martes, 6 de mayo de 2025

Lecturas: Paracuellos-Katyn: un ensayo sobre el genocidio de la izquierda (César Vidal)

 Vidal me cae mal. Muy mal. Esa meliflua expresión de protestante con intereses económicos no del todo claro, sus peleas con Jiménez Losantos, sus bochornosas intervenciones recogidas en Youtube en las que asume el papel y los cometidos de un telepredicador enloquecido y falsario. Véase:




Aclarado esto, he de reconocer que junto a una desaforada grafomanía, el tipo aparentemente sabe de lo que escribe. O al menos sabe sacar partido de la bibliografía o de los recursos disponibles en la red. En este libro, poco aporta y mucho informa. Que Carrillo fue un criminal de guerra todos lo sabemos, y excepto los de su cuerda, lamentamos que muriera de viejito sin haber pisado no una checa sino una cárcel de la democrática y domesticada España. Que Stalin fue el mayor hijo de puta que conocieron los siglos es también algo que tampoco merece la pena repetir.

Aquí, sin la brillantez ni el rigor expositivo de, digamos, Julius Ruiz (ni tan siquiera de Jiménez Losantos), Vidal ofrece un paralelo entre dos de las mayores matanzas de prisioneros políticos del siglo XX: la matanza de Paracuellos del Jarama, ocurrida en las afueras de Madrid en 1936 y la masacre del bosque de Katyn, perpetrada por la NKVD soviética en 1940. Como si hiciera falta insistir en ello, ambos crímenes fueron silenciados por razones ideológicas mereciendo ambos el mismo tratamiento en términos de memoria y justicia.



Como él mismo dice, “Lo grave no es que se hable de los crímenes del franquismo. Lo intolerable es que se silencien los del Frente Popular”. En la primera parte, describe, tras un prescindible repaso de las ideas de Marx y de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE, no el tabernero cavernario homónimo), el desarrollo de las matanzas de Paracuellos. En la segunda, casi con desgana, la de Katyn olvidando, por ejemplo, los intentos de camuflaje comunista de aquel horror, de cómo con documentos falsos se intento vender que la autoría era nazi. Un título básico como el Mackiewicz (tengo la primera edición, de 1960) lo demuestra.

 

Tras la que, en rigor, fue “la primera gran matanza sistemática de prisioneros políticos en la Europa occidental del siglo XX” de la que fueron culpables, en nuestra áspera España, tanto altos mandos del Frente Popular como asesores soviéticos, señalando la voluntad de “silenciar Paracuellos para no empañar el mito fundacional de la izquierda democrática” y desbarrar aquí y allá, en lo que acierta Vidal es en que “No se trata de abrir heridas, sino de cerrarlas con verdad y justicia para todos”. Amén (que diría no sé si él, pero sí yo como católico y anticomunista confeso). 

domingo, 4 de mayo de 2025

Lecturas: Revolucionario. Cómo conservar tu cabeza en el París de Robespierre (Daniel Muñoz de Julián)

Todo es deleitable en este libro, incluso el tacto de sus cubiertas, las guardas ilustradas con la cabeza cortada de Luis XVI, el formato, las ilustraciones, el planteamiento, las ilustraciones, el estilo. Todo.




No es un libro para lectores curtidos, sino para asomarse al cataclismo que fue aquella revolución de la que, querámoslo o no, somos hijos. Aquí se toma como pretexto que un mozalbete del que poco sabemos excepto su nombre y procedencia, Jules Levasseur, de Auvernia, sus ganas de participar en la revolución, se acoge a la hospitalidad y los consejos del actor Simon Chénard, del que conocemos su atolondrada simpatía con los revoltosos al haber posado para Boilly ataviado como sans-culotte en la fiesta de la liberación de Saboya del 14 de octubre de 1792. Chénard le da cobijo y lo pone al día de los acontecimientos y lugares de París asociados a los mismos.



Sirva el dato de que Chénard sobrevivió a sus veleidades y murió en 1832 bajo otra monarquía y tras pasar por la etapa de Bonaparte. Bien por él. El locuaz Chénard hace arrancar su relato el 20 de mayo de 1793 cuando ya Luis XVI ha sido decapitado pero aún no María Antonieta. Con buen pulso, Daniel Muñoz de Julián nos sumerge en la peligrosa atmósfera de una ciudad a la que aún no ha llegado al frenesí el Terror y Robespierre aún no ha llegado a hacerse con el poder. Por entonces, la Convención Nacional está fragmentada entre girondinos y jacobinos, y la guillotina ya está funcionando aunque no con la voracidad que no tardará en alcanzar. Desde las Tullerías a los clubs o la Convención, Chénard orienta a su pupilo, le desarrolla los argumentos que debe utilizar para medrar en la revolución, qué lenguaje usar, a qué líderes imitar. Todo lo que un sans-culotte novato debe saber para, al menos, sobrevivir. 

El necesario epílogo, datado en París en 1799, da voz a Levasseur escribiéndole a Chénard, escapado a Filadelfia. En esas páginas, Levasseur acomodado en el Consejo de los Quinientos en plena reacción termidoriana y con Bonaparte en el horizonte, narra la toma del poder por los jacobinos, el asesinato de Marat, el Terror, la fiesta del Ser Supremo y la caída y muerte de Robespierre con la instauración del Directorio. Todo muy didáctico y muy certero. Un libro que conservar.

sábado, 3 de mayo de 2025

Lecturas: Castillos de fuego (Ignacio Martínez de Pisón)

De Ignacio Martínez de Pisón me entusiasmó aquel engranaje perfecto y breve titulado Antofagasta. Yo era joven y también él. Después, maduros ambos, su reportaje-ensayo-novela de no ficción Enterrar a los muertos, demostraba, con absoluta honestidad intelectual, y con elocuencia, que para un comunista no había nada peor que otro comunista. Ahora, con esta novela torrencial vuelvo la mirada a la posguerra en España. Y consigue no una novela redonda sino una especie de Colmena celiana con igual amargura. Con episodios datados entre 1939 y 1945 (la novela comienza con el fuego de los hachones que acompañan el féretro de José Antonio Primo de Rivera en su viaje entre Alicante y El Escorial), nos lleva al Madrid de los derrotados y de la clandestinidad. Tiempos de silencio que hubiera dicho Luis Martín Santos.

Entre vencedores corruptos y acomodaticios, y un Dionisio Ridruejo poco convincente y algo acartonado en el retrato que del primer (bueno, segundo si le damos la primacía a Hedilla) disidente del régimen, aquí no se cae en el maniqueísmo ramplón de, digamos, Almudena Grandes, ya que también entre los perseguidos hay odios y crueldad. Los guerrilleros son capaces de exterminarse o delatarse  entre ellos por rencillas internas, del mismo modo que por debajo de esta sordidez de corrupción y prostitución, de desencuentros y esperas, hay una pulsión humana que hace que la lectura merezca la pena. No es una gran novela (Pisón es capaz de conseguirlas) pero sí es una buena novela en la que Cada uno tenía su castillo de fuego, una ilusión construida sobre cenizas.



Lecturas: Norte contra Sur (Julio Verne)

 Me interesa mucho (a ver, soy español de este tiempo y no me es ajeno el destino de mi patria) la guerra de Secesión estadounidense. De ahí que comprara en una librería de segunda mano los dos volúmenes de esta rareza de Verne a quien llevaba cuarenta años sin leer. Encontrar al ojearlos los nombres de Jacksonville (un aeropuerto que he usado) y de San Agustín en Florida (un lugar fascinante en el que he sido feliz y al que sueño con regresar) me hizo caer en la tentación.



Publicada en 1887, es una de las obras menos conocidas de Verne, que rechaza esta vez la fantasía para volcarse en la historia y en la fantasía. La trama, situada en la guerra civil estadounidense, gira en torno a James Burbank, un rico plantador de Florida, abolicionista, que se enfrenta a la hostilidad de sus vecinos esclavistas cuando estalla la Guerra Civil. Su plantación, Camdless Bay, se convierte en el epicentro de tensiones merced a la saña de un villano villanísimo y español con el absurdo nombre de Texar, que la toma con la angelical familia Burbank. Hay combates, juicios, conjuras, identidades dudosas. También exploraciones por escenarios poco creíbles. Pero sobre todo hay demagogia a espuertas. Malísimos contra buenísimos. Pero también diversión. Algo es algo.


Lecturas: La vegetariana (Han Kang)

Juro que compré este libro un año antes de que Han Kang recibiera el premio Nobel. Amo su país desde la experiencia y la admiración. Hasta intermitente y tozudamente emprendo el aprendizaje del idioma coreano. La vegetariana, precedida de un prestigio bien merecido, es una novela que puede ser, o no (en los anexos del volumen, la autora rechaza toda interpretación sociológica), un retrato cruel del alma de una nación que fluctúa entre el estrés y la introspección, o un retrato psicológico de personajes perturbados. En todo caso, es una historia incómoda y no poco perturbadora y que lleva al lector, quiéralo o no, a buscar en internet qué es una mancha mongólica. Espoiler: una marca azulada, de nacimiento, en la rabadilla.

La vegetariana es a Yeong-hye, una mujer casada, un tanto aburrida y predecible, que decide abandonar el consumo de carne y convertirse en lo que dice el título. Esta decisión, no basada en el amor a los animales sino en sueños amenazantes, desencadena una serie de eventos que van mucho más allá de una dieta; se convierte en el punto de partida de una serie de rupturas, tanto físicas como psicológicas, que desafían las expectativas familiares, sociales y culturales. Si la primera parte está narrada desde el punto de vista del estúpido marido, la segunda, la de la mancha, cede la voz al cuñado libidinoso y artista, y en la tercera es la hermana de Yeong-hye quien toma el relevo para contar el doloroso y gélido final.

Quien busque una interpretación, podrá aventurar que la carne, su consumo, es un un símbolo de las normas sociales, de la previsible sujeción a un modo de vida compartido. Yo, personalmente, veo en este libro un muestrario de enfermedades mentales, ya que no afecta a Yeong-hye sino también a su perturbado cuñado, e incluso a su chato marido. El único personaje normal parece ser la hermana de la vegetariana.

Han Kang narra con sobriedad y sin concesiones. Con fluidez también. Con indiferencia que la hace ser cruel. Como moraleja, podríamos decir que la libertad es peligrosa. Mortal incluso. Por si las moscas, me pediré un whopper, un bulgogi, un campero.