Ya por la dedicatoria, a Rick Atkins, a quien Hastings afirma querer emular, es un buen auspicio. Porque Atkins es, para mí, el mejor historiador militar de nuestro tiempo, por encima de Beevor (que considera este libro una obra maestra)y del propio Hastings. Medirse a Atkinson es una osadía. Pero hay que reconocer que Hastings (Sir Max Hastings) casi lo consigue. Hubiera necesitado, por ejemplo, relatar la caída de Saigón con más nervio, más detalle, más desde dentro. Pero consigue dar una visión correcta de esa guerra estúpida a lo largo de 910 páginas.
Entre los aciertos está en remontarse a la dominación francesa de Indochina, con un vibrante relato del asedio/batalla de Bien-Dien-Phu, más eficaz que libros dedicados a aquel combate desesperante como el de Erwan Bergot, que se perdía en detalles, en árboles, que no permitían ver el bosque en llamas. Sin la etapa francesa, que dio lugar a la creación de dos repúblicas de Vietnam, la del Norte y la del Sur, como antes había sucedido, tras la desocupación japonesa de Corea, también con un norte comunista y un sur capitalista, no se puede entender el drama posterior, cuando el norte infiltró su guerrilla, el Vietcong, en el sur y éste se acogió a la protección de Estados Unidos (Francia se desentendió una vez abandonada la antigua colonia) como un frente periférico de la Guerra Fría. Tres presidentes que no supieron prever las consecuencias de sus actos (el breve Kennedy, el obcecado Johnson y el tornadizo Nixon), se volcaron en salvar de la barbarie comunista, aplicando la barbarie militar para mantener en pie un régimen corrupto e inoperante. La desidia de Vietnam del Sur, confiada en que Estados Unidos le sacaría las castañas del fuego, y la violencia inusitada del Vietcong no sólo contra los funcionarios del sur sino contra la población civil en general, no importando sexo ni edad, apostando por la pedagogía del terror, convirtió Vietnam en un infierno. Al que tampoco era ajeno la flagrante crueldad de algunos militares estadounidenses como el teniente William Calley culpable de la matanza de 504 civiles en la aldea de My Lai.
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