martes, 9 de enero de 2018

Lecturas: Me llamo Rojo (Orhan Pamuk)



Sigo empecinado en leerme todo Pamuk y comentar mi experiencia de lector (en este blog, bajo el título de Lecturas sólo se encontrará eso, mi experiencia como lector, más que sesudas críticas para las que, lo reconozco, no estoy dotado ni de capacidad ni de paciencia). Esta vez he cometido el error de interrumpir la lectura durante meses para acometer los dos capítulos finales cuando lo importante ha sido ya olvidado. Diré que sí recuerdo el placer de la lectura, como quien observa una inagotable y sorprendente miniatura otomana (de eso trata el libro) durante horas y horas, sin cansancio y con intacta sorpresa. Esta vez, comenzando por la voz de un muerto, un miniaturista en el Estambul  otomano del siglo XVII, seguimos la narración a través de diversos narradores que se expresan en primera persona y que van dando lugar, como una portentosa carrera de relevos literaria, a otras voces. Si la primera, la del Maestro Donoso, es la de un difunto, otras pueden ser la de una moneda, un árbol o la de un perro pintado. Todos van haciendo la narración hasta averiguar quién mató al primer narrador y a otro de los personajes.



Éstos son miembros de un grupo de miniaturistas al servicio del sultán, que se debaten entre la amenaza que supone seguir con su oficio (se comprende desde el comienzo que la profesión es la causa probable del asesinato primero y más aún del segundo) y el sentido de la práctica artística, cuando las maneras occidentales de representación parecen más adecuadas que las tradicionales del mundo islámico. Cuatro artistas (llamados Negro, Aceituna, Mariposa y Cigüeña) trabajan en secreto en un libro que debe incluir el retrato del sultán y que las convicciones religiosas llevan a que se mantenga el sigilo. Es en el Estambul fascinante y cruel de la plenitud otomana que ya conocimos en otra buena novela de Pamuk, El castillo blanco, ya comentada.




            La sucesión de voces, algo que ya vimos en La casa del silencio, alcanza aquí un virtuosismo extraordinario, creando un efecto polifónico fascinante. Una novela para dejarse arrullar. Y para no dejarla sin terminar tan torpemente como yo hice. En definitiva, un magnífico Pamuk más que recomendable.


domingo, 7 de enero de 2018

Lecturas: Stalin y los verdugos (Donald Rayfield)

Nada nuevo para quien ya conozca las desdichas de aquel tiempo, los crímenes en nombre del pueblo. Pero aquí está todo aquello, sistematizado, explicado, como quien pone los ataúdes, los millones de féretros, perfectamente alineados. Veremos sucederse los arquitectos del miedo, los dueños de la muerte, unop a uno, y así, con el asesino inverosímil y sonriente que siempre fue Stalin, asistiremos a la sucesión de Dherzinsky, Menzhinsky, Yagoda, Yezhov y Beria. Sangre y más sangre, horror y más horror, hambre y explotación. La famélica legión convertida en legión de asesinos, en vivero de carne para pulverizar. Para quienes aborrecemos del comunismo, aquí hay razones para huir de esa alucinación infantil que, confieso, también me aquejó en la mocedad. 


Ahora, con  la distancia, parece que no fue tanto. Al fin y al cabo, tan lejos Rusia (o tan lejos la martirizada China de Mao), al fin y al cabo para demonio ya tenemos a Hitler, que además fue derrotado. Leamos (nos referimos a la política estalinista de comienzos de los años 30, su intento de colectivización forzosa del campo): El holocausto de los campesinos soviéticos sólo encuentra parangón con el asesinato de los judíos por orden de Hitler. Pero para los supervivientes de la campaña de Stalin no hubo ningún Israel ni ningún otro lugar al que huir. Nadie protestó ante lo que estaba ocurriendo. Los campesinos supervivientes, por lo demás, permanecieron esclavizados durante dos generaciones [...] El raquitismo, el escorbuto y la disentería mataron a muchos niños; muchas zonas perdieron a más de la mitad de la población infantil menor de un año.



618 páginas bien fundamentadas, en las que se consignan aquellos hechos que algunos dan como si no hubieran sucedido. La famosa superioridad moral de la izquierda (de cierta izquierda en la que cree gente que estuvo muy cerca de mí). El horror, el horror. Y la ignorancia.


viernes, 5 de enero de 2018

Lecturas: La corte del zar rojo (Simon Sebag Montefiore)

Del autor británico ya quedó aquí reseñado su mamotreto sobre la dinastía Románov, que comparte con este vistazo sobre la vida cotidiana de Stalin un similar grosor  (son ahora 854 páginas) y una misma virtud y defecto: entrar en lo muy menudo, gracias a un apabullante dominio de la documentación, pero dejando fuera el contexto histórico y político de cada instante. Pero como ese defecto es la virtud de tantas biografías de Stalin (recuerdo la de Walter Laqueur o la indigesta de Jean-Jacques Marie), sea bienvenida esta visión del tirano soviético observado casi con microscopio. 


Aquí Montefiore recurre a entrevistas con quienes lo conocieron y con sus descendientes, a memorias muchas veces inéditas e incluso a papelitos con comentarios maléolos o insustanciales que los jerarcas se cruzaban, al modo escolar, durante fatigosas reuniones. Aquí está Stalin con sus caprichos, sus miedos (inolvidables las escenas que le muestran abatido, asustadísimo, abatido, en los primeros días tras la invasión nazi de junio de 1941), su humor socarrón y a veces negro, su amor posesivo por su hija Svetlana, el desapego por sus hijos varones (uno redimido por su muerte heroica tras haber sido apresado por los nazis y convertido el otro en un borracho altanero), la indiferencia ante el dolor ajeno (los millones muertos en las hambrunas de Ucrania, las víctimas del Gran Terror, los asesinados por la innoble cheka). Todo ello se narra aquí al detalle, desde la perspectiva del monstruo, sin que el historiador se dedique a juzgarlo. Y junto a Stalin, con su impasibilidad asesina, sus horarios disparatados y sus cenas copiosas y largas regadas con inagotable alcohol, los imprescindibles secundarios, el burócrata Molotov ("culo de hierro" como apodo por su capacidad de trabajo de oficina), el fatuo Voroshilov (que compartió con el líder el grado máximo de culto a la personalidad), el irresistible Kirov (su asesinato dará paso al Gran Terror: hay quien atribuye su muerte al propio Stalin, pero Montefiore, con razón, no le da mayor credibilidad a esas teorías, Nikita Kruschev intentando sobrevivir al drama con (son sus palabras) los brazos llenos de sangre hasta los codos, el infame Beria y muchos otros.


Todo ello narrado desde el suicidio de la segunda esposa de Stalin, Nadia Alliluyeva, en 1932 hasta la muerte del tirano en 1953. Sin condenas morales (otra virtud de Montefiore), con detalles. Transcribo, como ejemplo del libro, sus últimas líneas, que sirven para valorarlo. Es el momento en que Valechka, la concubina de Stalin desde su viudedad, se despide del cadáver en la dacha en que el Vozhd (título que equivale al nuestro, igualmente terrible, de Caudillo) murió. Después de los criados empezaron a apagar las luces y ponerlo todo en orden,

Entonces la compañera más cercana de Stalin, consuelo de la cruel soledad de aquel monstruo sin parangón, Valechka, que por aquel entonces tenía treinta y ocho años y llevaba trabajando para el Vozhd desde los veinte, se abrió paso entre las llorosas criadas, "se hincó pesadamente de rodillas" y abalanzándose sobre el cadáver de Stalin, dio rienda suelta a su dolor del modo más desinhibido, como hace la ente sencilla. Aquella mujer, alegre pero absolutamente discreta, que tantas cosas había visto, siguió convencida hasta el fin de sus días de que "nunca pisó la tierra un hombremejor". Apoyando la cabeza directamente sobre el pecho del difunto, Valechka, con las lágrimas corriendo por las mejillas de "su rostro redondo", "lloró, gimiendo con toda la fuerza de su voz, como hacen las mujeres de las aldeas. Estuvo así durante un largo tiempo, sin que nadie se atreviera a impedírselo¨.


jueves, 4 de enero de 2018

Lecturas: Malos de la historia de España (Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada)

Conocí hace unos meses a Juan Carlos Losada. Un tipo afable, claro, sensato. Amenísimo. Su libro es también así. Firmado también por Gabriel Cardona, que falleció en accidente cuando el libro eran una serie de apuntes y charlas constantes entre los dos amigos, la redacción es completamente de Losada. Con un estilo que aquí es más el de, digamos, Juan Eslava Galán que el habitual en otros escritos de los dos autores. 

Se trata de una curiosa historia de España desde su reverso. Lo que el subtítulo anuncia: Traidores, fanáticos, asesinos y cobardes de todos los tiempos. Es decir, desde los asesinos de Viriato hasta doña Carmen Polo de Franco (la gélida crueldad, según el título de su capítulo). Entre ambos, desfilan don Rodrigo y el conde Julián, Ramiro II el Monje, Bellido Dolfos, Pedro el Cruel, Roger de Flor, el arzobispo Carrillo de Acuña, Tomás de Torquemada, Rodrigo Borgia, Lope de Aguirre, Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Isabel de Farnesio, Fernando VIi, el Conde de España, el cura Santa Cruz, los generales Mola, Yagüe y Queipo de Llano, los asesinos republicanos o comunistas Agapito García Atadell, Dionisio Eroles, Aurelio Fernández, Mabnel Escorza y José Serra.

Con estos mimbres, este lado oscuro, lo que asombra y, finalmente, se reconoce, es el prodigio de que la nación española se haya mantenido pese a tantos enemigos internos, y que se mantenga, empecinadamente, viva y pujante gracias a los buenos de la historia de España que son, en primer lugar, el paciente pueblo español. Es un libro instructivo y amenísimo en el que quedan fuera un puñado de españoles que merecen por atroces razones estar dentro. Yo no mencionaré a ninguno, pero haberlos haylos. 


miércoles, 3 de enero de 2018

Lecturas: Secretos de la Segunda Guerra Mundial (Guido Knopp)

Nuevamente (ya reseñé aquí otro libro suyo), Knopp recurre a un equipo de colaboradores para un volumen misceláneo en el que Knopp interviene en la redacción de todos los capítulos que firma con los diversos autores. El resultado es, como auella vez, satisfactorio. Lo que no viene muy a cuento es lo de llamar secretos a los diversos asuntos, aunque aklgunos sigan siendo misteriosos. Esta vez se ocupa de las razones del vuelo de Rudolf Hess (siempre nombrado a la incómoda manera alemana: Heß) y de las circunstancias de su muerte. Muy recomendable, aunque no responde a ninguno de los interrogantes del libro de Martin Allen en el que me basé para otra entrada en este blog (Véase aquí: El misterio del vuelo de Hess). Le sigue un refrito curioso y variopinto sobre las acciones de comando en la Segunda Guerra Mundial: la liberación de Mussolini (en la que quedó eclipsada la participación de italianos para dar protagonismo a Otto Skorzeny), el merecidísimo asesinato de Reinhardt Heydrich y el tristísimo del primer alcalde de la liberada Aquisgrán en los últimos compases del conflicto, además del casi anecdótico secuestro de un general alemán en la Creta ocupada. Le sigue un capítulo sobre el historial médico de Hitler (no, no tenía un único testículo, sí recibió dosis de cocaína y speed dentro de sus tratamientos, sí es posible que llevara oro en su dentadura proveniente de otras arrancadas a víctimas del Holocausto, sí es posible que exagerara la gravedad de su intoxicación por gas en la Primera Guerra Mundial), el irrelevante destino de un submarino nazi hundido  frente a la costa brasileña (sin duda, el capítulo más endeble del libro) y el mito de la Fortaleza Alpina que debería haber sido el último reducto de resistencia nazi. En suma, un volumen muy interesante escrito con buen pulso y con excelente capacidad de síntesis y que puede conseguirse opcionalmente con el número de la revista Historia y Vida de enero de 2018.