martes, 7 de abril de 2015

Falsificaciones literarias: Escribir con la letra de otro

Al cumplirse los 25 años de la más notoria y espectacular falsificación histórica, cuando en febrero de 1981 fueron hallados los presuntos diarios de Hitler, es buena ocasión para revisar algunos de los fraudes documentales más notorios de los últimos cien años, por no mencionar algunos más antiguos como los que dieron lugar al llamado “tubalismo” que pretendía un origen mítico para España como nación merced a un pretendido rey Túbal, nieto de Noé, que propiciaría fantasías vasco-iberistas para dar un soporte falsamente legítimo al nacionalismo vasco de Sabino Arana, a partir del libro de Andrés de Poza De la antigua lengua, poblaciones y comarcas de las Españas (1587), cuyas fantasías son sabiamente desmontadas, no sin sarcasmo, por Julio Caro Baroja en su obra fundamental “Las falsificaciones de la Historia” (1996). Antes de entrar en las más llamativas, por lo populares, falsificaciones históricas del siglo XX, que no serían sino los diarios falsos de Jack el Destripador y de Adolf Hitler, conviene hacer un recorrido por otras que, si no tan conocidas, sí han producido a veces daños de gran alcance.

            Las mentiras antisemitas

            Los  autores del exterminio de los nazis hacia el pueblo judío justificaban sus actos citando el libro Protocolos de los sabios de Sión, que sigue siendo el credo, junto al autocomplaciente y delirante Mein Kampf, para los neonazis, y para no pocos fanáticos islamistas, que siguen creyendo la mentira, ya desmontada pieza por pieza por los historiadores, de esta presunta obra anónima según la cual un grupo de sabios hebreos trazaban un plan para adueñarse del mundo. Algo así como una obra de Dan Brown pasada por la esvástica antes de que los nazis surgieran. En concreto, este libro, que se sigue imprimiendo para uso de exaltados, apareció por entregas en un diario ruso en 1903 bajo el título Programa para la conquista del Mundo por los judíos. Basado en una obra historiográfica del clérigo francés Barruel sobre el jacobinismo, y en la novela Biarritz del alemán Hermann Goedsche y empapada del antisemitismo que propició las grandes matanzas de judíos en las décadas finales de ese siglo, la autoría de esta falsificación pertenece al agente zarista Serguei Nilus. El resultado, a la larga, se convertiría en 6 millones de muertos, además de tantos judíos perseguidos antes y después de la Segunda Guerra Mundial.


            El Necronomicón

            No todas las falsificaciones han sido tan nocivas, ni buscado intereses políticos ni económicos. Entre las inocentes, pero inquietantes, está el celebérrimo “Necronomicón”, o “Libro de los nombres muertos”, invención de uno de los padres de la literatura de terror y fantástica moderna, H. P. Lovecraft, que menciona por vez primera esta obra en 1922, atribuyéndola a Abdul al-Hazred, El Ciego, autor persa de hacia el año 700. Esta obra, capaz de hacer comparecer a los demonios y destruir el mundo, ha sido buscada por legión de admiradores de Lovecraft, y hasta se han reproducido páginas de antiguas ediciones (se habla de una versión griega impresa en Italia en el siglo XVI, y de una edición inglesa de 1571 traducida por el mago John Dee). Fichas catalográficas de este libro perdido han sido halladas en la Biblioteca Nacional de Francia y en la British Library de Londres, pero se debe más a bromas de eruditos que a la existencia, nunca comprobada, de la obra. Resultado de lo sugerente del libro es que se han editado diversas versiones del libro, todas espurias, en las últimas décadas. Lovecraft, con su mirada extraña y magnética, sonreiría siniestramente al comprobar el resultado de su invención.

            Max Aub, el maestro

            El escritor español, más tarde nacionalizado mexicano, y cosmopolita, desarraigado y de orígenes frances y alemanes, judío y republicano, es en España el maestro de este género de la falsificación. Pero no es un falsificador. De hecho, a su obra más conocida adscribible al género, “Jusep Torres Campalans” (1958) fue considerada siempre por su autor como una novela, aunque se trate de una hábil biografía, profusamente ilustrada con fotografías y obras de Campalans, de un olvidado autor de la vanguardia plástica española, mezcla de Picasso y de Juan Gris, y que no tardó en ser creída cierta, hasta el punto que el interés por la obra de Campalans (realmente hecha por Aub) no tardó en despertar el interés de coleccionistas, galeristas y museos. Algo similar consiguió Aub en 1971 con su novela “Vida y obra de Luis Álvarez Petreña”, que recoge los avatares y textos de un escritor de tal nombre con tal verosimilitud que sólo la palabra “Novela” sobre la portada de la primera edición alertaba al lector que se encontraba ante otro juego literario del autor nacido en París en 1903. 

Un verdadero Torres Campalans 

            Falsos adioses

             Quizás de las falsificaciones recientes más exitosas sean las atribuidas a Jorge Luis Borges y a Gabriel García Márquez, ambas en forma de poemas en los que ambos autores, conscientes de la cercanía de “la postrera sombra que me llevare el blanco día”, en verso memorable de Quevedo, recapitulan sobre su vida. En el caso de Borges, el poema, titulado “Instantes”, comienza con “Si pudiera vivir nuevamente mi vida. / En la próxima trataría de cometer más errores. / No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. / Sería más tonto de lo que he sido, de hecho / tomaría muy pocas cosas con seriedad.” En todo caso, se trata de una pieza mediocre, sin afinidad ninguna con el espíritu ni el estilo del autor argentino, aunque se publicara en 1989 en la muy prestigiosa revista mexicana “Plural”, y debida a la pluma de la norteamericana Nadine Stair, que lo publicó en prosa en inglés en 1978 (8 años antes de la muerte de Borges), con el título “Si tuviera que vivir nuevamente”, y que es casi una versión exacta, previa y norteamericana, del apócrifo. Así pues, enigma borgiano resuelto.

            Similar es el caso de García Márquez. El poema circuló por las emisoras de radio colombianas en 1996 y por Internet. Titulado “La marioneta de trapo”, comenzaba diciendo “Lo dice una marioneta de trapo: / Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo, y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero, en definitiva pensaría todo lo que digo. / Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan...” En fin, algo muy apropiado para lectores de Jorge Bucay o de Paulo Coelho. No fueron pocos los que lo creyeron obra del Nobel colombiano, enfermo de cáncer, en la opinión de que se trataba de otro adiós a la vida. La autoría no tardó en desvelarse: se trataba de Johnny Welch, un ventrílocuo que incluyó ese poema, en el mismo 1996, en su libro “Lo que me ha enseñado la vida”. La reacción de Gabo al poema se concentra en una frase de una entrevista: “Lo que me mata es que crean que escribo así”.

            Falsos diarios

            Para terminar esta galería de despropósitos y engaños, examinemos someramente dos diarios falsos. El 18 de febrero de 1981, el escritor Gerd Heidemann ofreció a un grupo editorial alemán 62 volúmenes de unos diarios manuscritos de Hitler encontrado entre los restos de un avión derribado en la Segunda Guerra Mundial. Aunque los primeros peritos los dieron por falsos, la editora decidió apostar por su autenticidad y pagarle a Heidemann dos millones de dólares. El magnate de la prensa Rupert Murdoch compró los derechos, a su vez, por 3.750.000 dólares en 1983 y contrató a Hugh Trevor-Roper, serio historiador del nazismo, para que los autentificara. Y el historiador mordió el anzuelo. Dos semanas después de que la revista “Stern” publicara la primera entrega de los diarios con el artículo de Trevor-Roper que les daba credibilidad, los expertos científicos hallaron por la composición química de los productos usados que su elaboración era posterior a 1945. Heidemann no tardó en confesar: el falsificador era Konrad Kujau. En 1985 los dos urdidores fueron condenados a cuatro años de prisión por estafa.



            Mientras que la falsedad del diario de Hitler está demostrada, sigue discutiéndose la del presunto diario de Jack el Destripador, según el cual el asesino y diarista era James Maybrick, un comerciante de algodón asesinado por envenenamiento por su esposa en 1989, un año después de los crímenes de Jack. El “descubrimiento” se hizo en 1992. Creído como cierto, los expertos calígrafos de Scotland Yard no tardaron en dictaminar que la letra había sido alterada con florituras victorianas. También se puso en duda el tipo de tinta. Y también había contradicciones de detalle con los hechos del Destripador. Finalmente, en 1995, el hombre que apareció como el descubridor del diario de Maybrick, un comerciante del metal llamado Michael Barrett, admitió que él y su mujer Anne falsificaron el diario. Su actual propietario sigue batallando, en diversos libros y contra toda esperanza, por la autenticidad de su posesión. Y es que el que no se engaña es porque no quiere.


Artículo publicado en Diario Sur el 17 de febrero de 2006

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