viernes, 9 de septiembre de 2011

Aquí la eternidad

Las discusiones sobre la conveniencia de terminar su torre no deben impedir acercarnos con serenidad a la catedral de Málaga

      Que todos los malagueños tengan una opinión sobre la conveniencia de terminar la catedral, de lo acertado que pueda ser considerarla la Manquita, significa que es, junto a la Alcazaba, el monumento malagueño más notorio, el que siempre, tanto monta, protagoniza la imagen que se tiene de la ciudad, el que sirve, junto a la fortaleza arábiga, para dejar impresionados a nuestros visitantes, que oirán alguna explicación, más o menos desajustada a los hechos, para explicar su asimetría. Así, habrá una historia, que es hermosa pero deliciosamente falsa, que cuente cómo Carlos III quiso colaborar en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos dedicando a los rebeldes de Washington los dineros que podrían haberse convertido en piedra sacra malagueña. Otros, más cercanos a la realidad, concluirán que se acabaron los fondos porque hubo que dedicarlos a necesidades más perentorias como la construcción de caminos. Sea la fábula que dibuja una catedral de la libertad o la que delata una Málaga pobretona y sin llegar a fin de mes, dejando aparte la polémica y el debate que ahora (y siempre) se nos presenta, preciso es mirar, visitar, desapasionadamente, el principal templo malagueño, que, tras la Giralda sevillana, tiene la segunda torre eclesial más alta de Andalucía.


      Para calibrar hasta qué punto desconoce el malagueño medio el que puede ser el monumento que en primer lugar aconsejarían visitar a un forastero, sería instructivo preguntar, a modo de encuesta, el nombre de la catedral. Pocos serían los que darían como respuesta la Encarnación, algo que consta en una placa de mármol tras la reja de la entrada principal, que en sus tres puertas monumentales recoge la escena de la Anunciación que se utiliza también como símbolo de la Encarnación, mientras que ambos lados se recoge la imagen de los un tanto postergados patronos de la ciudad, los santos Ciriaco y Paula. Simplemente este exterior, ya sea la fachada con el conjunto armónico que representan la Plaza del Obispo y el Palacio Episcopal, merece ser admirado, y más cuando se le añade la capilla del Sagrario, con su portada gótica tardía, y los patios que la rodean. Pero los atractivos principales, y que hacen olvidar la anécdota de las torres, se encuentran en el interior. Con una magnífica fusión de elementos renacentistas y barrocos que se fueron integrando entre 1528 y 1782 a lo largo de tres airosas naves de igual altura, con bóvedas labradas, y con la central de mayor amplitud, alberga una obra maestra absoluta: la sillería del coro tallada por Pedro de Mena que constituye una cumbre del naturalismo barroco español y que a lo largo de 37 años contará con la intervención de otos dos escultores: Luis Ortiz y José Micael.  Entre su patrimonio se cuenta con retablos que testimonian las convulsiones de nuestra Historia como se manifiesta en la convivencia de piezas de comienzos del siglo XVI con otras recompuestas tras la Guerra Civil. Una selección caprichosa del patrimonio artístico que exhibe la catedral destacaría las esculturas de Pedro de Mena (siglo XVII), Fernando Ortiz (siglo XVIII) y de Salvador Gutiérrez de León y los hermanos Pissani (siglo XIX),  y las pinturas de Jacopo Palma y César Arbassia (siglo XVI), Claudio Coello, Alonso Cano, Juan Niño de Guevara, Miguel Manrique, Cristóbal García Salmerón, Cornelio de Vos y Antonio del Castillo (siglo XVII), Diego de la Cerda (siglo XVIII), Enrique Simonet (siglo XIX)además de piezas de los talleres de Van Dyck y Brueghel. La presencia de diversas tumbas, entre las que destacan las del obispo Luis de Torres (siglo XVI) y del cardenal Herrera Oria (siglo XX), aporta un dato lúgubre, al que unir la presencia de los restos del poeta de la generación del 27 José María Hinojosa. Un pequeño museo al abandonar el recinto añade los nombres de Luis de Morales y José de Ribera a esa joya cultural singular. Ante todo esto, este vislumbre de eternidad, discutir sobre torres puede, y debe, resultar baladí.

Artículo publicado en diario Sur el 3 de septiembre de 2011

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