Los
cinco tomos de la “Historia de la vida privada” dirigida por Duby aguardan,
abrumadores, en el anaquel. Mientras tanto, el tocho de Bill Bryson, del que
aún no he leído, y también acecha, “Una breve historia de casi todo”, que
pronto caerá, se presenta más asequible y seductor. Con todo, su subtítulo,
“Una breve historia de la vida privada”, no se cumple del todo, pues hay aquí
más retazos, curiosidades, rarezas, asombros, que un contenido bien hilado y
sistemático. El libro sigue la distribución de los espacios de una vieja
rectoría victoriano, en Norfolk, en la que Bryson habita. El recorrido por las
habitaciones, comenzando por el hall y terminando en el desván, no se presta
sino a un vagabundeo propenso a la divagación, que va dando paso a personajes
que por lo general son victorianos y eminentes, en un repaso por la historia no
de la vida privada sino de la necedad y el ingenio, particularizando en
personajes meritorios, y a veces en espantajos, el avance constante del hombre
en busca de la comodidad.
Fonthill Abbey, el sueño (de la razón)
de William Beckford
Así, el libro comienza detallando los altos méridos
de Joseph Paxton, el jardinero que diseñó el colosal edificio del Crystal
Palace para la Gran Exposición de 1851, y concluye devolviendo vida al propio
párroco Thomas Marshan, para el que la rectoría fue construida. Entre ambos,
asistimos a la devastación de la Peste Negra, los locos sueños de William
Beckford por construirse la bizarrísima mansión de Fonthill Abbey, Thomas
Jefferson (padre fundador pero también inventor de las patatas fritas) con su residencia
de Monticello de peligrosas escaleras, la pasmosa sofisticación de la aldea de
Skara Brae levantada en el Neolítico, el horror de John Ruskin hacia la
fisiología femenina, las aplicaciones de los anillos con púas para el pene o la
referencia de Shakespeare, en su testamento, a su segunda mejor cama. Todo
ello, con una especial predilección hacia el Londres del XIX y las grandes
mansiones norteamericanas de los Vanderbilt, Astor o Folger. Un suculento, y
algo caótico, bocado de historia. Un libro que no es imprescindible pero que es
un excelentísimo compañero. Altamente recomendable y altamente insustancial. Bravo
por Bryson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario