Es lo que pasa con lo de vivir a estas alturas de todo, que el pasado, o simplemente lo otro, se nos presenta como un elemento de escape, de renuncia a las pompas y vanidades del demonio y la carne y la madre que los parió, que pensamos en montañas y árboles cuando estamos en la ciudad tan agobiados de metales y prisas, y queremos paz y grillos, o se nos presenta que un tiempo en que todos sabían lo que eran unas polainas o una falsilla eran mejores que aquellos en los que sabemos demasiado bien qué es crisis, qué es euribor. Por eso, y porque sé que uno resulta elegiaco cuando no es apocalíptico, es acertado el programa que bajo el título unificador de “Metrópolis I” nos ofrece la Orquesta Filarmónica de Málaga en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes el 10 y el 11 de junio. Con Michael Stern a la batuta y Roberto Díaz a la viola se ofrecen las Danzas de Galantá, de Zoltan Kodály, el concierto para viola de Kriyzstof Penderecki, los “Valses nobles y sentimentales” de Maurice Ravel y la suite “El mandarín maravilloso” de Bela Bartók.
Al fin y al cabo, estas músicas, congregadas aquí siguiendo un designio sabio, juegan a eso, a mostrarnos las angustias de la vida moderna y la irremediable lejanía de ese otro tiempo, ese otro lugar, en el que éramos puros y éramos inocentes. Las danzas de Gálanta, del pedagogo y compositor Kodály reflejan una pasión que compartió con el autor que cierra el concierto, Bela Bartók. Durante treinta años recogerían y catalogarían varios miles de canciones folclóricas de Hungría, Eslovaquia y Rumanía. Con una deslumbrante orquestación, la reelaboración que presenta Kodály es rítmica y evoca a los gitanos con violines en aldeas con vino propicio, atardeceres de oro y osos que bailan. Un primor de nostalgia que evoca la vitalidad de un lugar en que Kodály fue joven y la riqueza inmortal del folclore verdadero.
Folclore sagrado:
Las danzas de Gálanta, en una sinagoga
El concierto para viola de Penderecki, compuesto por encargo de Venezuela para conmemorar el bicentenario de Bolívar, sirve para perder el miedo a un autor que asociamos al desasosiego y la tragedia a pesar de los ejercicios de virtuosismo casi chamánico que asoman acá y allá y de la atmósfera lóbrega que domina este concierto constituido por un movimiento único. Se trata de la primera audición en Málaga, pero su contraste con el optimismo ensoñador de Kodály sirve para darnos la patada hacia este lado malo del espejo.
Los “Valses nobles y sentimentales” de Ravel ya desde su título delatan la ironía de evocación de un mundo de pitiminí y cursilería que, en palabras de Ravel, pretendía ilustrar a través de siete estampas la historia de la doncella Adelaida y sus dos pretendientes, cada uno de ellos con una flor, acacia y amapola, que significan amor platónico y olvido, y una tercera, la roja de la pasión, que la hace caer en brazos del más digno. Esta ñoñería tiene su reflejo distorsionado en esta música descaradamente torpe y obscenamente bonita. Y cuando tengamos la certidumbre de que acabamos de escuchar un cuento vendrá Bartók con su malvado y rijoso (pero adorable) mandarín a rompernos la ensoñación sentimental. Aquí tenemos una música expresionista, casi de pesadilla, más intensa y desesperante que la de Penderecki, que ilustra una pantomima que escandalizó en su tiempo y llevó a la prohibición de esta música en catorce partes en las que una chica se prostituye engatusando sucesivamente a un viejo verde, a un muchacho tímido y a un mandarín que preferirá la muerte a cambio de la posesión física de la moza.
Artículo publicado en diario Sur el 4 de junio de 2011
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