A quién no le ha pasado sentirse un impostor, estar de sobra donde no debiera, escuchando palabras que no le interesan y que acaso no entiende. Es lo que sucede con la lectura de esta conclusión de la sobrehumana trilogía de Cixin Liu. Que uno se queda en un rincón, pasando páginas, esperando oír algo que le interese, que entienda. Y no es el caso. Lástima de 734 páginas y tantas horas. La culpa seguramente sea mía, ya que soy de Letras puras, vieja escuela de Humanidades, siglo XX. Lo que aquí se cuenta, con personajes poco interesantes -pocos personajes menos atractivos que la protagonista, Cheng Xin-, llega hasta más allá de la desaparición del Sistema Solar al pasar de las tres dimensiones a sólo dos, y sitúa el fin de la narración en el año diecisiete mil millones. Con un par. Todo ello en un relato que empieza prometedoramente en el asedio de Constantinopla pero que pasa a lo habitual, a los comités científicos, la burocracia política, los esfuerzos para poner en marcha mecanismos que salven a la Tierra. Ello dará lugar al paso de diversas eras (la de la Crisis, la Disuasión, la Posdisuasión, la Retransmisión, del Búnker, Galáctica, del Dominio Negro para el Sistema DX3906 y línea temporal para el Universo 647). Ninguna conmueve, todas sobran, pocas se entienden. Pero, ya digo, no es que Cixin Liu no sepa escribir libros consistentes (lo consiguió en las dos anteriores entregas de la trilogía, y muy especialmente en la segunda). Es que yo no tengo la paciencia ni los conocimientos para haber disfrutado de este libro. Y como lectores menos curtidos, siempre me quedará la adaptación de Netflix.