lunes, 5 de agosto de 2013

Lecturas: En casa. Una breve historia de la vida privada (Bill Bryson)

       Los cinco tomos de la “Historia de la vida privada” dirigida por Duby aguardan, abrumadores, en el anaquel. Mientras tanto, el tocho de Bill Bryson, del que aún no he leído, y también acecha, “Una breve historia de casi todo”, que pronto caerá, se presenta más asequible y seductor. Con todo, su subtítulo, “Una breve historia de la vida privada”, no se cumple del todo, pues hay aquí más retazos, curiosidades, rarezas, asombros, que un contenido bien hilado y sistemático. El libro sigue la distribución de los espacios de una vieja rectoría victoriano, en Norfolk, en la que Bryson habita. El recorrido por las habitaciones, comenzando por el hall y terminando en el desván, no se presta sino a un vagabundeo propenso a la divagación, que va dando paso a personajes que por lo general son victorianos y eminentes, en un repaso por la historia no de la vida privada sino de la necedad y el ingenio, particularizando en personajes meritorios, y a veces en espantajos, el avance constante del hombre en busca de la comodidad.
Fonthill Abbey, el sueño (de la razón)
de William Beckford

     Así, el libro comienza detallando los altos méridos de Joseph Paxton, el jardinero que diseñó el colosal edificio del Crystal Palace para la Gran Exposición de 1851, y concluye devolviendo vida al propio párroco Thomas Marshan, para el que la rectoría fue construida. Entre ambos, asistimos a la devastación de la Peste Negra, los locos sueños de William Beckford por construirse la bizarrísima mansión de Fonthill Abbey, Thomas Jefferson (padre fundador pero también inventor de las patatas fritas) con su residencia de Monticello de peligrosas escaleras, la pasmosa sofisticación de la aldea de Skara Brae levantada en el Neolítico, el horror de John Ruskin hacia la fisiología femenina, las aplicaciones de los anillos con púas para el pene o la referencia de Shakespeare, en su testamento, a su segunda mejor cama. Todo ello, con una especial predilección hacia el Londres del XIX y las grandes mansiones norteamericanas de los Vanderbilt, Astor o Folger. Un suculento, y algo caótico, bocado de historia. Un libro que no es imprescindible pero que es un excelentísimo compañero. Altamente recomendable y altamente insustancial. Bravo por Bryson.

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