Ya he contado en este blog cómo conocí a Pamuk. A su obra. En su país, a través de una buena conversación con quien bien conocía la obra y puede que al autor. Tras "Nieve", que no fue deslumbrante pero casi, tras perder en algún rincón de mi confusa biblioteca "Estambul", ha llegado el turno de "El Museo de la Inocencia". Que no ha sido un deslumbramiento, sino un cielo que se rasga camino del Bósforo, la mano de Dios que asoma entre nubes, que se clava en uno de mis ojos y me dice, tronante, "gilipollas, ¿cómo has estado tanto tiempo sin leer a Pamuk?". Porque no había llegado a rebasar la página 100 cuando tuve que suspirar y reconocer en voz alta que era el autor más brillante que había leído en mi vida. Más que Roth, que Vonnegut, que Auster. Que Borges. Que mi "abuelo" Sábato. Que los dioses bendigan Turquía por dar a Pamuk, que Odín no fulmine esta vez a la Academia sueca por haber dado el Nobel a quien se lo merece más que tantos.
Nos encontramos ante una obra maestra, un libro que te puede acompañar toda la vida, un relato amoroso lleno de dulzura y de lágrimas, de cuchicuchis y amargura, de pena, mucha pena, y de alegría. La vida, que la llaman los taxidermistas. Es la historia de Kemal Basmacı (en turco, hay íes con o sin punto, el apellido definitivo lo sabremos al final, mientras tanto será Kemal Bey), un joven empresario y heredero en el Estambul de 1975, que estando a punto de prometerse con su novia emprende un vertiginoso romance, pleno de carnalidad, con una prima suya de 18 años. Pronto, la prima, Füsüm Hanim, desaparece. Pronto, Kemal descubre la ausencia, la nostalgia, el extrañamiento. Aunque se reencuentren, él seguirá recopilando todo objeto, por humilde que sea, que la haga sentirse a su lado, que le haga consolarse de la distancia aunque esa distancia sea la mínima, en un sofá mirando ávidamente la tele en noches de familia. El final de la novela será trágico, de una tristeza inapelable pero lleno de ternura, de serenidad en la derrota y en el amor constante más allá de la muerte.
Porque es una novela de amor, de la pasión analizada y sentida y vivida. Una historia de obsesión y afectos. Una delicia compleja y maravillosamente contada. Son 83 capítulos magistrales. En el 60, el narrador formula: ¿Acaso no es el objetivo de la novela y el museo narrar con toda sinceridad nuestros recuerdos para convertir nuestra felicidad en la de otros? Esa pregunta que es afirmación equipara museo y novela. Porque esta novela es un museo, y hay en Estambul un museo que es esta novela. Ya desde el primer capítulo, el narrador en primera persona va señalando que tal objeto recién nombrado se expone en el museo. Pero no se trata de una metáfora: los objetos que Kemal recopila e incluso hurta se pueden visitar en un raro y reciente museo en Estambul. Vale la pena echarle un ojo a ese museo que Pamuk fue planificando a la vez que escribía la novela (aquí, la web) (y aquí, un recorrido virtual) En el último capítulo, Kemal cuenta que encarga a Orhan Pamuk escribir un libro que sirva como guía y explicación del museo, que dé sentido, incluyéndolos en un relato, a la multitud de objetos de ese museo. Pamuk acepta y anuncia que lo hará en primera persona, como si fuera el propio Kemal quien relata, ya metidos en la primera década del siglo XXI, su historia de amor. Que no es una gran historia (de hecho, pocos sucesos hay en la novela, que podría resumirse en pocas líneas) pero sí es una historia que emociona y se asume y se comparte y que se disfruta y también duele. No soy propenso al ditirambo, pero las 645 páginas de mi edición saben a poco. Quiero más, más Pamuk (en tres días salgo a un viaje lejos; "La casa del silencio" de Pamuk será mi lectura).
Además, en las últimas páginas se reproduce una esquemática entrada del Museo. Llevando el libro a la sede física del Museo de la Inocencia en Estambul (el Masumiyet Müzesi) te sellan la entrada de tu ejemplar y te dan acceso gratuito. Simplemente esa sensación fetichista de tener tu Museo de la Inocencia sellado puede llevarte a viajar a Estambul. Que todo, Dios mediante, se hará (o se intentará). No quiero entrar en análisis literarios de los que ya soy incapaz. Me basta con sentir todo lo que he sentido leyendo este libro bellísimo. E intentar compartirlo. Si no lees esta novela es muchísimo lo que pierdes. Como el amor más auténtico, el amor más perdido. Y encontrado y reencontrado y contado. Bendito, bendito, bendito Pamuk.
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