domingo, 9 de junio de 2019

Matías Montañez Fernández in memoriam

El pasado 4 de junio falleció en Rincón de la Victoria, Málaga, mi padre, Matías Montañez. Para quienes lo conocieron y quienes no, estas palabras, escritas por mí y leídas en su funeral el 5 de junio, sirven como un retrato que es a la vez una elegía y un homenaje a Matías Montañez Fernández (1933-2019). 


Padre y amado nuestro que estás aquí delante y que seguirás por siempre, de manera sutil y misteriosa, presente en nuestros corazones y memoria. Matías Montañez Fernández, es a ti a quien nombro.

Tú fuiste el del centro de tres hermanos, de los que ahora sólo queda la pequeña. Entre Miguel, tan formal y exacto, y la princesa Antoñita, fuiste el que se escapaba de los colegios para vivir aventuras exóticas de tres horas entre cañaverales y mosquitos, como fuiste el niño extraviado en febrero del 37 cuando los italianos conquistaron Málaga y te encontraron con un casco bamboleante entre soldados para los que fuiste su mascota y su tierno trofeo. Fuiste ese niño al que propusieron llevarse a Argentina, con tu tía Encarna y la pequeña Isabel.

Esas posibilidades de otras vidas, recogido por un soldado italiano y llevado a la Italia de Mussolini, o adoptado en la Argentina de Perón por tu tío exiliado, te llevaron a ser un soñador, alguien que siempre se preguntó por otras vidas cuando fuiste un niño flaco en los tiempos del hambre, pasando de cuartel en cuartel con tu padre guardia civil y tu madre menudísima y requetesabia.

Aquel niño flaco se convirtió en un mozo canijo que habilidoso con las manos quiso ser artista modelando cabezas de romanos y cristianísimas vírgenes o pintando escasos pero minuciosos cuadros. Tal vez fuera esa habilidad o la labia que compensaba su flacura lo que le permitió ir acumulando romances hasta alcanzar las trece enamoradas. La duodécima se llamó Josefa Arroyo y fue mi madre y la de Antonio José y Sandra. La décimo tercera es Mercedes Manzano y es hoy y aquí su viuda.

En la vida y en el amor fue como en el arte, un denodado trabajador capaz de dedicar décadas a construir un reloj con hierros y piedras con un resultado, reconócelo papá, espectacularmente feo.

Siempre luchaste contra las ingratitudes y por tu familia, arrojando a la adversidad una sonrisa y guardando para la quietud del hogar que sólo allí brillara el astro oscuro de la melancolía. Todos tus amigos evocarán ahora tu simpatía arrolladora, tu alegría deslumbrante, tu humor atropellado e insensato. Pero junto a esa sonrisa seductora e indesmayable anidaba la punzada de la nostalgia, del amor truncado por un cáncer de Pepi, de las vidas que no fueron sino ensoñaciones.

Los tres hijos, los seis nietos, la resignada indulgencia de Mercedes, intentaron mitigar las secretas tristezas de este hombre bueno al que hoy despedimos. Mucho, padre nuestro, es lo que te queremos. Y mucho más lo que te vamos a seguir queriendo. Adiós maestro, adiós amigo, adiós padre. Buenas noches, dulce príncipe.