lunes, 10 de octubre de 2011

La rusa con botas

La zarzuela-opereta Katiuska, ambientada en la guerra civil rusa, lleva al Teatro Cervantes una obra maestra de juventud de Pablo Sorozábal
Llamamos rebeca a las chaquetillas de lana más o menos holgadas, y sin cuello, porque en una película de Hitchcock que así se llamaba las lucía Joan Fontaine. Llamamos katiuskas a las botas de goma que llegan casia la rodilla desde que Greta Garbo las lucía (garbosamente, y a juego con una gabardina) en la comedia “Ninotchka” y la gente, por aquello de que iba de rusos blancos y rusos rojos hizo la gracia de ponerle nombre de acuerdo con un éxito musical reciente: la zarzuela (puede que opereta) Katiuska, de Pablo Sorozábal. Ambos anécdotas de la cultura popular española, que mezclaba indumentaria, cine y música delata no sólo la popularidad de la oscura fábula cinematográfica (fácil es recordar aquello de “Anoche soñé que volvía a Manderley”) sino la capacidad de influir sobre los gustos populares de Sorozábal. Esa opereta (puede que zarzuela) llega al Teatro Municipal Miguel de Cervantes nada menos que el 12 de octubre, día de la Hispanidad pero también de la raza (léase y escríbase ahora con erre chica), en una producción de la meritoria compañía (por malagueña pero también por ser justos) del Teatro  Lírico Andaluz.

Mencionemos el necesario elenco para esta opereta (hay quien la llama zarzuela) en dos actos de Pablo Sorozábal con libreto de Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso: Lourdes Martín, Ruth Terán, Antonio Torres, Luis Pacetti, Victoria Orti, Susana Galindo, Vicky Bravo, Pablo Prados, Miguel Guardiola, Francisco Labraka, José Truchado, Patricio Sánchez y Alberto Cerrada. La coreografía es de Aída Sánchez; la dirección escénica es de Pablo Prados, y de Arturo Díez Boscovich la musical. El coro y orquesta son los del propio Teatro Lírico Andaluz.  
No es Sorozábal un compositor raro en nuestra ciudad, pues el año pasado ya se representaron en el Cervantes “Los gavilanes” y “La tabernera del puerto”, y en la memoria sentimental de quien escribe hay, allí mismo y en los noventa, una arrebatadora puesta en escena de “La del manojo de rosas” con un Carlos Álvarez jovencito y ya magistral. Curiosa opereta ¿o era zarzuela? ésta. Escrita en 1930 (la primera composición para la escena de su autor), fue estrenada en el Teatro Victoria, de Barcelona, el 28 de enero de 1931 (la República enseñaba las orejas en el horizonte), siendo grabada en un disco que al día siguiente del estreno ya se anunciaba en los periódicos. La apuesta discográfica por una obra primeriza y exótica (titulada como “Katiuska, la mujer rusa” y ambientada en la guerra civil rusa, entre zaristas y bolcheviques) se debe a que en ella participaba el que la víspera del estreno la cartelera de Barcelona llamaba “el divo de divos” Marcos Redondo. Entre los atractivos de la zarzuela (así se la llama en la prensa en ese momento) se cuenta, con un lenguaje casi taurino, con “4 decoraciones nuevas 4, de los reputados escenógrafos Valera, Zabala y Campsaunas, 120 trajes de la Casa Peris Hnos, Muebles casa Piqué. 40 profesores de orquesta, 40. La obra será dirigida por su autor el maestro Pablo Sorozábal”. El éxito fue el esperado. Arrollador.
Los rojos no usaban sombrero (sí gorros de piel)

La ligereza de la música, llena de piezas tarareables, junto a la extrañeza de la ambientación, que se reparte entre la Rusia convulsa y el París de la nostalgia y los exiliados, hizo que le cayera inevitablemente la denominación de opereta. Federico Sopeña supo ver el acierto de esta zarzuela (u opereta): “El gran músico de teatro que es Sorozábal se ve aquí, en esta obra de juventud, pues a través de la romanza nos da personajes que no son títeres, sino personajes de carne y hueso. Hay en esas romanzas, que pronto se hicieron popularísimas, una gradación hábil e instintiva a la vez: la voz grave de barítono expresando una emoción no ruda, pero si resueltamente varonil, fácil a la violencia y la voz de Katiuska que, deseando como escaparse hacia la pajarería de las tiples ligeras, se centra en un lirismo ingenuo y hondo al mismo tiempo, mientras que el tenor, por el mundo caído que representa, se lo coloca en un cierto tono gris logradísimo musicalmente”.
Artículo publicado en diario Sur el 8 de octubre de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario