Excúseme la
comparación inicial. Patria, de
Fernando Aramburu, es de esos libros de los que todo el mundo habla, como pasó
con el código Da Vinci y con las
malhadadas Cincuenta sombras de Grey,
que uno no pudo sustraerse a ese ruido general y sumergirse en la lectura. De
todos ellos. De manera que reconociendo la basura de Dan Brown (que lo mismo
sale a relucir en este comentario unas líneas más abajo), me quedó la adicción
escapista, lo que otros llaman placer culpable, de leerme todos los libros del
americano, entre oh, ah, anda ya, y jajajá. Del pijo de los latigazos me quedó
un inmenso hastío y una culpa sin placer (tremenda mierda, al fin y al cabo).
De Aramburu me ha quedado una impresión rara.
Esposa e hijos del general de la brigada de la Guardia Civil
Juan Atarés Peña, asesinado por ETA en Pamplona el 23 de diciembre de 1985,
rezan ante su cadáver. Foto: José Luis Larrión.
Que Belén Esteban
haya, dicen, ponderado el libro me deja diciéndome “vale, es una garantía que
el libro se deje leer; es más, es imprescindible”. Así pues, me lo compré y me lo leí en tres,
cuatro días. Con creciente placer y con 125 capítulos tan breves y llevaderos
como los de, sí, Dan Brown. Al comienzo (no haré ningún spoiler para lectores nuevos), con el Txato muerto desde el primer
capítulo, la figura de su viuda Bittori va haciéndose cada vez más grande, más
importante, de forma que la novela entera trata de ella, siendo los demás, por
mucha importancia que tengan Nerea o Arantxa, satélites que giran alrededor de
la pena y la entereza, la perseverancia y la memoria, de Bittori. Aquí tenemos,
casi en paralelo, la historia de dos familias, ambas sin apellidos, que una vez
fueron amigas y después se separaron por quítame allá esas patrias. Una,
volcada hacia el mundo abertzale, con sus lemas y sus pistolas y sus curas, y
la otra volcada hacia la convivencia que te lleva a mirar para otro lado,
hablar del tiempo o simplemente callar. Es decir: la familia del Txato
asesinado, u mujer Bittori y sus hijos Nerea y Xabier y la familia de la
fanatizada Miren y su marido calzonazos Joxian y sus hijos Gorka, Arantxa y el
terrorista Joxe Mari. Los personajes se mezclan a través de un estilo sencillo
y directo, con personajes trazados con desigual maestría (a todos se los come
Bittori) y con un final correcto, un desenlace que desmerece la tensión con que
se sigue el libro y que nos hubiera dejado con ganas de algo más potente y
tajante.
Con todo,
Aramburu conserva su empatía con las víctimas en un libro en el que se menciona
a Gregorio Ordóñez y a Miguel Ángel Blanco y hasta a Yoyes, pero no a Ortega
Lara ni a Carrero Blanco. Tampoco hace falta. Un libro donde no se condena (no es necesario) a los asesinos
y sus cómplices (como el cura don
Serapio): basta con dejarlos expresarse, con razonamientos y efusiones nacionalistas
que vuelven a oírse hoy con acento catalán, para sentir asco. Un libro, en
suma, que no es valiente porque es simplemente objetivo. Que está cargado de
buena literatura pero que no es la gran novela sobre la sociedad vasca bajo el
terrorismo que aún está por escribirse. Al menos, en mi opinión (aunque tal vez no en
la de Belén Esteban).
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