lunes, 12 de noviembre de 2012

Notas reiterativas sobre el mito del eterno retorno

Artículo publicado en "Paradigma: revista universitaria de cultura ", nº 4, 2007

Una intuición, un apunte, lleva a otro en este jardín de senderos bifurcados. Así, en un principio fue Borges en dos momentos de uno de sus libros de plenitud, justo antes de que todo fuera evocación e insistencia. De esta manera, en el relato "El evangelio según Marcos", perteneciente a “El informe de Brodie”, afirma “También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota”. Más adelante, en el mismo volumen y en la narración que le da título, sostiene: “Sabemos que el pasado, el presente y el porvenir ya están, minucia por minucia, en la profética memoria de Dios, en Su eternidad; lo extraño es que los hombres puedan mirar, indefinidamente, hacia atrás pero no hacia adelante.”


Estas sugerencias de que el tiempo es estable, inmóvil, en la memoria de Dios y que a los hombres sólo nos está permitido acceder a escasos instantes que, en suma, se corresponden escrupulosamente a dos modelos, el de la Ilíada y el de la Biblia, lleva a considerar lo mantenido por Northrop Frye en su ensayo “La escritura profana”, según el cual toda ficción occidental no hace sino repetir esquemas míticos ya recogidos en la Biblia, que es a su vez la exposición de un vasto sistema mitológico, entendiéndose como mitología “un vasto cuerpo narrativo conectado entre sí, que abarca toda la revelación religiosa e histórica que atañe a su sociedad o se refiere a ella”.  Aún más, para Frye “la Biblia constituye el ejemplo supremo de cómo pueden los mitos, bajo ciertas presiones sociales, agruparse para formar una mitología. Una segunda mirada a esta mitología nos demuestra que de hecho llegó a ser, durante la Edad Media y posteriormente, un vasto universo mitológico, extendiéndose en el tiempo desde la creación hasta el apocalipsis, y en el espacio metafórico desde el cielo hasta el infierno. Un universo mitológico es una visión de la realidad en términos de intereses, angustias y esperanzas humanas: no es una forma primitiva de la ciencia”.

Frye

Eliot Trimegisto

      Anudando las ideas de Frye con las intuiciones de Borges, podemos llegar a una concepción de la existencia que es básicamente la de antes de que ciencia y mito se escindieran, un tiempo en el que la vida se reduce a seguir un esquema puramente biológico (“como si vivir fuera tan sólo respirar”, tal como dice Lord Tennyson en su propia re-elaboración del mito homérico, el poema “Ulises”), un ciclo infinitamente repetido de nacimiento-desarrollo-muerte, en el que todo consiste en repetir los modelos anteriores. De este modo, el tiempo sigue la concepción circular de la rueda que gira tal como Eliot asocia a Phlebas el Fenicio (oh tú que das vuelta a la rueda y miras a barlovento, / considera a Phlebas, que fue en otro tiempo tan gallardo / y alto como tú) y que, según mantiene Thomas Cahill en “El legado de los judíos” sería rota por los israelitas al instaurar una concepción lineal del tiempo. 

Esta concepción del tiempo como condena es la que constituye, al fin y al cabo, el cimiento del mito del eterno retorno, tal como señala Mircea Eliade en su ensayo “El mito del eterno retorno”: “En el detalle de su comportamiento consciente, el “primitivo”, el hombre arcaico, no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre. Lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestos inaugurados por otros”. Esta repetición de los gestos de otro, de un “otro” que no puede ser sino una figura mítica, de lo que se deducen de los mitos valores orales y de enseñanza que a su vez daría origen a las primeras manifestaciones literarias, es plenamente pre-industrial, perteneciente a épocas en que el hombre se regía por el orden de la naturaleza, que es cíclico, orden dentro del que el hombre, impotente, se incluía antes de pretender ser su domeñador ya en época industrial ni, mucho menos, su intérprete como sucederá cuando del mito se pase al logos. 
Será en ese momento del devenir histórico cuando, repitiendo el gesto de rebeldía enunciado por el mito de Prometeo, cuando se intente comprender los mecanismos del tiempo como primer paso para su dominio y usando como herramienta el mito entendido en tanto medio de expresión de ideas y conceptos de carácter metafísico, en opinión de Eliade: “Si nos tomamos la molestia de penetrar en el significado auténtico de un mito o de un símbolo arcaico, nos veremos en la obligación de comprobar que esta significación revela la toma de consciencia de una cierta situación en el cosmos y que, en consecuencia, implica una posición metafísica”. Poseído de esta auto-conciencia a la manera en que Ernesto Sábato retrata al ser humano en su paso desde la felicidad zoológica a la insatisfacción metafísica, el hombre se encuentra de frente a la perplejidad que le produce la imperturbable fidelidad de los ciclos naturales proyectados a la vez sobre la propia psique y las primeras concepciones religiosas, lo que en definitiva le lleva al que puede ser el más insistente y persistente de los mitos del hombre arcaico: el mito del eterno retorno.
 Este mito no se circunscribe a las creencias de la Antigüedad, sino que se transmuta y resurge en la generalidad de las ideologías políticas al derivarse de la penosa consciencia de un tiempo inmóvil y a la vez reiterativo la necesidad de una esperanza de redención, una ruptura de la rueda que nos permita alejarnos de la identificación con el fenicio de Eliot, la liberación de la sumisión ciega, estéril, a las normas de la naturaleza. Ese anhelo de romper con lo inevitable, de subvertir las normas de la reiteración, se concreta en las esperanzas mesiánicas, tal como analiza con meridiana transparencia Norman Cohn en “El cosmos, el caos y el mundo venidero”. Escindida así la mentalidad entre dos planos de realidad, el de un presente perfectible en que se está atrapado y un futuro de redención y perfecto, la vida en esta realidad se presta a ser interpretada como un reflejo, una emanación, de algún dios del que copiamos los gestos, eco de un mundo ulterior, ultraterreno, al que sólo nos es dado el acceso a través del simulacro de la vida. Surgen, pues, al tiempo que las concepciones maniqueas y gnósticas, la creencia, no ajena a lo que aducirá Platón, de la duplicidad, en forma de simulacro, de lo real: la Jerusalén Terrestre existe gracias a la pre-existencia de una Jerusalén Celeste.
Así, sometiéndonos a esta mecánica especular y circular, es como toda vivencia más allá de lo biológico y ordinario es reflejo de un mito, los que Frye identificaba con los de la Biblia y Borges con el rey de Ítaca y el hijo de un carpintero hebreo. Como parte del juego de dobles, de simetrías, de retornos, los héroes habrán de vivir encarnaciones sucesivas, y así el rey Arturo de Bretaña pasará a ser “el rey que fue y que será”, Hitler se identificará a sí mismo como encarnación de Federico el Grande, José Antonio Primo de Rivera será reverenciado como el Ausente con una reverencia casi adventicia y esperado como un mesías secreto, Saddam Hussein se auto-invocará como avatar de Saladino, e incluso el general Perón habrá de verse engrandecido, en la década de los sesenta e inicios de los setenta, por ingenuas profecías de retorno y redención.
Borges en su laberinto

      No es otra que la nostalgia del paraíso la fuerza que alimenta este torrente confuso de esperanzas, la que nutre la cadena de repeticiones y arquetipos que Mircea Eliade presenta como los pilares del mito del eterno retorno que a la larga se transforma, en vista de la evolución de la Historia, en la constatación de una serie infinita de fracasos al pretenderse la reinstauración atemporal e inmóvil del Edén, misión que habrá de otorgarse a los dioses, a los dirigentes convertidos en dioses de sí mismos, cuando no en torpes demiurgos, en mesías que tampoco podrán evitar las repeticiones, dándose lugar a la creencia en la segunda venida de diversas figuras y divinidades en credos muy diversos, entre losa que cabe mencionar el Cristianismo con la parusía de Cristo,  el Hinduismo con Vishnú, el Islam con Jesús, el Mahdi o Mirza Ghulam Ahmad, el Bahaísmo con Bahá'u'lláh o la iglesia de Swedenborg con la figura del propio visionario sueco. Incluso en la más reputada tradición mesiánica, la judía, el mesías es contemplado en una venida duplicada: por una parte el Mesías hijo de José, que ha recibido al menos seis atribuciones, condenado al fracaso y cuya misión es preparar la venida del definitivo redentor, que sería el Mesías hijo de David.

Mircea Eliade Superstar

      Como se observa, en ninguna de las esferas se está a salvo del regreso. En el laberinto de espejos de los milenios, sólo cabe repetir las muecas de otros, adoptar sus palabras, imitar los gestos esbozados antes por dioses "porque ejemplo os he dado para que como yo he hecho a vosotros, vosotros también hagáis" (Juan, 23, 15), y es que "el que en mí cree, él también hará las obras que yo hago" (Juan, 14, 12). Y quien si acaso estas palabras que ahora terminas de leer, es otro quien las y otro es quien ahora coloca tras la palabra final el punto y final.



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