viernes, 31 de enero de 2020

Lecturas: Eugenio o Proclamación de la Primavera (Rafael García Serrano)


                    Si algo hace atractiva la Falange Española, más allá de la figura trágica de José Antonio y una visión de España que vivía entonces, como ahora, en un momento crucial e inestable (cito a Primo de Rivera: Nuestra España, que se calificó por ser un “estilo” según Menéndez y Pelayo, es hoy la cosa menos estilizada del mundo. Nosotros queremos una España alegre y faldicorta. El mundo, y España forma parte del mundo, asiste a los minutos culminantes del final de una edad), más allá de comparaciones groseras y guerracivilistas hechas con trabuco y cócteles molotov desde un campo de batalla que se avizora posible, queda como su mejor legado la calidad deslumbrante de los prosistas de la Falange. Este libro de Rafael García Serrano, reeditado por Almuzara en una colección ejemplar de testimonios de las dos y hasta tres Españas, es un ejemplo deslumbrante de ese estilo frío pero efusivo, calmo y vibrante, cincelado como un relieve romano, como un camafeo helenístico, orfebrería verbal.

                Concebido más como un poema en prosa en nueve capítulos que vienen a ser nueve cantos, seguimos a un falangista, Eugenio, contemplado por su camarada de estudios y militancia que es el propio autor. Eugenio es un exaltado, alguien que un dos de mayo de 1935 se lía a bofetadas con alguien que sale de la embajada francesa, harto del espíritu vulgar de las conmemoraciones, de la calma burguesa desprovista de grandeza y de heroísmo (El miedo, camaradas, es un prejuicio pequeño burgués), y lo seguiremos enamorándose en su comarca norteña, confesando haber matado a un comunista y finalmente vertiendo su sangre en un enfrentamiento con los adversarios, justo un año después y situándose, por tanto, antes del disparate de julio de 1936.

                Así cae el protagonista:

                En la Facultad nació el rumor de golpe y nadie sabía el belén triste de aquellas palabras. Fue rápido el rumor; y la angustia. Era dos de mayo en todos los calendarios y primer día de sol en las más altas azoteas. Eugenio había caído en el borde de la mañana, al recorrer su habitual camino universitario. Dos pistolas comunistas hirieron su ímpetu madrugador. Y en la huída gastaron pólvora en salvas con el nuevo aire. Tal gallardía de caído tuvo Eugenio, el bien engendrado. Al principio, nadie lo quiso creer: yo, sí. Y estoy seguro de que si Eugenio repasó su vida, con los ojos fijos en la corriente sangre, recordó con entrañable resignación su mañana de ungido. Exactamente un año.

                Y así lo asume el narrador, y así concluye el libro:

                Ahora voy solo hacia casa. Las gentes viven igual que hace dos días. Pero antes de ayer Eugenio respiraba libertad y fervor de abrazarnos. Y esta asquerosa multitud no se entera de que veinte años heroicos se pudren bajo la tierra. Luchando por la felicidad del universo. Luchando por este hombre y esta mujer que pasan a mi lado. Me siento con fuerza para dar fuego a Madrid por sus cuatro esquinas camperas. Esta canalla que se divierte mientras los demás nos batimos. En el pecho me nace la angustia, como un amor. Y siento ganas de gritar en cualquier encrucijada, seguro de hallar respuesta seca, las divinas palabras que acabo de heredar, porque no soy yo quien habla. Es Eugenio, siempre conmigo. Para siempre a mi lado. Me dice suave y las silabas adquieren un prestigio violento. Más que charla, sermón de la buena nueva. Cuando vuelvo a quedarme solo, renazco a la ciudad completamente tranquilo. Y me parece soñar romanos saludos como militantes donaires de la calle. En un periódico veo la noticia que me alegra: diez bestias enemigas muertas en represalias. Estoy seguro de que sabré manejar el fusil y buscar diana precisa cuando sea necesario. En las entrañas mías -soy camarada de Eugenio- presiento lo que vendrá. Porque, muerto Eugenio, soy yo, también, profeta. Por cada baja, más hombres a los puestos del aire.

                 -¡Camaradas: acaba de proclamarse la Primavera!

                Escojo disparos en cada ser que cruza mi camino. Y al tiempo, el rumor de la noche me exalta el amor porque cayó Eugenio.

                 -¡Camaradas: ésta es la proclamación la Primavera!

                Contengo las dos últimas lágrimas de mi vida. Al levantar mi brazo ante un grupo falangista suenan unos disparos hacia la iglesia de San Luis. Sobre el escudo se alza la noche: en primaveral consigna.

                La retórica falangista alcanza en este libro una gran altura literaria. El mensaje moral, el gozo en el exterminio, es algo que no se puede asumir. Pero sí su defensa de esta patria nuestra, tan vituperada como áspera.

Lecturas: Blitzkrieg! (Roberto Bartual)


A veces he escrito reseñas aquí de libros de autores con los que guardo una vieja amistad. Es el caso de María Elvira Roca Barea, de Antonio Soler o de Isabel Bono. Ahora le toca a un amigo muy querido, cuyas primeras creaciones seguí de cerca, escritas con un talento desmesurado: Roberto Bartual, de quien ya reseñé su ensayo sobre Jack Kirby. Y, lo lamento, reseño una novela suya, su primera ficción amplia, y muy ambiciosa, que no he llegado a comprender. Pero que, a la vez, me ha gustado porque aprecio su esfuerzo. Más bien, puedo decir que esta vez me gusta, como siempre e incluso un poco más, Roberto Bartual. Pero, arrojo al fin la máscara de la amabilidad y llamo vino al pan, no me ha gustado Blitzkrieg! Me explico.


                Cada capítulo se abre con una imagen y un texto explicativo de la misma que marcan el sentido de lo que le sigue. Así, se abre el libro con una foto de Eduardo VIII de Inglaterra, fechada en septiembre de 1939. Para el lector avezado en historia, se inicia un juego que se mantendrá hasta el final de la novela: Eduardo abdicó en su hermano Jorge VI en diciembre de 1936, por lo que desde ese primer pie de foto nos moveremos en el terreno de la ucronía. Y comienza bien, con novedosas armas nazis que devastan Londres más de lo que hicieron las V-1 y V-2, armas tras las que está la tecnología de Nikola Tesla. Asistiremos, pese a todo, a la derrota nazi a través de la tecnología que puede deberse a Edison o a Tesla. El clásico juego de superhéroes enfrentados tiene aquí la forma del duelo entre un Edison convertido en un ciborg inmortal y un Tesla fantasmal. Es obvio que ambos personajes ya habían desaparecido (Edison murió en 1931, Tesla en plena segunda Guerra Mundial, en 1943). La incredulidad del lector queda suspendida como sucede en el género de la ciencia ficción al que esta novela pertenece. Enseguida nos encontraremos con un diario escrito en Spandau por Albert Speer (el “nazi bueno” tan debatido), acompañado por Rudolf Hess. En la página 148 finaliza la primera parte de la novela, que es la que disfruté hasta lo indecible. Con la entrada en escena de Edison, de un Orson Welles que en esta visión ucrónica retrata en Ciudadano Kane a Edison, de Timothy Leary, de Hunter S. Thompson, de Kenneth Anger, de Robert Gordon Wasson y de Albert Hofmann, descarrila, para mí (y tal vez no para otros lectores) el libro. Que se hace psicodélico y confuso. La guerra de Vietnam no existe, siendo sustituida por un conflicto equivalente en Argelia, entra en danza la CIA con el proyecto MK-Ultra, la costa oeste es una tierra salvaje al cuidado de los profetas de la contracultura, y el LSD y las psilocibinas, el viaje en el tiempo es posible gracias a Tesla y los mundos paralelos son reales, con posibilidades como una presidencia de Leary con Speer en la vicrepresidencia. Además, hay bombardeos con cápsulas llenas de soldados muertos revividos y convertidos en zombies. La imaginación es desbordante. Pero ese desborde exige de lectores diferentes a mí. Al leer esta novela con creciente dificultad y placer decreciente, sigo admirando la audacia de Roberto Bartual a la vez que lamento haberme quedado fuera del camino. La próxima vez será.