[Artículo publicado en diario Sur el 5 de diciembre de 2008]
Se suele
fijar en el siglo VII antes de Cristo la fundación de la ciudad que hoy
llamamos Málaga. Un nacimiento, pues, que sitúa los orígenes de la ciudad antes
incluso de los de la potencia que la dominaría y le daría el estatuto de
municipio: Roma. Pero basta con dar un paseo por el centro histórico de la
ciudad para comprender que, aparte de los valiosos vestigios romanos o árabes,
lo más característico del paisaje urbano es su datación mayoritaria, apabullante
incluso, en el siglo XIX. Ni las modestas pero numerosísimas factorías de
salazón de pescado, que dieron su nombre de Malaka a la ciudad, ni el Municipio
Flavio Malacitano, ni incluso la Malaqa del periodo árabe son perceptibles a
simple vista, no convencen de que el momento decisivo, su hora de excelencia,
esté en la Edad Antigua ni en el Medioevo. Que esos vestigios ilustres son
elocuentes interrupciones de un paisaje romántico es algo notorio. Tal vez por
ello Fernando García de Cortázar ha situado en Málaga el momento el
Romanticismo dentro de las páginas de su nuevo libro “Breve Historia de la
Cultura en España”.
La
ruptura
Esa
ruptura de Málaga con su herencia de siglos, esa especie de refundación del
paisaje, es algo que ya se constataba en la propia época romántica, cuando un
viajero inglés citado por García de Cortázar escribe: “En Málaga se encuentra
poco de las costumbres de Andalucía. El viajero verá más de una alta chimenea
de rojos ladrillos, importación no muy poética de la laboriosa Inglaterra. Si
es inglés oirá con frecuencia hablar su propia lengua y no sólo en labios
ingleses, sino también españoles. Percibirá, en suma, que el progreso ha puesto
pie en las orillas de España”. En esta irrupción del progreso en Málaga, en el
asentamiento de la Revolución Industrial que entre nosotros representa la
figura de Manuel Agustín Heredia, sus industrias y altos hornos, está la razón
de que los viajeros que buscaban en la ciudad el exotismo de raíces arábigas,
un modo de vivir lleno de azar y emociones, se encontraran defraudados. La
ciudad emocional y arábiga se había convertido en industrial y europea. Con
acierto, señala García de Cortázar: “Málaga no sólo era historia, no era una
lírica renuncia al presente ni un monumento arqueológico donde encontrar lo que
se echaba de menos en el propio país. La ciudad había cerrado la puerta de la
melancolía tras los negocios de su burguesía. Su reflejo en el espejo de las
aguas no era el de una civilización perdida, sino el de la nueva era que se anunciaba
con la fábrica y el vapor: la era de la industria y del capital”. Es
significativo que este retrato de la ciudad en el Romanticismo sea vigente para
la ciudad de este comienzo del siglo XXI.
Burguesía
El
siglo XIX es el de la consolidación de la burguesía como principal clase
social, una burguesía que en Málaga es especialmente activa y especialmente
volcada hacia el exterior, una vocación cosmopolita también fundamentada en el
origen extranjero de gran parte de estas familias. “Las Heredia y los Larios
había ido a Londres y París para cimentar sobre ejemplos firmes el ensayo
industrial. Se estrechaban las relaciones comerciales e industriales con
Inglaterra y las familias acomodadas vivían un poco a la inglesa, pensaban un
poco en inglés, consideraban indispensable tomar té y hablar mejor o peor la
lengua de lord Byron, quien había pasado por la costa andaluza igual que un
fatal meteoro”. Es la ciudad que preside hasta 1865 la producción y comercio de
hierro en España, que vive una gran actividad comercial, un trasiego permanente
de personas y mercancías en torno al puerto en medio del oasis de quietud y
tradición del resto de Andalucía.
La aventura liberal
No sólo la
Plaza de la Merced con su obelisco funerario y sentencioso, sino especialmente
el Cementerio Inglés, atestigua la pasión por la libertad de esa ciudad
impaciente e inquieta, un lugar al que García de Cortázar atribuye su debida
importancia simbólica: “Tras la verja del cementerio inglés de Málaga, en una
ladera escarpada que la ciudad confina indiferente en medio de automóviles y
edificios, muda frente al húmedo rumor del viento, halla hoy el viajero la
desolación de la quimera”. Allí, la tumba de Robert Boyd, el único ausente de
la Plaza de la Merced, proclama la sagrada causa de la libertad y el martirio y
la amistad junto a Torrijos. El Londres que a Boyd y Torrijos es también el
lugar en el que los exiliados del absolutismo preparan sus conspiraciones y
formulan sus teorías y proyectos, el mismo lugar al que los burgueses de Málaga
consideran el referente y meta de sus negocios, el lugar desde el que el
Romanticismo irradiaba con sus héroes de acero, con sus amores de ceniza. Las
ansias, la insatisfacción, el vértigo del activismo, de la reforma, de la vida
nueva que buscaron los románticos, tiene en Málaga su destino, su cenotafio, su
símbolo. En el centro de una plaza en la que habrá de nacer un pintor
revolucionario, en la lápida de un cementerio en una ladera y frente al mar, en
las arenas ensangrentadas de la playa de San Andrés y que teñirá poemas y
cuadros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario