lunes, 31 de julio de 2023

Lecturas: Las vestiduras recamadas (Salvador González Anaya)

 Fue popular entonces, y hasta alcalde de su ciudad natal. Y miembro de la Real Academia Española. Hoy su casa natal desapareció, por mucho que fuera paredaña con la de otro prócer malagueño de mayor alcance: Antonio Cánovas del Castillo. Cuya casa también sucumbió no hace demasiadas décadas. Aquello de la patria y los profetas, de la ciudad madrastra y sin memoria y por ello sin honor. Málaga, ay. 

Pues he aquí una memoria, la de unos sucesos y la de un autor. La de la quema de los conventos e iglesias en mayo de 1931, mal recibe una República a los creyentes, y González Anaya tan pasto del olvido. Los sucesos han sido bien investigados en la historiografía local, aunque olvidados por las generaciones jóvenes que no se preguntan, porque no lo saben, por qué las tallas que se procesionan en la ciudad cada Semana Santa tienen abrumadoramente una datación de posguerra. Porque hubo malagueños que salieron a quemar los templos y los conventos, todo lo que se prestara a la demagogia airada. En todo caso, éste es un libro-reportaje, que tomando como pretexto la vivencia de una familia en cuyo seno se debaten la piedad y el ateísmo militante vivirá una dinámica que en los últimos párrafos se resuelve en un crimen sorprendente de fácil lectura simbólica. Pero que da lugar a una detallada descripción de la última Semana Santa malacitana de la monarquía alfonsina, en la que no falta el costumbrismo diestramente mezclado con irreverencias y lenguaje desusado, elaborado a veces hasta el extremo, lo que da a esa descripción, cofradía por cofradía, aroma añejo de NO-DO, y su correlato apocalíptico y también menudo, con especial relieve concedido al asalto e incendio del Palacio Episcopal y de la parroquia de Santo Domingo, la del Cristo de la Buena Muerte de Pedro de Mena. 

Como en una película de catástrofes, son los acontecimientos de ese mayo iconoclasta lo que justifica el libro, lo que todo lector avisado aguarda. Lo que precede y sucede tiene un interés secundario. Por mucho que González Anaya se esmere en una escritura más que elaborada aunque ello le haga perder la atención del lector. Con todo, nos encontramos con un título cuya lectura merece la pena. Se comparta o no el paisanaje y el paisaje con esta ciudad de solares, cemento y bullanga. Y olvido.



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