miércoles, 9 de febrero de 2022

Lecturas: Sacramento (Antonio Soler)

 Soler ha llegado a ser un estilo. Como lo es, también, Javier Marías. En Soler, una página cualquiera delata al autor: una escritura intensa, cálida (lo de "en ebullición" no es del todo preciso pero ahí le anda), febril, obsesiva, densa. Y repito lo de intensa, que es la nota que predomina sobre todas las demás. Esta novela parte de una historia poco conocida en la ciudad que ambos compartimos, y cuyo escenario principal está, estaba, a escasos diez metros de mi lugar de trabajo: haciendo esquina con la casa natal de Picasso hay un edificio que ocupa el solar de la iglesia de la Merced, incendiada en 1931 y reutilizada, ya en los años 40-50, por el párroco de la iglesia de Santiago. El nombre de este cura con fama de santidad antes de que la verdad saliera a la luz, era Hipólito Lucena. Ésta es su novela. Y también el primer libro que trata con claridad su trayectoria, desde la inocencia y el sacrificio del sacerdocio hasta su perversión, su caída en el pecado y la heterodoxia y su desaparición.



Quien no esté al corriente, éste es el resumen de los hechos: un cura joven de un pueblo del interior de la provincia de Málaga logra sobrevivir a la guerra civil y nombrado párroco de Santiago, reúne a un grupo de muchachas a las catequiza. Hasta ahí normal. Pero en los restos de la iglesia de la Merced también las seduce y las posee en ceremonias en las que las demás entonan cánticos. Lo de unirse a Dios a través de su representante. Tan burdo como eso. Pronto habrá rumores, de embarazos, de abortos. La Iglesia investiga e interviene. Suspensión a divinis, proceso eclesiástico en Roma, confinamiento/prisión en un monasterio en Austria y regreso, en la vejez, al terruño en busca del olvido.

Ya en un artículo (ver aquí) de 2010 nombré de pasada el asunto. No mucho después recibí una llamada telefónica de un sobrino-nieto de Lucena, inquiriendo mis fuentes (la Enciclopedia del Erotismo de Camilo José Cela) y preguntándome si caminaba tranquilo por la calle tras haber alzado esa insignificante puntita del inmenso y pesado velo. Es Soler, jugando entre la ficción y la no ficción, dando voz a Lucena y a sus víctimas, quien deja a la luz cegadora y amarga los hechos. En un ejercicio literario perfecto.  Una novela valiente de un escritor que siempre lo ha sido.

 



domingo, 6 de febrero de 2022

Lecturas: Hitler y las teorías de la conspiración. El Tercer Reich y la imaginación paranoide (Richard J. Evans)

 Aunque en la sobrecubierta aparezca Goebbels con un efecto espejo, se viene a la mente, cosas de estos tiempos, Trump con el labio plegado y el gesto de asco diciendo Fake News. Y no extraña pues Evans aquí trata de eso, de las falsas noticias, los falsos hechos, repetidos tantas veces acerca del nazismo y que analiza breve y documentadamente, limitando esos asuntos a cinco: ¿Los protocolos sirvió como "justificación del genocidio"?, ¿Recibió el ejército alemán una "puñalada por la espalda" en 1918? ¿Quién incendió el Reichstag? ¿Por qué Rudolf Hess voló a Gran Bretaña? ¿Escapó Hitler del búnker? Las respuestas no satisfarán a los amigos de lo peregrino e insólito.



Aquí van: Los protocolos de los sabios de Sión ya estaban desacreditados en el momento de mayor efervescencia del nazismo. Hitler lo nombra de pasada en Mein Kampf, Goebbels reconocía abiertamente su falsedad. Sólo los periódicos nazis más chiflados, sobre todo Der Stürmer y en menos grado el Volkischer Beobachter sacaban de paseo el viejo libelo ruso. No necesitaron usarlo como coartada para justificar el genocidio. Bastó la vieja tradición antisemita alemana desde Lutero hasta el propio Holocausto. La famosa puñalada por la espalda no fue tal: bastó con la desastrosa gestión de la ofensiva alemana del verano de 1918 y su resultado de deserciones masivas, junto a la constancia del Alto Mando alemán de que la victoria era imposible, para que, pese al abandono de Rusia tornada bolchevique no bastara para compensar la incorporación a la guerra de Estados Unidos. Nadie apuñaló a Alemania: ella solita se suicidó militarmente. El Reichstag lo incendió el orate de Marinus van der Lubbe, el acusado desde el primer momento y capturado inmediatamente. No hubo conspiración alguna. Hess estaba convencido de que podría pactar la paz con el Reino Unido y atraer su alianza para combatir a los soviéticos. Obró por su cuenta y (mucho) riesgo: ni Hitler estaba al corriente ni fue una hábil trampa de la Inteligencia británica, como sostiene Martin Allen en su libro cuyo contenido nutre un artículo en este blog (ver aquí). Hitler no escapó del búnker, por mucho que Stalin jugara al misterio para mantener vivo el miedo al lobo.

En definitiva, un libro conciso, que va al grano y que despeja tantas mentiras. Más que recomendable.