lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuando fuimos esclavos


       Una vez fuimos esclavos en Egipto, recuérdalo, y ten en cuenta que porque una vez fuimos esclavos y ya no lo somos debemos ser virtuosos y dar las gracias a Dios. En lo anterior se resume, llevándolo al extremo del telegrama, el quinto libro de la Torah, del Pentateuco, y es ese libro de celebración de la libertad, de reconciliación con la vida, de esperanza en el futuro, en ese libro del Deuteronomio (queda raro hablar aquí del Antiguo Testamento cuando en el Nuevo está llegando a Belén una pareja que busca techo), donde está el espíritu pleno de un género musical que está a punto de llegar al Cervantes. El góspel. “No hay lluvia que te moje, / oh sí, quiero ir a casa, / no hay sol que te queme, / oh sí, quiero ir a casa, / no hay látigos restallando, / oh sí, quiero ir a casa”. 

     La cita es el 19 de diciembre, y quien comparece es el Alabama Gospel Choir, que ya estuvo en parecidas fechas en 2009. Son 20 voces las que conforman este coro fundado en 1946. En otro tiempo de esperanza y vida, en los que la libertad plena aún no estaba garantizada para los negros de Estados Unidos, de ese profundo Sur que cuenta en Alabama con una ciudad hermanada con Málaga, Mobile. “Gracia asombrosa, ¡qué dulce sonido / que salvó a un desgraciado como yo! / Estuve perdido, pero ahora fui encontrado, / ciego estaba, pero ahora puedo ver. / Fue la Gracia la que le enseñó a mi corazón a temer, / y fue la Gracia la que mis miedos quitó. / ¡Qué preciosa hace la Gracia / parecer la hora en que por vez primera creí! / A través de muchos peligros, esfuerzos y trampas, / ya hemos llegado. / Esta Gracia me ha traído seguro desde lejos, / y será la Gracia la que a casa me llevará”.
Mahalia Jackson: Amazing Grace

            Hablamos no sólo de la Biblia. Hablamos de una música convertida en fe, pues el góspel, que no en vano significa evangelio, es la expresión musical de una esperanza de plenitud y libertad. Para comprenderlo debemos irnos a ese siglo XIX de campos de algodón y látigos, tiempos en que en los sermones obligatorios había algo en su fondo que brillaba señalando el camino. El pueblo judío de las Escrituras pasaba a ser el pueblo sudoroso de los esclavos negros, y el Egipto de la opresión era ahora atravesado por el Mississippi, y las gracias a Dios del Deuteronomio, la gesta del Éxodo, pasaban a ser palabras y hechos que los esclavos podían hacer propios.  “Nadie sabe lo mal que lo he pasado, nadie lo sabe sino Jesús, nadie sabe lo mal que lo he pasado. Cantad. / ¡Gloria, aleluya! / Una mañana estaba caminando, ¡oh, sí Señor! / Vi unas bayas, / ¡oh, sí Señor! / Cogí las bayas y bebí el jugo, / ¡oh, sí Señor! Tan dulces como la miel del panal, / ¡oh, sí Señor! / A veces estoy alegre, a veces estoy triste, / ¡oh, sí Señor! A veces casi estoy por los suelos ¡oh, sí Señor!”. Y aunque naciera en el siglo XIX, hijo de los cantos de trabajo y sobrino del blues, será en la gran depresión del 29, de la que nuestra crisis de hoy es nieta, cuando tenga su desarrollo  pleno. Es entonces cuando el góspel, con el desarrollo de la radio y las discográficas, y al abrigo de la popularización del jazz, alcanza su momento álgido. “Hemos recorrido un largo camino, Señor / un largo camino. / Hemos recorrido un largo camino, Señor”. La capacidad subversiva de estas letras fue ya vista por el dirigente abolicionista y ex esclavo Frederick Douglass: “Un observador atento podía detectar en nuestros repetidos 'Oh Canaán, dulce Canaán, voy camino de Canaán' algo más que la esperanza de alcanzar el cielo. Queríamos decir alcanzar el Norte y el Norte era nuestro Canaán”. Es casi Navidad. Deberíamos ser felices. Para serlo, deberíamos mirar en nuestro fondo y recordar que una vez fuimos esclavos y que la vida está ahí delante, oh sí, Señor.
 Artículo publicado en diario Sur el 17 de diciembre de 2011

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