Desde hace años se me amontonaban algunos libros sobre el dictador italiano: Duce! Duce! de Richard Collier, Pio XII, Hitler y Mussolini de Giorgio Angelozzi Gariboldi, El papa de Hitler de John Cornwell, el Atlas ilustrado del fascismo de Jesús de Andrés Francesca Tacchi o El fascismo de Stanley G. Payne. Eso sin contar los títulos sobre la versión española del fascismo e incluso argentina (el inevitable Perón de los añois 40 y 50 y quien sabe si también de después). En ellos pensaba encontrar algún apunte sobre si el fascismo y el nacionalsocialismo no son sino derivaciones del estatismo socialista. Tal vez la futura lectura de Camino de servidumbre, de Hayek, termine de aclararme esa conexión. En todo caso, este primer volumen de la tetralogía novelística de Antonio Scurati, M. El hijo del siglo (2018), representa una de las aproximaciones más ambiciosas y rigurosas a la figura de Benito Mussolini y al nacimiento del fascismo en Europa. El autor italiano propone una obra híbrida entre la novela histórica y el ensayo documental, que reconstruye el período comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial y la consolidación del poder fascista en Italia (1919-1924). ficción y a la vez no ficción, un Truman Capote con su aquel de académico. Un autor sobresaliente y acaso una obra maestra.
Desde una perspectiva narrativa que combina fuentes primarias, intercaladas entre los breves episodios, dejando clara la solvencia documental de Scurati, con técnicas propias de la ficción literaria, el autor logra dotar de profundidad psicológica a un personaje que, por décadas, ha oscilado entre la mitificación nacionalista y la demonización superficial. La tesis implícita de la obra es clara: “Mussolini no fue un monstruo. Fue un hombre de su tiempo”. Esta afirmación, que aparece en las primeras páginas del libro, no busca exculpar al dictador, sino evidenciar el carácter sistémico, colectivo e ideológicamente sedimentado del fascismo como fenómeno histórico. En pocas palabras: Mussolini, y con él Italia, fue fascista porque pudo. Por mucho que la nación se incluyera entre las vencedoras de la Primera Guerra Mundial, la torpe gestión de la victoria y la glorificación de los soldados conocidos como Arditi, que son casi casi el equivalente itálico a los de los Freikorps alemanes y protonazis, junto a derrotas como la de Caporetto o las extenuantes batallas de Isonzo (nada menos que doce fueron, cinco de ellas victorias italianas, tres inciertas, tres austriacas así como la victoria final para las potencias centrales), llevaron a esa Italia perpleja y empobrecida, desprovista de gloria, al ensalzamiento de la violencia para esquivar un sesgo soviético.
El uso constante de materiales documentales (discursos parlamentarios, artículos periodísticos, actas del partido, cartas privadas) dota al texto de una legitimidad historiográfica que, sin renunciar a la literatura, le permite funcionar como un libro de historia. En palabras del propio autor, “el fascismo no venció por la violencia de unos pocos, sino por la renuncia de muchos”. Efectivamente, la responsabilidad no recae exclusivamente en la élite política, sino también en la sociedad civil que, por acción u omisión, legitimó el ascenso del totalitarismo.
A nivel estilístico, Scurati escribe con una prosa densa, sobria pero iluminada esporádicamente por deslumbrantes metáforas, que rehúye del dramatismo fácil y apuesta por la frialdad expositiva. Uno llega a escuchar la voz de Mussolini, arrogante y seductora, y a percibir cómo su figura se agiganta en medio del caos de la posguerra italiana.
En conclusión, M. El hijo del siglo no es solo una novela sobre Mussolini. Es una obra sobre la fragilidad de las democracias liberales, la manipulación del lenguaje político, el poder del relato y la facilidad con que la violencia puede institucionalizarse bajo discursos de orden, patria y grandeza. En tiempos de polarización y auge de nuevos populismos, su lectura se vuelve no solo pertinente, sino necesaria. Urgente.
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