Ayer estuve en el acto de Libres e Iguales en Málaga, coincidente con el de muchas capitales españolas (pero no todas, pero no todas). Teodoro León Gross, viejo amigo y compañero de estudios, lee el comunicado del día, el llamamiento último. Sencillo, razonable. Sereno. Helo aquí:
Ciudadanos:
Todos nosotros tenemos la suerte de vivir en un Estado de derecho. En España. Compartimos una Constitución que ampara nuestros derechos y fija nuestros deberes. Dentro de sus límites, podemos diseñar nuestro perfil político: compartirlo con otros muchos o elegir ser distintos a todos los demás. Nuestra ciudadanía no está condicionada por el lugar donde hemos nacido o vivimos, ni por nuestro origen familiar, ni por nuestros gustos culturales o ideológicos. Somos ciudadanos, es decir gobernantes, del territorio plural que gestiona nuestro Estado.
Mañana, en una de las regiones españolas, tan nuestra como el resto, se va a proceder a un acto simulado de democracia con la intención de privarnos de una parte de nuestra soberanía ciudadana y de mutilar nuestros derechos políticos.
Queremos denunciar alto y claro este atropello. Queremos seguir compartiendo con todos los ciudadanos españoles nuestra soberanía. Queremos defender este país unido ante los que pretenden su mutilación sectaria. No reconocemos legitimidad alguna a los intentos de fragmentar nuestra ciudadanía apelando a supuestos derechos preconstitucionales.
Y, por tanto, exigimos del gobierno del Estado español que defienda con firmeza nuestra ciudadanía común.
A 8 de noviembre de 2014.
Eso fue ayer. Estábamos en la puerta del Ayuntamiento unas doscientas personas. De una ciudad de más de medio millón. De españoles. Estupor, indignación. A mi lado, mi esposa que hoy, 9 de noviembre de 2014, tiene el corazón roto. Por catalana además de por española. Hace un momento, ella ha hablado con su madre (hija de andaluces y nacida en Cataluña). Para contar que su hermana ha llamado, cargada de alegría fatua, para contar que todos ellos, esos hijos y nietos de andaluces, acaban de volver de votar. De votar sí y sí a la pregunta del referéndum separatista que están celebrando, sin que nadie mueva un dedo, sin que a nadie le toquen un pelo, en esa región española. Alegría, pues. E ignorancia a raudales. No los culpo, por mucho (muchísimo) asco que me den. Es lo que tiene la propaganda pagada también, como español, por mi bolsillo. Es lo que tiene la apelación al agravio, la rememoración de los mitos falsos, desde ese 1714 de la derrota hasta el "presidente mártir" que en 1934 traicionó la Constitución que había jurado y proclamó su aldea quimérica y paleta que duró unas horas porque entonces alguien sí actuó.
Ahora, justo en el día en que cayó, hace un cuarto de siglo, el Muro de Berlín, los catalanes más mezquinos, más asquerosos (no insulto: me causan asco, simplemente), van con sus papeletas y su sonrisa a forjar un espejismo. Soy español. Podría haber sido turco, canadiense o guineano. O ratón, paramecio o avutarda. Me tocó ser español y del sur. Con un entronque argentino, con un origen, lejanísimo y sin confirmar, mexicano y con una forzosa conversión al catolicismo hacia 1492 desde seguramente una familia judía (mi apellido Arroyo, frecuente entre los sefardíes de Turquía). Soy español y no me desagrada serlo. Pero serlo me hace ser consciente de los defectos nacionales, de la insolencia e incultura, de la envidia y el egoísmo y tantas taras (y algunas virtudes) que compartimos. No soy, no pretendo serlo, un cantor de las esencias nacionales. Líbreme mi Dios de serlo. Pero no puedo quedarme ocioso mientras se perpetra la fiesta de la sinrazón, cuando se separan las familias (otra parte de mi familia política, la paterna, opta por rechazar la farsa ilegal de hoy) y los que tanto vociferaban que Cataluña es una nación apuestan hoy por convertirla en una aldea. En un erial con su lengua hermosa pero insignificante, con su historia falseada, con las fronteras que habrán de erigirse (y que, en forma de recelos hacia el resto de España ellos, los independentistas, han comenzado a construir en su mente para separarse de los demás, para que no los contaminen con nuestras ideas unionistas) cuando, manda narices, el muro se cayó hace 25 años.
Ahí van todos, con su sonrisa y sus votos y sus flores al traidor Companys, a los mártires de la causa de la mezquindad y el rencor. Y sin que nadie haga nada. Hoy la Constitución española de 1978 ha muerto. O al menos ha entrado en coma (habrá que ver si sale de esta, si vuelve a despertar, o alguien la desenchufa).
Dos tribunales, el Supremo y el Constitucional, han dictaminado que los actos de hoy son ilegales. Pero nadie actúa contra los inductores y los cómplices del delito. Nadie cumple ni hace cumplir la Constitución que yo, como funcionario, juré:
Artículo 1.2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
Artículo 2.
La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.
Artículo 8.1.
Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.
Artículo 9.1
Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico.
Artículo 155
1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.
Todos estos artículos (seguro que me dejo algunos más) son, hoy, ahora, incumplidos. Papel mojado. Mentiras. Chistes. Y nadie hace nada. Como tampoco ayer fue casi nadie a demostrar que nos importa, que nos duele, España. No quiero caer en el lamento. Comparto nada más mi decepción, mi miedo, mi asco. Mi angustia. Sabiendo que tampoco a nadie le importa, como a nadie le importa, o eso parece, nuestro áspero y desventurado país.
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