñetas seudo-humorísticas de
respetables diarios, y también en concurridas manifestaciones pacifistas.
Después de todo, ¿acaso una votación de la Asamblea General de las Naciones
Unidas, en noviembre de 1975, no condenó el sionismo como “una forma de racismo
y de discriminación racial”? ¿Qué importa que aquel acuerdo puramente
propagandístico fuese revocado por la misma Asamblea en diciembre de 1991…? ¡Ya
se encargó la tumultuosa “conferencia antirracista de Durban en 2001 de
ratificar la condena!”
El
sionismo (hagan una búsqueda somera en la red: verán cuántos lo demonizan desde
los extremos de la derecha y la izquierda) es simplemente la voluntad de los
judíos de volver a su hogar. Con medios pacíficos cuando fue posible, con
violencia cuando se le respondió con violencia. El recurso a la violencia
cuando no era consecuencia de una agresión propia tiene como manchas la matanza
de Deir Yasin, en abril de 1948, y la voladura del hotel Rey David en 1946. De
todo ello Culla da cumplida cuenta, relatando los orígenes y las consecuencias
de cada hito en la historia del sionismo y del nacimiento del estado de Israel,
sin obviar la torpeza empecinada de los líderes árabes y las maniobras de la
monarquía jordana para pescar en aguas revueltas y obrar en la sombra contra la
llamada causa palestina. En suma, una buena lectura casi obligada y un
aperitivo, si se desea, para abarcar la lectura del otro libro de Culla ya
mencionado.
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