Padre y amado nuestro que estás aquí
delante y que seguirás por siempre, de manera sutil y misteriosa, presente en
nuestros corazones y memoria. Matías Montañez Fernández, es a ti a quien
nombro.
Tú fuiste el del centro de tres
hermanos, de los que ahora sólo queda la pequeña. Entre Miguel, tan formal y
exacto, y la princesa Antoñita, fuiste el que se escapaba de los colegios para
vivir aventuras exóticas de tres horas entre cañaverales y mosquitos, como
fuiste el niño extraviado en febrero del 37 cuando los italianos conquistaron
Málaga y te encontraron con un casco bamboleante entre soldados para los que
fuiste su mascota y su tierno trofeo. Fuiste ese niño al que propusieron
llevarse a Argentina, con tu tía Encarna y la pequeña Isabel.
Esas posibilidades de otras vidas,
recogido por un soldado italiano y llevado a la Italia de Mussolini, o adoptado
en la Argentina de Perón por tu tío exiliado, te llevaron a ser un soñador,
alguien que siempre se preguntó por otras vidas cuando fuiste un niño flaco en
los tiempos del hambre, pasando de cuartel en cuartel con tu padre guardia
civil y tu madre menudísima y requetesabia.
Aquel niño flaco se convirtió en un
mozo canijo que habilidoso con las manos quiso ser artista modelando cabezas de
romanos y cristianísimas vírgenes o pintando escasos pero minuciosos cuadros.
Tal vez fuera esa habilidad o la labia que compensaba su flacura lo que le
permitió ir acumulando romances hasta alcanzar las trece enamoradas. La
duodécima se llamó Josefa Arroyo y fue mi madre y la de Antonio José y Sandra.
La décimo tercera es Mercedes Manzano y es hoy y aquí su viuda.
En la vida y en el amor fue como en
el arte, un denodado trabajador capaz de dedicar décadas a construir un reloj
con hierros y piedras con un resultado, reconócelo papá, espectacularmente feo.
Siempre luchaste contra las
ingratitudes y por tu familia, arrojando a la adversidad una sonrisa y
guardando para la quietud del hogar que sólo allí brillara el astro oscuro de
la melancolía. Todos tus amigos evocarán ahora tu simpatía arrolladora, tu
alegría deslumbrante, tu humor atropellado e insensato. Pero junto a esa
sonrisa seductora e indesmayable anidaba la punzada de la nostalgia, del amor
truncado por un cáncer de Pepi, de las vidas que no fueron sino ensoñaciones.
Los tres hijos, los seis nietos, la
resignada indulgencia de Mercedes, intentaron mitigar las secretas tristezas de
este hombre bueno al que hoy despedimos. Mucho, padre nuestro, es lo que te
queremos. Y mucho más lo que te vamos a seguir queriendo. Adiós maestro, adiós
amigo, adiós padre. Buenas noches, dulce príncipe.
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