El mal, el mal. Que es el tema secundario de este libro. Y es lo
que sucede hoy en París. La barbarie de siempre, la estupidez de tantos siglos.
De los que repiten eso del Corán 08:39 “Combatid contra ellos hasta que toda la
oposición termina y todos se someten a Allah” Pero quiero llegar a viejo,
aunque eso me llegue en el hipotético y quimérico Gulag español. Es lo que nos
amenaza el destino: que te corten la cabeza, o cortarme la coleta de la
libertad por no adorar la de la opresión. No comulgar con lo que el gran orate
dice hoy en Twitter: "El Pentágono y la OTAN bombardean y destruyen países enteros, asesinan a millones, cada día.D verdad esperamos q no hagan nada?"
Pero no quiero perecer, aún no, por no creer en falsos dioses, por no adorar
falsos ídolos, por no renunciar a mi libertad aunque ahora tenga que hacerlo y
contenerme.
Pues nada, vayamos a
Palahniuk que me ha vuelto a asombrar (bueno, a entretener) con una ficción de
las suyas, de barracón de feria y mugre y desdicha y tontería. Esta vez es la
confesión de una pre-adolescente que desde sus eternos trece años nos cuenta cómo
es la vida en el Infierno tan temido, donde los demonios de toda cultura
ejercen de lo suyo y basta mearse en una piscina más de tres veces o cualquier
otra memez para merecer habitar en el averno. Como siempre, habrá un giro más o
menos sorprendente y macabro, nuevamente hay placer, un placer ligero, en la
lectura. Un final en exceso ambiguo y abierto e insatisfactorio. Y una
constancia que es más bien intuición: Palahniuk es un moralista, y de lo que
siempre escribe es del bien y el mal y sus consecuencias. Que Dios (o Satanás)
lo bendiga (o lo maldiga).
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