domingo, 22 de mayo de 2011

La manzana de Picasso

Vivimos tiempos raros. Rodeados, asediados, de máquinas que nos hacen zozobrar cuando fallan, como en el reciente incendio que en Málaga nos dejó tocados con el cese de líneas ADSL, o de teléfonos móviles, en los que anidan terribles politonos, pasamos la vida en un presente eterno e infinito. Somos, ay, demasiado hijos de nuestro tiempo, cuando muchos han cambiado al Dios omnipotente y omnisciente por algo que se llama Google, y desdeñamos lo antiguo por considerarlo ajeno, elevados como estamos, como nos creemos, sobre una montaña de soberbia que nos hace inmunes a las tentaciones de lo que no late en el mismo calendario de nuestros días fugaces. Y es que, elevados sobre el pedestal del progreso, hemos mordido la manzana peligrosa y se ha cumplido lo que decía el Génesis: “Mas sabe Dios, que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses, sabiendo el bien y el mal”.
                        ¿Verdad que este sermón moralista y reaccionario, pese a su arbitrariedad y ánimo busca-bocas, se nota que está escrito pensando en estas alturas de los tiempos, recién comenzada la segunda década del siglo XXI? Pues prueben a cambiar los ordenadores y los teléfonos móviles por aparatos de radio y gramófonos, por la maravilla pasmosa del cine, por los discursos que prometían el paraíso (otro paraíso)  en nombre de Lenin, cambiemos esta óptica por la de los años veinte, con aeroplanos cruzando el Atlántico, con medicinas nuevas y miles de periódicos saliendo enloquecidos de relucientes linotipias, y puestos en los años veinte y treinta, comprobemos cómo esta vorágine de ahora es la vorágine de aquellas décadas de entusiasmo y riesgo, de futuro nuestro de cada día. Por ello es oportuno el concierto que en el Teatro Echegaray ofrecerá el pianista israelí Ishay Shaer el 27 de mayo bajo el título “La música en tiempo de Picasso”.


Ishay Shaer

                        Ningún artista ha representado mejor ese siglo de ciencia y de locura, cuando era científico el cubismo y era angustioso el surrealismo, de renacimiento y confianza cuando se apagaron los hornos nazis y en las pantallas había Technicolor y en los lienzos jugaban, danzando, las cabras junto a los faunos y era el día una congelada bacanal serena y celeste. Ese tiempo, el de Picasso, es el que se evocará desde el teclado con músicas de Maurice Ravel, de Bela Bartók, de Scott Joplin, de Isaac Albéniz y de Sergei Prokofiev. Son músicas que, anestesiados por los anuncios, el chundachunda, la radio fórmula o las tentaciones del pirateo, desdeñamos para, a lo sumo, mirar nostálgicos mucho más atrás, hacia el tiempo de Mozart y de Beethoven, de nuestro santo padre Bach o acercándonos más al siglo de Picasso, de Mahler y sus terremotos del alma. Es lo que hay, que quizás hemos optado, por aquello del confort cobarde, por no arriesgar, por pisar terreno seguro, por habitar en una orilla de carne mojada y dulce que firma Sorolla y no aquella en la que dos amantes se muerden y que soñó Picasso. Las estridencias de Prokofiev y de Bartok, el dinamismo del jazz de los ragtimes de Joplin, la revisión irónica del pasado que encarna Ravel o la asunción estilizada del folclore que encontramos en Albéniz son, al fin y al cabo, algo que también se puede apreciar en Picasso, el signo de unos tiempos que nos ofrece revivir Ishay Shaer uniendo a nuestra abotargada sensibilidad de hoy lo que sintieron y oyeron otros hombres en estos mismos sonidos, en un tiempo, el de Picasso en el que, como en el nuestro, el futuro es cosa de cada día. Tocará el piano Ishay Shaer, y nosotros, paisanos de Picasso, volveremos a oír esas músicas con los ojos abiertos, la manzana amarga en la boca, creyéndonos dioses que saben del bien y del mal.

Publicado en diario Sur el 21 de mayo de 2011

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