sábado, 3 de diciembre de 2011

Pearl Harbor, 07-12-1941. Un día que vivirá por siempre

Hace 70 años el mundo vivía una jornada clave para la Historia. El ataque japonés sobre la base estadounidense de Pearl Harbor condicionará la evolución de nuestro mundo
Fue el día clave de una guerra clave, el día en que el terror llegado del cielo llevó a salvar Occidente. Y aunque de forma críptica la frase anterior pudiera parecer una alusión al 11-S, en un juego de espejos terribles y luctuosos, nos referimos a lo que sucedió un domingo de hace 70 años, el ataque japonés contra la base naval norteamericana de Pearl Harbor, una operación militar que se planeó como un prodigio de estrategia pero que condujo a la derrota no sólo a Japón, sino también a la Alemania nazi y la Italia fascista. Haciendo entrar en la Segunda Guerra Mundial a Estados Unidos, este ataque traidor le hizo intervenir en la contienda y ganarla. Algo que ya había sucedido en la Primera Guerra Mundial, en la que fue neutral hasta que el hundimiento en 1915 de un buque de pasajeros inglés, el Lusitania, con abundante pasaje estadounidense, le llevó a involucrarse en el conflicto hasta entonces ajeno y, por vez primera, salvar Europa.

Este día clave, 7 de diciembre de 1942, está presente, además, en la cultura popular merced a numerosas películas, entre las que hay un clásico que toca tangencial pero magistralmente el episodio, “De aquí a la eternidad” (Fred Zinnemann, 1953), una rigurosísima reconstrucción fílmica, “¡Tora!, ¡Tora!, ¡Tora!” (Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, 1970), y un fiasco de fuegos de artificio, pasta gansa y caras bonitas, “Pearl Harbor” (Michael Bay, 2001). Los hechos históricos, los datos nítidos (dejando fuera las numerosas teorías conspiranoicas en las que se mezclan maniobras políticas, agentes dobles y masones), ocupan estas páginas que rememoran aquel primer día de la infamia.

Preparativos
Aquel día fue la culminación de una década de paulatino deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Japón, de la que son hitos imprescindibles para comprender el ataque la invasión japonesa de China en 1932 y el establecimiento, en 1937, de un estado títere conocido como Manchukuo, la constitución del Eje compuesto por Japón, Italia y Alemania en 1940, la ocupación japonesa de la Indochina francesa en julio de 1941 que llevó a los norteamericanos a congelar, ese mismo mes los activos bancarios japoneses en bancos estadounidenses, seguido de un embargo sobre el petróleo y otros suministros vitales para el esfuerzo bélico japonés. Estas medidas, que por parte de Estados Unidos estaban dirigidas a frenar a Japón sin recurrir a las armas, opción que era rechazada mayoritariamente por sus ciudadanos, que a pesar de las simpatías por Inglaterra y las democracias, preferían el aislamiento y, con él, la paz. En nombre de la paz, Estados Unidos atrajo sobre sí la guerra. Japón pudo aducirla defensa propia para pretextar su ataque: el embargo y las sanciones impuestas por Estados Unidos no les dejaba, para sobrevivir, otra alternativa que intentar doblegar, por la fuerza, la voluntad norteamericana de plantar cara al expansionismo de Japón en el Pacífico. Mientras los cazas, bombarderos y torpederos japoneses se dirigían a Pearl Harbor, una delegación japonesa se encontraba en Washington dispuesta a tratar una solución diplomática al conflicto que, hasta ese momento, enfrentaba a ambas naciones. El primer ministro japonés, Hideki Tojo, planificó las negociaciones como una tapadera que hiciera creer a los americanos la imposibilidad de la acción militar simultánea.

Pero, siendo la decisión política de Tojo, el cerebro tras el ataque era Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota combinada japonesa. Una vez que, según creían, la flota norteamericana en el Pacífico quedara fuera de combate, nada podría evitar la conquista de Indonesia y todo el Sureste Asiático. El 26 de noviembre, con sumo sigilo, la flota japonesa partió de las islas Kuriles, bajo el mando del vicealmirante Chuichi Nagumo, para concentrarse a 440 kilómetros al norte de Hawaii. Allí, desplegados en torno a la isla de Oahu, aguardaban 27 submarinos japoneses. Los mensajes cifrados que se cruzan los japoneses, y que son desencriptados por los norteamericanos, dan a entender que la opción militar está en marcha en caso de que las negociaciones en Washington fracasen. El domingo 30, una semana antes del ataque, un telegrama cifrado dirigido por Tokio a su embajador en Berlín anuncia la tormenta: “Las conversaciones se han roto definitivamente. El Imperio deberá actuar con determinación. Ponga sobre aviso al canciller Hitler de que la guerra puede estallar de un momento a otro motivada por cualquier incidente, y más pronto de lo que se imaginan. Vamos a avanzar hacia el sur. A la vista de su importancia, este mensaje debe mantenerse absolutamente en secreto”. Habrá ataque. Lo que los norteamericanos ignoran es el cómo, el cuándo, el dónde. El 1 de diciembre se emite un mensaje cifrado para ser recibido por la flota expedicionaria japonesa. “Escalen el monte Niitaka”. Es la orden de ataque. Los comandantes abren sus sobres sellados. En el interior, el plan de ataque sobre Pearl Harbor. Es el momento en que se pasa a informar a las tripulaciones, que ya se reúnen, entre cánticos patrióticos, en los puentes. Los pormenores de la operación, desde ambos bandos contendientes, pueden encontrarse, expuestos con maestría, en el libro “Pearl Harbor”, de Jean-Jacques Antier (RBA y Salvat).

Minuto a minuto
Llega el momento en que cada minuto cuenta. A las 6:37, el destructor Ward avista un minisubmarino japonés, tripulado por dos hombres, que seguía a un buque de carga norteamericano, que procede a hundir a las 6:50. A las 7:00 despega desde los portaaviones la primera oleada japonesa, que sólo tarda dos minutos en ser detectada por los radares norteamericanos, pero se interpreta erróneamente el dato con confundir los aviones japoneses con otros que se espera que lleguen desde California. A las 7:15 despega la segunda oleada. A las 7:49 el capitán de fragata Mitsuo Fuchida, que comanda uno de los grupos de aviones, da la orden de ataque en forma de señal codificada: ¡Tora! ¡Tora! ¡Tora!”. Tora, en japonés, significa tigre. Los 51 bombardeos en picado Aichi D3A1 se lanzan sobre la base de Ford Island y el cercano aeródromo de Hickam Fields, mientas 49 torpederos Nakajima B5N2, dirigidos por Fuchida, atacan los buques anclados en Pearl Harbor. A la vez, 43 cazas Zero atacan el aeródromo de Wheeler Field, en el centro de la isla. Los aeródromos tenían una guardia especial para evitar sabotajes contra los aviones, pero no esperaban un ataque aéreo. A las 8:54 llega la segunda oleada. Son 25 cazas Zero que sirven de escolta, 78 bombarderos en picado Aichi y 54 torpederos Nakajima. En este momento, las defensas antiaéreas de la isla son impotentes.
La canción, "I'm off to Yokohama",
termina por no desentonar

A las 9:25 el ataque ha terminado. Una tercera oleada de ataque, prevista para el caso de que fuera necesaria, no tuvo que intervenir. A las 10:05 el gobernador de Hawaii declara el estado de emergencia. A las 12:10 despegan vanamente aviones norteamericanos en persecución de los atacantes. A las 12:30 es asaltado por la policía americana el consulado japonés en Honolulu mientras el personal de la legación destruye la documentación comprometida. A las 13:30, la escuadra japonesa dio orden de retirada y emprendió su regreso hacia Japón. Pearl Harbor está situado en el sur de la isla, constituyendo una ensenada natural a la que se accede a través de un estrecho canal, lo que dificultará la salida de emergencia de los navíos. En el centro de la ensenada, la isla de Ford Island concentra a su alrededor lo más destacado de la base naval. Uno de los navíos fondeados en Ford es el acorazado Arizona. Su hundimiento, que produjo las mayores bajas del ataque, llevó a la muerte a 1.102 tripulantes, un comandante y un contraalmirante.
El ataque, en "De aquí a la eternidad"
Infamia
El día siguiente al ataque, el presidente Roosevelt reúne en el Capitolio al Senado y la Cámara de representantes, para explicar lo sucedido y pedir la declaración de guerra. El arranque del discurso es el que llama de la infamia a este día: “Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que vivirá en la infamia, Estados Unidos fue atacado por sorpresa por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón”. En él, se señalan, en una dinámica escalofriante, los siguientes e inmediatos pasos de Japón: “El ataque de ayer a las Islas Hawaii ha causado serio daño a las fuerzas militares y navales estadounidenses. Lamento informarles que se han perdido muchas vidas estadounidenses. Además, se ha tenido noticia de que buques estadounidenses han sido torpedeados en alta mar, entre San Francisco y Honolulu. Ayer, el Gobierno Japonés también lanzó un ataque contra Malasia. Anoche, fuerzas japonesas atacaron Hong Kong. Anoche, fuerzas japonesas atacaron Guam. Anoche, fuerzas japonesas atacaron las Islas Filipinas. Anoche, los japoneses atacaron la isla de Wake. Y esta mañana las fuerzas japonesas han atacado las Islas Midway”. La declaración de guerra no se alcanzó por unanimidad, ya que en contra contó con el voto de la representante por Montana, Jeannette Rankin, que en 1915 ya había votado contra la entrada en la Primera Guerra Mundial. La declaración de guerra por parte de Japón, que lacónicamente ocupaba sólo dos líneas, será entregada al embajador norteamericano en Tokio diez horas después del ataque, llegando a Estados Unidos el lunes por la tarde.

Con todo, el ataque no fue el primero de la guerra en el Pacífico. 95 minutos antes del ataque contra Pearl Harbor, los japoneses atacaron desde el aire Singapur, en manos inglesas. De igual modo, tampoco fue el éxito fulminante que los japoneses esperaban. Los tres portaaviones de la flota estadounidense no estaban aquel día en Pearl Harbor, y las previsiones japonesas no se cumplieron. Hallaron combate, y no sumisión. Y aunque la declaración de guerra impulsada por Roosevelt el 8 de diciembre no incluía al Eje, el día 11 Hitler declararía la guerra a Estados Unidos. Ese día, los nazis ratificaron su condena a muerte, que ya habían dictado para sí mismos el 22 de junio de ese mismo año al invadir la Unión Soviética. Con esa decisión de enfrentarse a los norteamericanos, Hitler esperaba que los japoneses le ayudaran en el combate, formando una tenaza desde el este y el oeste, contra los soviéticos. Estaba equivocado.
Rara grabación, y en color.

El prisionero y la deshonra
Entre las abrumadoras cifras de la jornada, hay una que llama especialmente la atención. Por parte norteamericana, había 143 naves y embarcaciones en el puerto, y 394 aviones en la isla. Las pérdidas se tradujeron en 1.247 heridos, 2.402 muertos y 23 naves hundidas y dañadas. Por parte de Japón, participaron 27 naves que portaban 423 aviones de los que despegaron 356, además de 30 submarinos. Las pérdidas supusieron 64 muertos, 29 aviones y 5 submarinos. El dato llamativo es la cifra de 1 prisionero. Éste, el primer prisionero de guerra japonés en manos estadounidenses, fue Kazuo Sakamaki, un oficial naval de 23 años, que participó como voluntario de uno de los cinco submarinos de bolsillo, tripulado cada uno por dos hombres. De aquellos diez voluntarios (antecesores de los inminentes kamikazes), nueve murieron en la operación contra Pearl Harbor. Tocado el submarino por un destructor norteamericano, fue descubierto y apresado Sakamaki por un soldado hawaiano. Su compañero de navegación desapareció entre las aguas. Mientras sus compañeros de misión fueron declarados oficialmente “dioses de la guerra”, el prisionero vio borrado su nombre de los registros japoneses. El primer prisionero pasó, así, a no existir. Y a ser un auténtico soldado desconocido. En los primeros momentos del cautiverio, se autolesionó, imploró que se le permitiera el suicidio. Al terminar la guerra, fue liberado y devuelto a Japón, donde se convirtió en militante pacifista. El almirante Yamamoto, estratega del ataque contra Pearl Harbor, morirá en 1943 al ser derribado por cazas norteamericanos. En una carta a un amigo, escrita unos meses antes, hacía el mejor y más doloroso análisis sobre los hechos de hace 70 años: “Un militar difícilmente puede enorgullecerse de haber destrozado a un enemigo dormido. Es un oprobio para el vencido, pero sin ninguna gloria para el vencedor”.
Artículo publicado en diario Sur el 3 de diciembre de 2011

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