lunes, 11 de noviembre de 2019

Lecturas: La torre de la soledad (Valerio Massimo Manfredi)

Una novelucha con pretensiones que regalaban con una revista de Historia. Entre hundirme en las páginas de lo último de Elvira Roca o en la novela de un amigo, liquidar por fin un tomito de Bioy Casares o un excelente ensayo sobre los nazis, me dije "sea, me leo esta chorradita para echar el rato". 

De Manfredi me leí en su momento su trilogía Alexandros que era correctita nada más. Lo que es una virtud a la vista de este dislate que irá mañana al contenedor azul. En la contracubierta, a modo de elogio, una cita del propio Manfredi: "Una de mis mejores novelas". Lo cual significa que el tipo da por hecho de que tiene más de una novela buena, y que ésta se incluye entre ese selecto grupo de presuntos buenos libros. Pero aquí, para mí, desde los varios miles de libros leídos en los últimos casi cincuenta años, éste es uno de los peores. Ridículo hasta decir basta. Empieza con la consabida escenita de romanos (de las que vive este escribidor presuntuoso), pasa a la Italia de Mussolini, sin apenas menciones a la época, introduce con cameos idiotas al mismísimo Guglielmo Marconi y por medio hay monstruos en el desierto, la Legión Extranjera francesa, un polvete en un oasis narrado de la forma más relamida y estilosa posible (y por tanto, ridícula) que no sabe uno si lanzar a la basura el libro o hacerse célibe de por vida. Con un villano de cartón piedra, amores bobos y un final atropellado, grandilocuente, y tan confuso como épico y tan ruidoso como gilipollas. Y con diálogos transcendentes como éste entre un padre y un hijo:

- ¿Crees que la batalla terminará con tu pena y mis añoranzas?
- No, pero será el momento cumbre de nuestras vicitudes terrenales. Cuando salgamos del hierro y el fuego lo que quede de nosotros será aquello más cercano a nuestra verdadera naturaleza. Si, por el contrario, llegamos a sucumbir, al menos cruzaremos al galope el fin de la noche.

En fin, por chorradas como ésta, ya sabemos qué le pasó a Alonso Quijano el Bueno. Hala, al contenedor azul. 


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