martes, 18 de junio de 2013

Lecturas: El sentido de un final (Julian Barnes)

Hubo un momento, finales de los ochenta o así (miro mi ejemplar de "Una historia del mundo en diez capítulos y medio", segunda edición, 1990) , en que Julian Barnes era un tipo elegante, divertido pero con una elegancia especial, como de Lubitsch o alguien así, que tornaba sus novelas en delicadas disecciones del amor y sus mutaciones expresadas con sabiduría y compasión. Ahora me prestan su última novela, “El sentido de un final”, y compruebo que es el único de sus títulos que falta en mi biblioteca y que era, junto a “La mesa limón” y “Arthur & George”, uno de los pocos que me faltaban por leer. Obviando la experiencia desconcertante de “Inglaterra, Inglaterra”, brillante en su planteamiento pero árida y confusa en la experiencia del lector, Barnes sigue siendo un notabilísimo fabulador, pero hay algo aquí que te hace añorar al que fuera autor de “Metrolandia”.


Es la que aquí reseñamos una novela breve (192 páginas en la edición del Círculo de Lectores), que tiene en común con “Metrolandia”, su primera novela, que tiene forma de evocación, entonces desde la madurez y ahora desde la vejez, de una juventud inglesa que es necesario examinar para comprender el presente confuso. Lo que entonces fue ingenio e incorrección se ha convertido ahora en análisis frío y conciso. Es como si Barnes hubiera cedido su nombre para que lo usara Javier Marías.  Que me gusta también precisamente por eso, pero en Barnes prefiero ese estilo menor, más superficial, de antaño. Copio desde una edición electrónica cazada en la red un párrafo seleccionado al azar:

“Cuando escribí a Adrian, ni yo mismo sabía claramente a qué me refería con lo de los “abusos”. Y sólo lo tengo un poco más claro casi una vida entera después. Mi suegra (que felizmente no figura en este relato) no me tenía en gran concepto, pero al menos fue sincera conmigo, como era en la mayoría de las cosas. Una vez comentó -cuando salió en la prensa y en los telediarios otro caso más de abuso sexual infantil-: “Creo que abusaron de todos nosotros”. ¿Estoy insinuando que Verónica fue víctima de lo que hoy día llamamos “conducta inadecuada”: de miradas lascivas con aliento a cerveza a la hora del baño o de acostarse, de algo más que unas caricias fraternales con su hermano? ¿Cómo podría saberlo? ¿Hubo algún momento primario de pérdida, alguna privación de amor cuando más lo necesitaba, algunas palabras entreoídas de las que la niña dedujo que...? Tampoco puedo saberlo. No tengo indicios documentales ni deducidos de anécdotas. Pero recuerdo lo que dijo Old Joe Hunt cuando discutió con Adrian: que los estados de ánimo podían deducirse de los actos. Esto sucede en la historia: Enrique VIII y demás. En la vida privada, en cambio, creo que lo cierto es lo contrario: que se pueden deducir actos pretéritos de estados de ánimo actuales.”


A eso me refiero, a esa introspección verbosa, abstracta, que puede ser tan profunda como aburrida. Pero el resultado, con todo, y con la confusión que en el lector producen dos giros inesperados de la trama al final de la novela, uno diez páginas antes del cierre, y otro en la penúltima, es notable. Por mucho que fastidie que una de las claves del libro esté, como en esa penúltima página se clarifica, en una frase tan abstrusa como “En consecuencia, ¿cómo se expresaría una acumulación que contuviera las letras b, a1, a2, s, v?” Y es que, como dicen las ultimísimas palabras de esta novela, “Hay acumulación. Hay responsabilidad. Y, más allá de ellas, hay desasosiego. Un gran desasosiego”.

2 comentarios:

  1. vaya,
    este el el libro que me falta por leer de barnes

    los que me cansaron un poco
    fueron "inglaterra, inglaterra"
    y "el puercoespín"

    pero siempre vuelvo a barnes

    gracias por la reseña, me has animado

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    1. El espín me falta, bk, la del england x 2 cansa en demasía. Te recomiendo, por encima de todas, "Metrolandia", que le hubiera gustado a nuestro santo del perpetuo asombro (otro difunto que añoramos).

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