Es la historia
de un pecado y de una redención. De un afán de pureza, por tanto. De una
necesidad de abandonar la diferencia, la anomalía. La mancha. Y de regresar, o
al menos mantenerse, al seno de la tribu, de la comunidad organizada que esta
vez es la Italia fascista. El conformista del título, que sin embargo incurre
en acciones y gestos poco convencionales, es Marcello Clerici, al que el
extenso prólogo de la novela, 67 páginas en mi edición, presenta en el momento
de la pérdida de la inocencia, en su infancia de 1920 cuando, acosado por su
belleza casi femenina y el desprecio agresivo de otros colegiales, cae entre
los brazos de un pederasta. Lo que entonces sucede está en las últimas páginas
de ese preludio.
La adaptación al cine
de Bernardo Bertolucci (1970)
Convencido
de que debe borrar y silenciar lo de entonces, en 1937 es Marcello un
funcionario estatal fascista, aunque sin convicción. Ello no le impide
prestarse a un plan que ha de conducir a la muerte a un líder antifascista
residente en París. Allí, en Francia, es donde acompañamos al recién casado
Marcello que teje la trampa cruenta en torno al que fuera su profesor. Como un
autómata, cumple su función entre zozobras de la carne, en la que no falta otro
acosador ni una prescindible mujer fatal que con su esposa intenta un juego
amoroso. Quien haya visto en la turbia película final de Stanley Kubrick, Eyes
Wide Shut, una parábola en torno a la incertidumbre del deseo, a los
peligros del instinto, en esta novela de Moravia encontrará algo muy parecido.
Culminada la operación política, y reintegrado perezosa y cómodamente nuestro
protagonista a la conformista realidad cotidiana y acrítica, la caída del
régimen de Mussolini en el verano de 1943 llevará, ya en un rápido epílogo, a
la familia Clerici a una huída que será para Marcello una redención final y
también un sacrificio tal vez prescindible.
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