Me tropecé con don Rigoberto como un personaje
tangencial en las páginas de "El héroe discreto”, la más reciente novela
de Vargas Llosa. Era allí un libertino amable, un tipo correctísimo que
sublimaba el erotismo en conversaciones y confidencias de alcoba con su esposa.
Brillante, ingenioso, culto, con un humor fino. Recordé que tenía, desde hace
años, esta novela, sin leer, sobre el mismo personaje en mi biblioteca. Al
comenzar a leerla, descubrí que era, a su vez, continuación de “Elogio de la
madrastra” (que creía tener pero que no encuentro). No obstante, opté por la
lectura de esta entrega intermedia. Que insiste en lo mismo, en mostrar a don
Rigoberto como un personaje incorrecto y muy querible. A través de diversos
relatos sobre sus andanzas, unidos por las vicisitudes de la reconciliación con
doña Lucrecia mientras el hijastro de ésta, e hijo de Rigoberto, Fonchito, hace
de celestinesco doble del pintor Egon Schiele. Al final del libro, todo
este caleidoscopio de aventuras galantes cobra coherencia, aclarándose si los
episodios carnales relatados son realidades evocadas o calenturas que Rigoberto
escribe en su soledad por mitigar, acrecentándolo, el deseo. Aquí y allá, como
parte de los cuadernos, malévolas y sabrosas cartas que Rigoberto escribe en sus
cuadernos y nunca envía y que defienden la heterodoxia en una
afirmación gozosa del individuo. Es un libro menor de Vargas Llosa, pero tan
disfrutable como sus grandes obras. Aunque sólo sea por la curiosidad de ver
cómo resuelve el (sub)género de la literatura erótica el autor peruano, merece
la pena. Y deja el deseo de leer la primera novela del trío de marras y de que
sigan apareciendo sus personajes, al menos don Rigoberto, en sucesivas
ficciones.
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