Es de esos libros que nunca hubiera leído. El niño
de la portada, en pose casi de etiqueta de galletas rancias, el título
prescindible, el abrumador grosor del volumen, conspiraban contra su lectura.
La recomendación de un amigo (y compañero), su recomendación entusiasta, me
llevaron a “Yo confieso”, de Jaume Cabré. El libro lo he leído con intensidad,
con placer, con adictiva tensión. Lo he dejado descansar, una vez terminado,
unos días. El entusiasmo se ha atenuado. Pero sigue siendo entusiasmo. Es de esas
creaciones que son casi obras maestras, que guardan tesoros generosamente
repartidos a lo largo de 762 páginas (disfruté del préstamo de la edición de
Círculo de Lectores), que tienen personajes bien definidos, plenos de
contradicciones (desconfiad de los que son monolíticos), de matices, de sombras
y dudas. Estoy a punto de dar el título de obra maestra a esta novela. Una
aseveración situada en una página, una gilipollez tremenda que equipara a
judíos y catalanes al declarar que los catalanes han sido perseguidos de forma
general por el simple hecho de serlo, es el único pero, la única mácula, que
puedo encontrar en este río de palabras.
Aunque sea la transmisión de un violín,
conocido como Vial, desde su fabricación en Cremota en el siglo XVIII, con vistazos
anteriores al Medioevo en el que acecha
el tremebundo Nicolau Aymeric (en mi lejana juventud, su “Manual de
Inquisidores” fue una perturbadora lectura), hasta la España actual (digo
España para callar el nombre de una región que Cabré llamaría gustosamente
país), es esa historia del violín sólo un pretexto para armar a su alrededor un
artefacto narrativo extraordinario que recuerda, por su ambición, al mitificado
“2666” de Roberto Bolaño (grata lectura, pero al final no encontré en Bolaño lo
que esperaba de esta novela monumental considerada, por otros, obra maestra).
Si allí era Archimboldi, con su peregrinaje errante, el hilo de la narración,
aquí lo es el violín Vial. Quien disfrutara del libro de Bolaño (yo lo hice, ma
non troppo), hallará en Cabré otro autor al que prestar atención. Juegos
narrativos como incluir las voces, concisas, del sheriff Carson y del guerrero
indio Nube Negra, la alternación de voces, el contrapunto narrativo mezclando
en un montaje osado el Holocausto (me cuesta no llamarlo Shoah) y la Inquisición
Española, nos permiten descubrir un maestro. En todo caso, es de esas raras
novelas más grandes que la vida, cuya lectura nos puede asombrar y empequeñecer
como la audición atenta y alerta de la Novena Sinfonía de Beethoven.
No
hablo aquí de la mecánica del libro, ni de las vicisitudes de sus personajes.
Ello precisaría una extensión que me es ajena y que ahuyentaría a quien me
leyera. Además, queda lejos de mi voluntad, de mi capacidad. Hablo de mi
experiencia de lector, del raro, aunque vacilante, interés y entusiasmo que en
mí ha producido este libro notabilísimo. Y que encarecidamente recomiendo,
apartando toda prevención.
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