Subtitulado
"Los mitos de la Guerra Civil", se trata de un excelente intento, en
2004, de aclarar, de opinar con datos y bibliografía, con serenidad, de
diversos no mitos sino tópicos en torno a la Guerra Civil: las tres Españas, la
inevitabilidad presunta, la atribución de culpas, las razones de la derrota y
la victoria, la moral de combate, el contexto exterior, etc. De todas las
aportaciones de Moradiellos, me quedo con su visión, en la órbita de Paul
Preston (su libro es de 1999) de que no se trató de una guerra entre dos
doctrinas totalitarias irreconciliables, fascismo y comunismo, sino entre éstas
y el reformismo republicano, que fue devorado, iniciada la guerra, por sus
antagonistas. Fue un conflicto entre Reforma, Reacción y Revolución. Tres
opciones antagónicas entre sí. La Reforma fue la primera víctima. Quizás ese
sea el drama mayor. Eliminada la opción más moderada, hubo una lucha a muerte
entre dos exaltaciones. Especial interés tiene, por lo poco conocido, un
fragmento de una carta de Juan Negrín al periodista Herbert Mathews, en 1952,
relatando sus conversaciones con George Orwell y que arrojan una vergonzosa luz
sobre el bando republicano y sus constantes desavenencias internas (ya se sabe,
Revolución contra Reforma): “Inquiría también por las causas de nuestra
derrota, que yo sostuve y sostengo más se debió a nuestra inconmensurable incompetencia,
a nuestra falta de moral, a las intrigas, celos y divisiones que corrompían la
retaguardia, y por último a nuestra inmensa cobardía que a la
carencia de armas. Cuando digo 'nuestra', no me refiero naturalmente a los
héroes que lucharon hasta la muerte, o sobrevivieron toda suerte de pruebas, ni
a la pobre población civil, siempre hambrienta y al borde de la inanición. Me
refiero a 'nosotros', a los dirigentes irresponsables, quienes, incapaces de
prevenir una guerra, que no era inevitable, nos rendimos vergonzosamente cuando
aún era posible luchar y vencer. Y conste que no distingo cuando repito
'nosotros'. Como en el pecado original, hay una solidaridad en la
responsabilidad, y el único bautismo que puede lavarnos es el reconocimiento de
nuestras faltas y errores comunes”
Lo siento: era demasiado tentadora la foto,
quizás la única que combina optimismo y 1936
Quedan,
como un segundo discurso de Gettysburg, las palabras de Manuel Azaña en el
segundo aniversario del comienzo de la guerra tan necesarias y justas ahora, 80
años después de ese 18 de julio: "Y cuando la antorcha pase a otras manos,
a otros hombres, a otras generaciones, si alguna vez sienten que les hierve la
sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia
y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que
escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la
batalla luchando magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados
en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con
los destellos de su luz tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje
de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad, Perdón".
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