Hay lugares que además de escondidos son tesoros y son símbolos. Es lo que sucede con el Antiguo Conservatorio María Cristina, nombre rancio y más cargado de misterio que el prosaico Sala María Cristina con el que se insiste en llamarlo ahora, como si fuera un sitio de cumbia y chachachá, con aquello de que María Cristina me quiere gobernar y yo le sigo la corriente... Pues ese lugar está detrás de una fachada sosa detrás de una verja algo menos insípida tras dejar atrás una placita, la de San Francisco, que huele a XIX puro con un mármol que representa a Pomona y el naif toque sacro que pone una casa de hermandad con palomas fingidas repartidas por su fachada en lo que es un simulacro no ajeno al estilo de Lladró. Pero dejemos las aves inmutables, la diosa de mirada mansa, traspasemos la verja y entremos en el lugar más allá de los nombres. Encontraremos una antesala decimonónica, digna de confidencias en una escena apócrifa de “El Gatopardo” de Visconti. En ella, unos espejos son atravesados caprichosamente por guirnaldas de flores pintadas con gruesas pinceladas sobre el cristal. Son el resultado, y el testimonio, de aquel remoto y terrible terremoto que padeció Málaga en 1884. Los daños sobre los espejos, en una ciudad que estaba ya en crisis, fueron resueltos no cambiando los espejos sino pintando sobre cada grieta para salir del paso por un tiempo más que ya es de más de un siglo y cuarto.
Uno de los espejos del María Cristina
Esto de aguantar el tiempo y vencer, sortear, la crisis, de resistir escondidos en un rincón manteniendo esplendor y dignidad viene a colación porque es el María Cristina (vale, la Sala María Cristina) el escenario único del séptimo Festival de Música Antigua de Málaga que en apretada sucesión tendrá diez conciertos de gran interés entre el 27 de junio y el 8 de julio. Organizado por la Orquesta Filarmónica de Málaga y patrocinado en raro pero lógico acuerdo por el Ayuntamiento de Málaga y Junta de Andalucía, es una ocasión especialísima para recuperar sonidos que nunca debieran apagarse en un lugar que tiene más de las virtudes del oro y de las flores que de las cenizas y el silencio. La próxima semana tendremos ahí, en la Sala María Cristina, los siguientes conciertos: el lunes 27 de junio el Asmir Ensemble con el programa “Música Andalusí” con piezas de Al-Istihlal, Al-Maya y Tawassoul; el martes 28 actuará La Hispanoflamenca, dirigida por Bart Vandewege con el programa “Victoria en Roma” integrado por piezas de Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero, Palestrina y anónimas; le seguirá el miércoles 29 Corniloquio, grupo de trompas naturales y barrocas dirigido por Javier Bonet con obras de Mozart, Haendel, Corette, Marcello, Wallond y anónimas; el jueves 30 es el turno de Camerata Iberia, dirigida por Juan Carlos de Mulder y con el tenor Lambert Climent como intérprete destacado, que bajo el título de “Flores de Música” (un eco inesperado de esas flores que anulan a los daños y grietas) acoge piezas anónimas y del Cancionero de Palacio junto a otras de Juan de Enzyna, Luis Milán, Mateo Flecha, Heinrich Isaac y Sebastián Aguilera de Heredia; para terminar gloriosamente la semana y el mes, el 1 de julio actuará la Capilla Real de Madrid, dirigida por Óscar Gershensohn con la interpretación de “Cantica Beatae Virgine” de Tomás Luis de Victoria con doble coro y capilla musical.
Pasan los siglos, pasan los hombres. Permanecen los sonidos y los nombres, el esplendor de la cultura sobre los espejos inmortales.
Artículo publicado en el diario Sur el 25 de junio de 2011
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