[Artículo inédito escrito con ocasión del 80 aniversario del estreno de "El cantor de jazz"]
“Dentro de todo ser humano hay un espíritu que anhela expresarse. Quizás esta canción de jazz lastimera y afligida sea, después de todo, la expresión incomprendida de su llanto”. Este rótulo, un tanto inconcreto y un tanto trascendente, daba la bienvenida a los espectadores que hace ochenta años, el seis de octubre de 1927, fueron a ver la película “El cantor de jazz”, dirigida por Alan Crosland. Tal vez acudían a las salas sabiendo que iban a ver una película importante, tildada de sonora. Pero en todo caso tal novedad no era tan revolucionaria como a la postre fue. Aún se recordaba el fiasco que supuso, el año antes, la película “Don Juan” del mismo Alan Crosland y también producida por la Warner, e interpretada por la mega-estrella John Barrymore y la pizpireta Miran Loy: en ella se escuchaban campanas cuando éstas doblaban, y se oía el chocar del acero en las luchas a espada. Un gran triunfo de la técnica. Pero en aquel momento los mejores locales de proyección contaban, además de con orquesta, con un departamento de efectos sonoros interpretados en directo. Así, aquel tañido, aquel batir de armas, sería ignorado por el público. Pero no por la industria, que produciría lo que llamarían Phonofilms y que no serían sino cortometrajes en los que ensayar las posibilidades introducidas por Crosland. Pero el cine mudo seguiría siendo el arte del silencio. Hasta que el 6 de octubre de hace ochenta años el cine comenzó a hablar.
Pero no nos engañemos. “El cantor de jazz” es, básicamente, una película muda, con sus rótulos en los que se describe a los personajes y se resumen los diálogos, pero con la particularidad de incluir sorprendentes momentos sonoros que, en este caso, y usando un término un tanto antiguo y entrañable, se pueden llamar minutos musicales. Además, la película es un melodrama, con una trama muy sencilla, con números musicales. Y es justamente la música la que modela la eficacia y el desarrollo de la película. Un ejemplo de ello es el uso de la música de fondo, que es básicamente la del himno litúrgico judío “Kol Nidre”, presente en las escenas hebraicas del filme, que se combina y alterna con otras músicas de forma que la lucha entre vida religiosa y vida profana que es el trasfondo del argumento queda expresada de forma espléndida.
"Wait a minute, wait a minute. You ain't heard nothing yet!"
Todos conocemos la imagen de Al Jolson (nacido como Asa Yoelson en Lituania en 1886 y judío al igual que su personaje en la película), disfrazado de negro con guantes blancos y gesto teatral. Pero, ¿qué cuenta la película? Los protagonistas son el matrimonio Rabinowitz, compuesto por un cantor de sinagoga y su abnegada esposa, y su hijo, Jakie. La acción comienza en el día de Yim Kippur, el día del perdón, el más solemne y sagrado del calendario judío, fecha en la que se perdonan todos los pecados. Debe tenerse en cuenta que la película se basa en la obra teatral “El día del perdón” de Samson Raphaelson. En esa fecha santa, el cantor Rabinowitz sorprende a Jakie cantando en un café, lo que le vale una azotaina a pesar de la amenaza, cumplida, de irse de casa para siempre si es castigado. Es al actor que hace de Jakie cuando niño, Bobby Gordon, a quien corresponde el honor de ser el primero cuya voz se oye en la película, al cantar el tema “Waiting for the Robert E. Lee".
Aquí, la película completa.
De nada
La madre de Jackie/Jack recibe cartas de su hijo, en las que relata sus progresos. Estando en Chicago, Jack acude a un recital del cantor Joseff Rosenblatt, que llegó a firmar contratos discográficos por cuantías superiores a las de Enrico Caruso, que le despierta su memoria judía. Este Jack que desea reconciliarse con su pasado recibe la oferta de actuar en Nueva York, la ciudad de su infancia. Así, en el 60 cumpleaños del padre irrumpe por sorpresa en casa, donde recibe los mimos y la comprensión de su madre, con la que mantiene un diálogo, el primero y único sonoro de la película, lleno de complicidad y alegría. Esta dicha es rota por la furia del padre, que vuelve a expulsarlo por la dedicación al jazz de su único hijo.
El espectáculo co-protagonizado por Jack Robin, “April Follies” está listo para su estreno, que tendrá lugar el día de Yom Kippur. Pero el cantor Rabinowitz está muy enfermo y en su lecho tiene la visión de que Jack cantará Kol Nidre en la sinagoga, sustituyéndole. De ser así, dará el perdón al hijo descarriado. La madre de Jack le visita en pleno ensayo general y le comunica la petición paterna. Jack se desgarra entre la obligación profesional y el impulso sentimental. Vence el afecto, visita al padre y es perdonado. Los compañeros teatrales de Jack irrumpen en casa y le conminan a volver al teatro, mientras su madre le invita a cantar al día siguiente, el del estreno, Kol Nidre para que su padre sane. Jack resume el dilema en un rótulo: “Tengo que elegir entre dejar pasar la mayor oportunidad de mi vida y romperle el corazón a mi madre”.
Kol Nidre
Llega Yom Kippur. El teatro está lleno, la sinagoga está llena. En ambos lugares se espera a Jack. La función se suspende: Jack está en la sinagoga, cantando Kol Nidre. El padre, emocionado al escuchar a su hijo, reconoce que lo ha recuperado y, al fin en paz, muere. En la sinagoga, la figura transparente del padre aparece tras Jak y aprueba su mano en el hombro. La compañera de reparto de Jack dice entonces “Un cantor de jazz cantándole a su dios”. Tras este clímax religioso, la película da un nuevo salto al futuro: Jack canta “My mammy” en un teatro, disfrazado de negro. En primera fila, feliz con la actuación, sonríe y disfruta su madre. THE END.
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