viernes, 28 de febrero de 2025

Lecturas: Guerra nuclear. Un escenario (Annie Jacobsen)

 Espoiler: todos mueren. O casi todos. En regiones de Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda, incluso Paraguay, quedarán un puñado de supervivientes. De aquellos que envidiarán a los muertos. 

Este libro, frío, riguroso, maniático y exasperante en su recuento de minutos, sirve curiosamente para perderle el miedo a lo que desde hace décadas está en el horizonte. Yo mismo llevo años haciendo cálculo de dónde resguardarme según llegue el aviso (ya ven: lo más factible sería el cuarto nivel de un aparcamiento subterráneo para terminar muriendo junto a un hipogeo fenicio). Ahora deshago todos los planes, olvido las contraseñas acordadas con mi esposa para garantizar la seguridad mutua: ahora sé que todas esas quimeras masoquistas son innecesarias. No queda esperanzas después de leerlo. Aunque sea Corea del Norte quien aquí comienza la guerra, seguidamente se implica Rusia que es quien termina por aniquilar el planeta por defectuosos sistemas de detección y por la incapacidad de Estados Unidos de comunicar con claridad que la represalia, aunque atraviese sus cielos, va dirigida contra el agresor. Todo ello en dos horas desde que es lanzado el primer misil norcoreano con destino Washington aunque antes llegará otro dirigido contra una central nuclear en California. 

Todo lo que aquí se cuenta, se imagina, se basa en entrevistas con científicos, militares y políticos occidentales que han participado en el desarrollo del poder nuclear actual. Que aunque es numéricamente inferior en cabezas al de la anterior Guerra Fría, es ahora más impredecible por la irrupción de potencias nucleares menos previsibles (Corea del Norte, Irán, Paquistán, India, Israel). Todo aquí es verosímil. E incluso inevitable. Sea como sea, no moriré junto a un hipogeo fenicio. Mejor así.



jueves, 27 de febrero de 2025

Lecturas: Sed de amor (Yukio Mishima)

 De Mishima ya he escrito alguna vez, afirmando aquello de Dante, un bel morir tutta una vita onora. Que el atormentado autor fracasase en su última misión, abucheado por la soldadesca mientras él hablaba de gloria (algo así como Jesucristo vejado por los soldados romanos en su carne inmortal), es una consumación de lo que también sucedió con sus novelas, al menos con las primeras (la que aquí gloso es la segunda): aporta un estilo elaborado, con frases campanudas (algo así como D'Annunzio), pero al servicio de una historia confusa que no llega a conectar con el lector. Con este lector. De poco sirva que quiera conmovernos si lo que nos muestra no conmueve. Ya saben, lo que le pasará con su última alocución. Pues en este libro es lo mismo, páginas y páginas de elegantes disquisiciones que pretenden diseccionar un alma, la de la viuda Etsuko, convertida en amante de su suegro y enamorada de un patán. Las tristezas pasadas de Etsuko no bastan para empatizar con ella, la relación con el suegro terrateniente tampoco es clara, y su encaprichamiento del desgraciado Saburo es cuanto menos inverosímil. Pero hay estilo. Y demasiada quietud. Como si lo hubiera escrito Balzac en esas páginas abundantemente innecesarias. Al final, en las últimas páginas, todo se acelera y algo pasa y hay sangre. Y hay un último párrafo perfecto que linda con lo sublime. Pero no sirve para justificar todo lo anterior. Al menos para mí.