Es jueves santo. No, Jueves Santo. Un hombre, que fue todos los hombres, muere. Pero la imagen sofisticada, elegante, la comparación retórica y espiritual que quisiera haber encontrado para comenzar este texto queda truncada. Hubiera querido identificar esa muerte con la de otro hombre que creyó en Cristo y que, simetrías lúgubres, ha muerto hoy, este jueves, Jueves Santos, hace unas horas. Es Francisco Hernández Díaz. Francisco Hernández, pintor. Paco Hernández. Nuestro Paco.
Este hombretón de voz grave y cascada ha fallecido en su localidad adoptiva de Vélez-Málaga tras uno de sus tantos ingresos hospitalarios en el que ha sido una afección pulmonar la que nos ha dejado vacíos a quienes lo quisimos, sin nada mejor que hacer que escribir para espantar la tristeza espantosa. Lo conocí hace más de veinte años, por razones laborales. Yo era coordinador de una beca para artistas y él era miembro del jurado deliberador. Ahí supo mi nombre y supo que era poco más que alguien que leía y comentaba, en voz alta, palabras de otros. Más tarde, publiqué en Sur algún que otro artículo sobre ese pintor magistral. Poco después llegó un gran dibujo, a tinta, y las cartas. Me admiraba, pero menos de lo que yo lo admiré. Nos cruzábamos cartas en las que él nombraba con apasionamiento a Teresa de Jesús y a Cervantes, y yo le contestaba con otras que citaban a Van Gogh o a Picasso. Paco, que tantas veces se reinventó tras ereflexión honda y valiente, y aunque últimamente había hecho una apuesta por una modernidad extraña y especialmente arriesgada, no era un artista para este tiempo, para este lugar. Me lo imagino más bien viviendo en el Toledo del siglo XVI, saliendo de misa para ir a su estudio, donde una incandescencia de Palestrina se podría leer en sus labios mientras pinta, esforzado, el pie doloroso de un crucificado. Porque Paco, y cuesta tantísimo nombrarlo cuando está peerplejamente recién muerto, pudo ser El Greco, o algún místico de ese tiempo que no es el de ahora pero que, querido Paco, Maestro, es el nuestro, ¿verdad que sí?
Duele su muerte. Su ausencia. Quisiera haber entonado una elegía digna de él y superior a mis capacidades. Pero ésto es lo que sale. En esta tarde gris de Jueves Santo. De un Jueves de Ceniza. Miro en mi archivo, busco otras palabras para él, alguna que leyó. Encuentro un recorte de Sur, del 20 de abril de 2007. Una crítica a una antológica suya. Lo copio. Insuficiente homenaje. Pero aquí está.
FRANCISCO HERNÁNDEZ, PINTOR ABSOLUTO
Hay exposiciones que se contemplan con cierto ansancio, en las que las obras, y más cuando pertenecen a un mismo artista, se observan con una sensación incómoda de que cada pieza es una variación de la anterior, dedicándose el autor a reiterar unas ciertas marcas de estilo con variaciones leves. Son esas exposiciones de las que el espectador sale con la imagen de un único cuadro que viene a ser el compendio de todos. Afortunadamente, el caso de esta muestra, 'Francisco Hernández 1945-2007' es otro.
Porque aquí se da la oportunidad para disfrutar de un altísimo artista que ojalá encuentre aquí la oportunidad para convertirse en un clásico de la pintura malagueña que el público sitúe a la altura de, por poner un ejemplo de pintor bien apreciado por el pueblo, Félix Revello de Toro, cuya antológica en este mismo lugar se convirtió en un clamoroso éxito de público.
Pero no significa esto que la obra de Revello y la de Hernández se parezcan. De hecho, no tienen ninguna afinidad. Simplemente, sirvan estas afirmaciones como aviso a los malagueños para que acudan tumultuosamente a las salas del Museo del Patrimonio Municipal porque la obra de Hernández posee una fuerza, una calidad y un interés como para situarse entre los favoritos intemporales de los visitantes. Oportunidades como ésta, pueden creerlo, no se dan a menudo.
Aunque conocido de sobra por los aficionados, y no solamente los de Málaga, Hernández es un artista absoluto, de los que crean creyendo en lo que hacen y solamente en lo que hacen, ajenos al tiempo o los caprichos del gusto. Es, por lo tanto, un creador titánico, un Maestro con mayúscula en este tiempo de osadías insípidas. No se puede glosar en una crítica la trayectoria de un autor que lleva nada menos que 62 años asombrando. Su pluralidad de temas y hasta de estilos sobrepasan con mucho lo que pueda explicarse en lo que no llega a ser más que un reflejo escrito de una experiencia visual. Baste con indicar que la contundencia angustiosa de la representación de Adán y Eva expuesta en la planta baja de las salas encontrará al final del recorrido la joya de un vía crucis dibujado con la sabiduría y la exactitud de un artista maduro y pleno pero con el dato de que el autor tenía entonces, 1945, trece años. Perplejidad produce Hernández, perplejidad su capacidad de multiplicarse en temas y estilos que van desde la congoja de vivir tal como la expresaba Francis Bacon hasta el Barroco de la Semana Santa de nuestra tierra o la Mitología que se asoma a 'La caída de Ícaro' con un prodigio de escorzos dignos del Renacimiento.
Todo ello urge y propicia la visita a esta muestra, montada con un acierto pleno y comisariada por Enrique Castaños Alés y que, avisado queda el visitante, quedará convertida en una experiencia que se tardará mucho, mucho, en olvidar. Si es que esto es posible.
Hace dos años, Paco, en un Viernes Santo,
habla de la pasión de Cristo
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