martes, 14 de marzo de 2023

Lecturas: Momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig)

 Al comienzo de leer este libro, uno tuvo un gratísimo regusto al evocar los Victorianos eminentes de Lytton Strachey. El libro del inglés es de 1918. El del austriaco, de 1927. He ahí una posible genealogía, una manera de narrar la Historia desde un distanciamiento elegante unido a una intensa capacidad evocativa. Así lo hace Zweig en la mayoría de estas, como reza el subtítulo, Catorce miniaturas históricas. De ellas son joyas las dedicadas al asesinato de Cicerón, la conquista de Bizancio, el descubrimiento del Océano Pacífico, la composición de El Mesías de Händel y la de La Marsellesa, y especialmente el capítulo dedicado a la batalla de Waterloo. Ahí el libro, al continuar,. pierde fuelle, e interesa poco (o mejor dicho: interesan mucho pero convencen o emocionan muy poco) los dedicados a Goethe, la carrera del oro en california, y parece una soberana idiotez el que está escrito en forma de poema malo evocando el indulto in extremis de Dostoievski, remonta un tanto el vuelo al contar el esfuerzo por conseguir la primera transmisión telegráfica entre Europa y América, vuelve a hundirse con la recreación de un drama sobre Tolstoi que recoge su propia muerte (con mucho, a mi juicio, lo peor del volumen), resucita emocionantemente con la expedición polar de Scott, se desvanece un poco (sólo un poco) con el viaje de Lenin hacia la estación de Finlandia, en Rusia, y termina desangeladamente, haciendo boca a boca a un capítulo muerto, con el fracaso de los planes de Wilson en la conferencia de Versalles. 



Con todo, las miniaturas que brillan como joyas son mayoritarias. Y tal vez yo no sea el lector adecuado para las que critico. En todo caso, la zozobra, el temblor, de quienes sienten que por sus errores desaparece el Imperio Francés de Napoleón (para mí, la figura más shakesperiana de la Historia Universal), y la desengañada dignidad de Scott figuran entre las mejores páginas, las que no han de olvidarse, de este libro de tan grande y merecida fama.

domingo, 5 de marzo de 2023

Lecturas: La mitad oscura (Stephen King)

 Esta vez sí que sí. King acierta, y vuelve a ser el prodigioso autor de sus mejores tiempos. Tras el bache estúpido del anterior título, el pájaro calcinado se recompone, y el fénix luce su mejor plumaje, deslumbrante, y hasta canta. Roza la perfección esta vez, en un astuto homenaje y ajuste de cuentas con Richard Bachman, el autor que también fue. A él dedica este libro, que tiene en las dobles identidades su tema principal, y que es un ejercicio pirandelliano y unamuniano, con un personaje que se quiere convertir en autor y que es una parábola sobre la ambivalencia que nos habita. Tenemos una vez más un escritor, Thad Beaumont, de literatura general, un escritor artista si se permite esta redundancia, alguien que King retrata como su antítesis: Thad es un escritor serio, respetado, no un salvaje que escribe literatura de género, comercial. Es decir, no King. Pero tras su fracaso de ventas Beaumont decide probar suerte con un pseudónimo, George Stark (como hizo King con Bachman para aparentar por motivos comerciales que no todos los libros eran del propio King), que firma ficciones exitosas, muy comerciales, plenas de violencia extrema, que protagoniza Alexis Máquina. Cuando Beaumont decida renunciar a Stark, y con él a Máquina, la violencia estallará a un nivel máximo, y todo indicará, incluyendo las huellas dactilares y algunas pruebas testimoniales, que el culpable de crímenes atroces, es el propio Beaumont, al que el auténtico y vesánico asesino, que no es otro que Máquina, coacciona, a través de Stark, para volverle a la vida a través de nuevos libros que para asegurarse que se cumplen sus condiciones, deberán escribirse a medias. Pocas veces el tema literario del doble, del döppelganger, encontrará una formulación tan perversa como la que King (¿o es Bachman?) nos propone. Gorriones y una intervención quirúrgica en la infancia servirán para orientar al aterrorizado y muy creíble Beaumont. Un título sobresaliente, una obra maestra de King que colocar en al menos sus cinco mejores novelas. Por ahora. 



Lecturas: El Terror Rojo (Julius Ruiz)

 Pocas elecciones hay que sean inocentes. Elegir este título de Julius Ruiz supone aceptar que existió algo así llamado. Por mucho que parte de la historiografía rechace que aquello existió y busque achacarlo a incontrolados y a señalar los datos de un terror blanco o azul, jamás de los que perdieron la Guerra Civil española. Pero los datos son tozudos. Es, por tanto, una lectura incómoda (y uso el término para anunciar su siguiente libro en ser reseñado en este humilde blog: Paracuellos. Una verdad incómoda). Circunscrito, con alguna excepción en sus capítulo final a lo que su subtítulo anuncia, Madrid 1936, es un relato aséptico de cómo se desarrolló la violencia desde las elecciones de febrero de aquel año, en el que no se omite el asesinato del teniente Castillo ni el de Calvo Sotelo. El caos de los primeros momentos, con el asalto al Cuartel de la Montaña, dará lugar a una represión, bajo la retórica del miedo a la Quinta Columna, que estuvo mejor organizada de lo que algunos quieren reconocer. Las sacas de las cárceles, los paseos animados por el imaginario de las películas de gánsteres en boga, los tribunales populares y revolucionarios, las disensiones entre los represores (siendo los anarquistas los más benignos), los campos de trabajo forzado para los presos (mucho se han difundido los campos de trabajo franquistas, pero de los republicanos chitón: Albatera lo crearon los republicanos), nada falta aquí. Como hipótesis llamativa, tenemos la sugerencia de que el Gran Terror estalinista, sus purgas, se desarrollaron como imitación del Terror Rojo español de 1936. Interesante, pero, añado yo, se obvia la cronología con el asesinato de Sergei Kirov en diciembre de 1934 y que en los siguientes meses ya se puso en marcha la maquinaria asesina soviética. 


    Para quien quiera saber si Carrillo fue culpable y si el ancianito fumador y amable y contertulio de la SER fue un criminal de guerra, la respuesta es afirmativa. Algo que en el libro sobre Paracuellos el británico Julius Ruiz precisará con mayor detalle. Con multitud de nombres, el lector tiene en este volumen de ahora la opción de buscar en la red el destino de quien plazca: muy a menudo encontrará que fueron fusilados por el franquismo, pero callando (hay una 15-M pedia, de inspiración podemita) su pasado como asesinos y represores. Éste es nuestro país, nuestro desdichado y mezquino país, donde se aplica, bajo la excusa de la ignorancia y la propaganda, la condena moral, e histórica, sobre una de las partes. Mi abuelo falangista y mi adorado tío-abuelo exiliado, me hacen señalar y condenar todos los crímenes, los del criminal franquismo y los de la criminal República. Queda dicho.

Lecturas: The Tommynockers (Stephen King)

 Ojalá no me equivoque: ésta es la novela peor de Stephen King. Y sin embargo está llena de virtudes, está excelentemente escrita. Pero es una estupidez de libro, algo que los admiradores de King hubiéramos preferido que no escribiera. Aquí está el mejor King, el que ves capaz de inventarse un pueblo de Maine, Haven, que nos mete en la vida detallada de sus vecinos, haciéndonos empatizar con ellos. Algo muy King. Pero es justamente esa habilidad, esa virtud, es la que termina volviéndose contra la propia novela. Sigues a un personaje (a muchos), metiéndote toda la información, reteniéndola ante la creencia de que es importante, para de pronto decirte, en un pispás, que es un marciano hijo de puta y muere. Así es el último tercio del libro, que se te desinfla entre las manos dramáticamente, diciéndote que es un suicidio narrativo, que King no puede levantar un maravilloso y detallado castillo de arena para pisotearlo tan apresurada, insensata e injustificadamente como hace. Ya no valen las comparaciones con La invasión de los ladrones de cuerpos. No, no es Haven habitada por paisanos que han surgido de aquellas vainas. No: es la estupidez sin más, la incapacidad de King (en plena época de adicciones, es verdad: pero también entonces escribió Misery, y tras este desastre compuso la muy deleitable La mitad oscura). Alguien con tanta experiencia no puede permitirse errores como este, que dejan a obras fallidas como El ciclo del hombre lobo y Los ojos del dragón como meras obras menores, no como retrocesos en una trayectoria brillantísima. Esperemos que no se repita.