Este hombre que cumple 90 años dentro de dos días tiene el título de Sir, se le buscan entrevistas que apenas concede y se le pregunta, como si viera el futuro, por el porvenir de este planeta achacoso, martirizado por el calentamiento global y amenazado de ataques. Ahora mismo está en las librerías su última novela, “El ojo del tiempo”, escrita en colaboración con Stephen Baxter, y que demuestra que las facultades del autor británico no han desaparecido con la edad.
Es un caso extraño el de Sir Arthur Charles Clarke, Arthur C. Clarke para la historia de las letras, pues es uno de esos nombres, junto a Isaac Asimov y poco más, que es conocido por todo amante o aficionado a la literatura cuando se ha dedicado escrupulosamente al género de la ciencia ficción. Por ello, a la vez que llegan los homenajes y las evocaciones en masa, dediquemos estas páginas a glosar al gran superviviente de la edad de oro del género que se esfuerza en dibujarnos un futuro imperfecto que vamos evadiendo con nuestro presente imperfecto.
Radicado en Sri Lanka desde 1956, comparte con alguien tan insospechado como Ernesto Sábato (en activo a sus 96 años cumplidos) el hecho de haberse dedicado a la ciencia antes de abandonarla para dedicarse únicamente a la literatura. De hecho, el primer libro publicado por Clarke es “Vuelo interplanetario. Una introducción a la Astronáutica”, publicado en 1950 y premiado por la UNESCO en 1962. Su actividad literaria, con todo, comenzó a finales de los años 30, siendo de 1937 su primer relato de ciencia ficción, con ensayos y artículos científicos que serán interrumpidos en el periodo 1941-1946, cuando sirva en la RAF participando como especialista en radares en la Segunda Guerra Mundial. Es entonces cuando empieza a compaginar la ciencia con la ciencia ficción. Muestra de ello es que en 1945 predice en un ensayo lo que mucho más tarde será el satélite de comunicaciones geosincrónico y en 1946 publica su primer relato importante del género que, por entonces, se consideraba algo escapista, hecho para mentes candorosas. Dentro de su actividad científica, es curiosa su presencia en Barcelona en 1957 dentro del comité británico participante en el VIII Congreso Internacional de Astronáutica, que coincide con el lanzamiento del Sputnik Unon por la URSS.
Este caso de científico que soñaba con aventuras estelares terminará convirtiéndose en el de un soñador sin paliativos gracias a una película, analizada en estas páginas por Juan Antonio Vigar, convertida en una de las más enigmáticas, más abiertas, más sugerentes, de la historia del cine: “2001, una odisea del espacio”. Por lo tanto, poco se hablará aquí del monolito, de la película y de la breve novela que Clarke fue escribiendo a medida que el proyecto de Kubrick maduraba. Clarke es responsable de indiscutibles obras maestras como “El fin de la infancia” (1953) y el ciclo iniciado con “Cita con Rama” (1973).
En la primera de estas novelas, la Tierra recibe la visita de los extraterrestres, que ocultan en todo momento su apariencia y garantizan un periodo de prosperidad y paz como nunca se había conocido. El acceso a su aspecto quedará aplazado por cincuenta años según se acuerda con el secretario general de Naciones Unidas, convertido en interlocutor con ellos. Los detalles de la trama de este libro altísimamente recomendable no serán desvelados aquí. En todo caso, se trata de una fábula moral y de una amarga reflexión acerca de la esperanza. Tiene los componentes necesarios para que pueda ser leída desde una clave religiosa, tal como sucede, por poner un ejemplo notorio, con “Contacto” de Carl Sagan. El punto de vista de Clarke, con todo, no deja tanto espacio a la posibilidad del optimismo.
“Cita con Rama” tiene el privilegio de ser una de las novelas más premiadas del género, al haber recibido los premios Nébula, Júpiter, Hugo, Locus, John W. Campbell y el de la Asociación Británica de Ciencia Ficción. Todo ello solamente con la primera novela del ciclo, continuado en 1989, 1991 y 1993 en colaboración con Gentry Lee. Para los no iniciados, cabe indicar que el Premio Hugo es equiparado al Nobel dentro del género, ganándolo también Clarke en 1980 por “Fuentes del paraíso” (un libro en el que se trata de la construcción de un puente sobre el Estrecho de Gibraltar y de una “torre orbital” que lleve al hombre hacia un satélite; por medio, nuevamente los sentimientos religiosos tienen un papel fundamental). Un enorme artefacto extraterrestre, de dimensiones gigantescas es detectado en el siglo XXII. Una misión terrestre se encargará de explorar el gigantesco artefacto. El sentido de extrañeza, de maravilla, de incertidumbre, de finitud ante lo aparentemente infinito, de fragilidad ante lo que parece inalterable y eterno, nunca ha sido tan bien expresado. Esta sensación coincide con una de las “leyes de Clarke”, la tercera, según la cual la tecnología, a medida que vaya creciendo, se irá haciendo indistinguible de la magia.
Las otras tres leyes, surgidas entre 1962 y 1999, resumen el pensamiento del veterano científico y escritor: Primera: “Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado”. Segunda: “La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible”. Cuarta: “Frente a cada experto, existe otro experto igual y opuesto”.
En justicia, deben señalarse ciertos puntos oscuros ante quien es el último clásico vivo de uno de los géneros literarios más ricos en posibilidades y más incomprendidos. En 1998, Clarke fue nombrado caballero por el Príncipe Carlos de Inglaterra en el curso de una visita a Sri Lanka. El sensacionalista “The Daily Mirror” argumentó en su contra una turbia historia de pedofilia, ante lo que, a petición del autor, se detuvo el procedimiento de investidura de la alta dignidad honorífica hasta que la verdad quedara establecida. Una detallada investigación de la justicia de Sri Lanka determinó la absoluta inocencia de Clarke, y el periódico difamador publicó la necesaria rectificación. El 26 de mayo de 2000 sería finalmente investido como Sir Arthur Charles Clarke, caballero de la Orden del Imperio Británico. Por otra parte, es de rigor reconocer que algunas de las obras escritas en colaboración desde 1991 no tienen el nivel esperable de un maestro tan veterano. Con todo, y gracias a todo, Clarke sigue siendo el gran y último clásico vivo de la ciencia ficción. Con honores. Y con honor.
Artículo publicado en diario Sur el 14 de diciembre de 2007
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