viernes, 16 de septiembre de 2011

La tercera comunión


Comienza la temporada musical en Málaga con una propuesta de máximos, una negación de lo imposible, una promesa de plenitud. Porque los días 16 y 17 reunirá en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes (con la fachada devuelta al que dicen el color de ese remoto 1870 en que se inauguró con música de Rossini) a la contralto Patricia Bardón con Orquesta Filarmónica de Málaga bajo la dirección de Edmon Colomer, el Coro de Ópera de Málaga que dirige Francisco Heredia y la Escolanía Santa María de la Victoria guiada por Narciso Pérez. En el programa, una sola y enorme obra, la Sinfonía nº3 en Re menor, de Gustav Mahler. Ante la apabullante importancia de esta sinfonía, que tampoco es la más renombrada de su autor, resulta prescindible señalar que esta velada recibe el título de “Espejos literarios I” y que en el segundo espejismo, ya en noviembre, también estará Mahler aunque ya acompañado.
         Lo de la literatura viene en esta ocasión por la presencia de Friedrich Nietzsche en Mahler, pues al filósofo (y compositor amateur: de él he oído algunos lieder indigestos) corresponden los textos que son cantados en el cuarto movimiento, mientras que la letra del quinto corresponde a la recolección romántica “"Des Knaben Wunderhorn" y que entre nosotros tendría una traducción fea que mezcla juventud, magia y cuerno. El texto nietzscheano, que en la primera edición de “Así habló Zaratustra” se titula “La canción del noctámbulo” y “La canción ebria” en las restantes por una corrección del sabio, dice (en la traducción de Andrés Sánchez Pascual): “¡Oh hombre! ¡Presta atención! /¿Qué dice la profunda medianoche?/ «Yo dormía, dormía, / de un profundo soñar me he despertado:/El mundo es profundo / y más profundo de lo que el día ha pensado. /Profundo es su dolor. / El placer es más profundo aún que el sufrimiento:/ El dolor dice: ¡Pasa!/ Mas todo placer quiere eternidad. / ¡Quiere profunda, profunda eternidad!”.

¿Qué dice la profunda medianoche?


         Mahler, que buscó en las formas sinfónicas conseguir los mismos efectos (muchas veces, superándolos) que las óperas de Wagner, aquí, en esta sinfonía que puede ser la menos difícil de seguir y a la que tituló en un comienzo “Un sueño de una noche de verano”, trasdesechar losde “La gaya ciencia” y “Pan”,  buscó, y logró, una identificación, una comunión, entre música y naturaleza. Como un panteísta que sabe ver lo divino en la creación,  a lo largo de seis movimientos (1. El despertar de Pan. El verano hace su entrada; 2. Lo que me cuentan las flores del campo; 3. Lo que me cuentan los animales del bosque; 4. Lo que me cuenta el hombre; 5. Lo que me cuentan los ángeles; y 6. Lo que me cuenta el amor), consigue que se convierta en algo más que una ocurrencia la anécdota de aquel paseo con su discípulo Bruno Walter, cuando paseando por un ameno paisaje campestre en Steinbach-am-Attersee, Mahler, viendo embelesado al amigo, le dijo: “Es inútil que mires el paisaje: ha pasado por entero a mi sinfonía”. En esta música hay paz, hay trascendencia, hay grandeza, hay pasajes de arrebatado lirismo como los pasajes para la contralto en el cuarto movimiento, uno de esos instantes que te hacen caer todas las barreras y saberte mortal y prescindible, asquerosamente imperfecto ante semejanza intangibilidad. Hay, pues, entre estos vislumbres de paraíso, la serpiente que se oculta entre las flores y hay también lágrimas que brotan en el quinto movimiento, y las voces infantiles proclaman que “será amando al buen Dios toda tu vida / que obtendrás la alegría celestial". Hay un ascenso y un descenso del alma por la belleza (la imagen y el concepto corresponden a Leopoldo Marechal), una gloria vencedora que nos abate, tan dulces y tan vencidos, tras esta sinfonía tercera que es una redención tercera, una tercera comunión. Y podremos ir en paz.

Artículo publicado en diario Sur el 10 de septiembre de 2011


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