Vale que a King se le ocurriera una frase, con la que comienza este libro y su larga saga, años antes. Aquella de El hombre de negro huía a través del desierto, y el pistolero iba en pos de él. Tampoco es que sea lo del coronel Aureliano Buendía, el paredón y el hielo. Ni lo de la heroica ciudad que dormía la siesta, nada de eso. Hay una mitificación de esta frase, este inicio, que no es especialmente brillante que hace incomprensible su prestigio. Dejemos claro esto de entrada: ese comienzo es una birria y mejor es dejar de dar la murga con él.
Pero más allá, a medida que la lectura, se nos descubre un libro fascinante, un mundo extraño en el que un niño actual (bueno de 1982, que es cuando se escribió) aterriza en un paisaje que se parece al Lejano Oeste, con ramalazos de organización social medieval, donde los Beatles ya han existido, así como la energía nuclear y los dispensadores de gasolina, en el que la magia, los milagros mismamente, incluida la resurrección, existe y hay lo que parecen zombies (los mutantes lentos) y no hay moral. Todo con una escritura que no parece la de King, que esta vez escribe con aparente felicidad, permitiéndose moverse por la ficción sin normas y con un estilo, entre el lirismo y el realismo descarnado, que me recuerda, con ese paisaje del Oeste, a la de Tom Spanbauer y aquella remotísima obra maestra que fue El hombre que se enamoró de la Luna. El pistolero, a quien encontraremos vertebrando, supongo, esta serie de siete libros, se permite sacrificar, con impasibilidad a una persona a quien el lector suponía que iba a proteger a toda costa. No es un personaje lleno de honor. Es un superviviente más en esa tierra baldía.
En todo caso, más allá de quien sea el hombre de negro o el pistolero y la torre oscura, esta novela cargada de prodigios y presagios, de inminencias, promete un recorrido que a buen seguro no se parece a ningún otro. Y aunque King, en la huida-persecución del niño Jakje y del pistolero (Roland Deschain de Gilead es su nombre de resonancias artúricas) sobre las vías del tren remitan a lo ya leído en el relato El cuerpo incluido en Las cuatro estaciones, sin embargo promete, y es una promesa que tiene su aquel, ser lo menos King posible y ser otro. Un autor de fantasía pura y libre en vez de un autor realista de terror. Iremos viendo en este blog en qué resulta esa promesa.
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