lunes, 27 de abril de 2020

Lecturas: Totalidad sexual del cosmos (Juan Bonilla)

Hace unos años, pocos, cenando con Juan Bonilla en Málaga junto a otros amigos escritores, éstos le preguntaron qué estaba escribiendo. En una novela, adelantó. Al preguntarle por el título, dijo, sonriendo, que Totalidad sexual del cosmos. Hubo risas e incredulidad, Va, Juan, dinos el título de verdad, que ese no puede ser. Pero al final fue. Con ese título raro que suena a discurso alucinado, y que es título de un poemario de la protagonista del libro, nos cuenta, en dos historias independientes y concatenadas, quién fue la pintora y poetisa mexicana Carmen Mondragón, conocida como Nahui Olin, y su redescubrimiento. 


Mondragón/Olin fue una audaz artista, a la que se la encasilla entre los naif a falta de otra etiqueta. Más bien fue una artista libre, libérrima, en su obra y en su vida. Dotada de unos ojos verdes y una belleza electrizantes, sacó partida de su físico seductor posando para fotografías eróticas, a la vez que casada con un homosexual encontró en el Dr. Atl, un nombre capital de la pintura mexicana, 18 años mayor que ella, a un maestro en el arte y en la vida. La primera parte del libro, Carmen, recoge su vida entre México, San Sebastián y París, como joven rebelde dominada por la figura paterna y su matrimonio amañado. Es entonces una joven madre que ve morir a sus hijos en lo que pudo ser un accidente y entra en terrenos resbaladizos. En la segunda, Nahui, asistimos a su transformación en artista y en mito. Bonilla sabe adentrarse en la psicología compleja de su protagonista, basándose en una documentación sólida dando voz a Nahui en sus cartas a Atl o en los poemas que pretenden tener una ambición cosmogónica que no alcanza. Mondragón, o Hahui Olin, no fue una gran artista. Tampoco lo pretendió. Pero fue un personaje de primera magnitud para el que Bonilla sigue un procedimiento similar al de su novela sobre Maiakovsky, Prohibido entrar sin pantalones.



Nahui Olin: Nahui y Agacino frente a Manhattan (1933)


Finalmente, el libro cambia de registro en su última parte, Sin principio ni fin, en la que el narrador pasa a ser Tomás Zurián, un restaurador y experto mexicano en arte, a quien está dedicado el libro, que cuenta cómo dio con la pista de Olin, cómo se obsesionó con ella y la sacó del olvido con una exposición. El equivalente a esa ambición de sacarla de la tiniebla de la indiferencia, es la que Bonilla asume y consigue con este libro. San Google será el encargado de concedernos el don de contemplar las fotos de Carmen Mondragó encuerada y sus cuadros de una honestidad absoluta.  


Nahui Olin: Carlos Bardi en San Sebastián (1933)


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