viernes, 27 de enero de 2023

Lecturas: Los ojos del dragón (Stephen King)

 Cómo escribir sin ganas. Tanto yo como King. Cómo escribir él porque considera necesario un giro, total por unas pocas semanas escribiendo una birria de novela nada se pierde. Y he ahí, en plena época de su desfase vital con drogas y hasta colutorio (hay que estar muy desesperado para colocarse con ello), que tras haber colaborasdo con Peter Straub en la irregular El talismán, decide intentar reciclarse como autor del pseudogénero de Espada y brujería. El resultado es este fiasco, este desaguisado. Este subproducto. El segundo patinazo en su carrera tras aquel Ciclo del hombre lobo. Esta vez no hay excusa que valga, por mucho que el voluntarioso y a veces heroico Tony Jiménez intente poner paños calientes en el primer tomo de su guía de lectura de las obras de King. Aquí todo es bobo, todo es previsible, y no tiene ningún interés y con una calidad literaria mediana tirando a baja. Que el villano se llame como el de Apocalipsis y el rey se llame como el protagonista de la serie de La torre oscura son trucos baratos para tapar la falta de ideas. Cuando se lee esta fabulita sobre el bien y el mal con tintes de cuento infantil (ese mundo de príncipes y hechiceros, esa moralina obvia), se llega a la conclusión de que el autor está acabado y que en adelante lo va a leer su abuela hija a la que dedica el libro (junto a Straub). Pero, ay, eureka, aleluya, hosanna, después escribirá una maravilla como el segundo tomo de La torre oscura y Misery. Para volver a hundirse con Los tommynockers y redimirse (en parte) con La mitad oscura. Así que sigamos confiando en King, que como escribano puede echar tres o cuatro borrones en su amazónica y abrumadora producción. 



viernes, 20 de enero de 2023

Lecturas: La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso (Santiago Roncagliolo)

 Es un buen libro. Es un mal autor. 

Con esas seis palabras debiera bastar. Pero el lector querrá saber más. La contraportada se atreve a comparar insensatamente este libro con A sangre fría de Truman Capote. Total, porque Roncagliolo mete aquí y allá sus vivencias entre las páginas. Entre ellas el dato, decisivo, y ya se verá por dónde sale el tiro, de que todo parte de un ofrecimiento al diario El País de escribir una serie de reportajes sobre Sendero Luminoso. De ellos sólo se llegó a publicar uno, cuyo alcance Roncagliolo magnifica en estas páginas. Pues bien, cuenta que se marcha alguna que otra vez a Perú para documentarse, en lo que él mismo no oculta que son estancias rápidas, insuficientes. Pero sí que logra lo que promete el subtítulo del libro, refiriéndose el título a cómo los suyos llamaban a Guzmán, siendo las espadas previas Lenin, Stalin y Mao. Hace un recorrido objetivo y bien narrado por la vida y acción de Guzmán (obviando su etapa de formación en China, lo que es un punto negativo para una biografía que arranca con la niñez pero que obvia esta etapa). Hasta ahí, lo dicho: un buen libro.


Es un mal autor por saltarse parte de la investigación (¿ir a China, intentar acceso a archivos chinos, buscar testigos de esa etapa? Qué pereza) y por algo grave: por saltarse la ética a la hora de (aquí asoma El País) formular ciertas afirmaciones. Creyendo que los lectores peruanos lo van a aceptar tal cual, o que los lectores españoles no tenemos memoria y además somos tontos. Lo hace al afirmar Tres cuartos de siglo después de la guerra, cuando ya nadie podía ir preso, el juez Baltasar Garzón ordenó simplemente buscar los cadáveres de los desaparecidos. Aun así, el Poder Judicial expulsó al juez. Tal cual. Basta con ir a una fuente tan sucinta como la Wikipedia para recordar por qué el juez prevaricador Garzón fue expulsado de la carrera judicial: El 22 de febrero de 2012 fue expulsado de la carrera judicial9​ tras haber sido condenado por el Tribunal Supremo a once años de inhabilitación por un delito de prevaricación cometido durante la instrucción del caso Gürtel. Por eso, Roncagliolo se manifiesta como un sectario más. Además, si se tiene la paciencia de leer la útil cronología final del libro se comprobará que menciona con profusión los excesos y matanzas cometidas por las fuerzas de seguridad peruanas. Hasta el punto de que éstas son un 60% (o más) frente a un 40% (o menos) cometidas por Sendero Luminoso. Pero sigue siendo un buen libro. No su autor.


Lecturas: It (Eso) (Stephen King)

 Alfa y omega, lo mejor y lo peor. En esta tarea, un poco loca, de reseñar todo lo que en español ha publicado Stephen King puedes encontrarte que la que por muchos es su mejor novela (concedo que es una novela sobresaliente) se vea seguida de la que ojalá sea la peor (Los ojos del dragón). Después de este batacazo, es posible que haya recaídas similares en su producción. Ya veremos.

En todo caso, en Eso (usaré el título español) hay no un disfrute del miedo, ese malestar tan agradable, sino de la escritura portentosa. Porque aquí, en esta geografía tan detallada de la terrible y apacible y lóbrega e inventada Derry, nos encontramos con el reencuentro, en la edad adulta, de quienes siendo adolescentes, apenas niños, vencieron a una criatura aterradora y que sabedores del regreso de la misma y a la repetición de la desaparición de otros niños, buscan cumplir la promesa formulada tras aquella primera victoria: regresar para plantar cara al mal (el Mal) si éste reapareciera. Seis chicos y una chica que al crecer tendrán que hacer frente a sus miedos de entonces y recomponer sus relaciones. Uno de ellos, Bill Denbrough es, como es habitual en las ficciones de King, escritor.



Más allá de la trama que arranca en 1957 con la muerte de un niño mientras persigue un barquito de papel, y su culminación, pirotécnica y a lo grande, en 1985 y 1500 páginas después, y aparte del miedo que el evasivo payaso Pennywise, de quien se dice a lo sumo que su nombre es Bob Gray para quedar convertido no en un humano ni un una proyección de los miedos de esa cuadrilla de amigos, sino en el mal en estado puro, el placer de leer este libro, ensalzado como pocos, se encuentra en el hábil manejo del contrapunto, de lanzar la narración hacia atrás y hacia delante, dando el protagonismo en cada capítulo a uno u otro de los personajes, con el uso de lo que podría llamarse el hachazo King, que no es sino eliminar físicamente a personajes cuando el lector no lo espera, trazando además una cartografía de Derry, con sus arroyos urbanos, sus puentes, su mugre, su selva suburbana, sus colectores y conducciones de agua, que hacen creer al lector que es un escenario real, o a lo sumo un trasunto de Bangor, donde vive King, o de cualquier ciudad mediana de Maine. 

Pero no, aquí tenemos un novelista madurísimo que se enfrenta a la obra decisiva de su carrera, aunque dispuesto a caer en los abismos creativos de la paparrucha del dragón o la pifia delirante de Los Tommynockers. Y aunque tengamos rituales lovecraftianos, como el del chüd, que es además innecesario, y por mucho que Bill, Ben, Beverly (qué hermosa, qué magnética resulta en esta novela), Mike Richie, Eddie y Stan se empeñen en luchar dos veces contra ese payaso siniestro que asoma en los sumideros, por mucho que vivan su combate final en galerías subterráneas tan del género, o por mucho que compartan una escena de sexo juvenil que hoy no pasaría por el visado de las autoridades, decía, por mucho que se revista esta historia de elementos de genuino terror y fantasía, lo que aquí tenemos no es sino una gran novela, en la que el género del terror no viene a ser sino un disfraz, una excusa.