Hubo un
tiempo en que me gustaba Baricco. Me gustó “Seda”, con su cosita de miniatura
delicaday amanerada, no me incomodó la verborrea de “Novecento”, me gustó a
rabiar la brutalidad de la última línea de “Tierras de cristal”, me divirtió la
vanalidad burbujeante, cronopiana, de “City”, me sumergí demasiadas veces en
las primeras páginas de “Oceano mare” en su edición original en italiano para,
muchos años después, leerlo en español con cierta desgana pero sin cabreo. Y
justamente ahora me prestan “Mr Gwyn” para temer que los demás títulos que me
quedan en mi biblioteca del italiano del pelo bonísimo y la pose de
“soy-ideal-¿verdad?” quedarán durante algunos años más esperando su momento
(“Sin sangre”, “Esta historia”, “Homero, Ilíada”). Nada recomendable. A la que
sólo se le puede disculpar, a esta novela, a este autor, su brevedad de 178
páginas. El estilo Baricco está aquí en un buen momento, reconocible en sus
personajes con decisiones sorprendentes, actitudes inusuales, a los que
seguimos con interés. Pero aquí, el señor Gwyn de los cojones queda explicado,
a través de un análisis final por el personaje que interroga sus hechos y
trayectorias a través de una verborrea de película francesa doblemente mala,
frasecitas de tatachán y floripondio. Un asco, un horror, un error. Mala manera
de, en 10 páginas, cargarse el gozo previo de dejarte con cara de pasmado, de
descubrir el cascabel del gato entre los restos finales del plato que creíste
liebre. Una pena, un berrinche, una decepción. Avisados quedáis.
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