jueves, 23 de octubre de 2025

Vislumbres de Macao


A Jose Luis y Llucía, amigos portugueses (y macaenses)

Hay lugares que nunca imaginaste visitar y un día los habitaste. Es el caso, en mi persona, de Saint Augustine en Florida, de Estambul, de Seúl, de Lima, de Mérida en Yucatán. Otros tenían en sí una seducción literaria o simplemente eufónica que cuando las circunstancias lo permitieron te hacen sentir que cumples con un destino sutil y maravilloso. Es el caso de Praga, de Varsovia. De Macao.

Porque allá a lo lejos hay una película de Orson Welles, Una historia inmortal se tituló en España, y en su versión original, francesa, Une histoire inmortelle, de 1968, que en la bruma de mi memoria me asombró con aquella historia breve de mercaderes en Macao en el siglo XIX, con profecías, música laberíntica y narcótica de Eric Satie y exteriores que sólo más tarde supe que eran castellanos (sobre todo de la localidad, de nombre tan falsa y deliciosamente chino, de Chinchón). Pero en esa lejana juventud también estaba una cancioncilla de Guillermina Motta en catalán, de 1981, que hablaba de ese enclave todavía portugués como un lugar de peligro y aventuras (En la noche silenciosa, /resuenan pasos por el puerto. / Brilla una daga. Gozosa, /siento el chaf de un hombre muerto. /…/ Soy la reina de Macao, / puerto turbio y peligroso. /Un junco es mi palacio, /amarrado en lugar dudoso. / Macao, Macao, /cuando uno se levanta, ¡el otro se cae! / Portugueses y chinos, ingleses y americanos, / alemanes y franceses, / rusos y catalanes, / los gángsteres más peligrosos / en los mercados de droga y oro / velan, atentos y confundidos, los movimientos de mi corazón). La ciudad decadente de Welles, con sus escalinatas, viento y columnas, era la misma de la fantochada de Motta. De ahí que cuando surgió, gracias a la confluencia entre una importante empresa hotelera macanesa y el Museo Casa Natal Picasso al que dedico mis afanes, supe que disfrutaría la experiencia de pasar un par de semanas trabajando en Macao. No me equivoqué.

Llegando al aeropuerto de Hong Kong, y accediendo a Macao por carretera gracias al prodigioso puente Hong Kong-Zhuhai-Macao, de 55 kilómetros, el paisaje permite espantarse del perfil de Hong Kong, propicio a ensoñaciones con Godzilla, pero no, todavía, del encanto recoleto, conmovedor, de Macao. El paisaje de Macao se diferencia según zonas, que enumeraremos en sentido ascendente de sur a norte: la isla de Coloane, tranquila y poco desarrollada turísticamente, la isla de Taipa, razonablemente entretenida, la isla artificial llamada Cotai (COloane + TAIpa) situada entre ellas, y al norte, unida a la China continental, la península de Macao.

Tras dejar atrás el abominable paisaje urbano de Hong Kong, cuando llegué a Macao no sabía bien qué esperar. Había oído hablar de su fama como Las Vegas  de Asia, un rincón en el que el lujo y el juego se encuentran en cada esquina, pero a medida que mis pasos avanzaban por sus calles, me di cuenta de que la ciudad no era solo una tierra de casinos y neones brillantes una vez se sale de Cotai, donde tuve la sede de mi trabajo. Macao es mucho más, un trozo de Europa en pleno corazón de Asia, con una historia que se siente como un puente entre dos mundos, un eco lejano de los tiempos coloniales portugués y la vibrante expansión china.

 

Grand Lisboa Palace, mi hogar en Macao

Cotai es imaginación y poder económico. Arquitectura historicista y sin complejos, como la elegancia francesa, con tejados de pizarra con mansardas y profusión de columnas, del modélico Grand Lisboa Palace, los asombrosos espectáculos nocturnos de saltos de agua y música del Wynn Palace (con fachada curva casi idéntica a su matriz en Las Vegas), el Morpheus diseñado por Zaha Hadid con líneas reticulares, el Londoner con su Big Ben, su evocación de las Casas del Parlamento y a la vez de la Abadía de Westminster (y en su recepción una recreación del monumento de Eros de Piccadilly Circus sobredimensionado), el Venetian con su combinación de palacios, canales y campanarios, y el lujo extremo de los comercios de su interior, el disparate del Parisian con su torre Eiffel con bombillas y música, o el atractiva Art Déco del Studio City.




 


Pero por abracadabrante que sea Cotai, esa casi obscena ausencia de pudor arquitectónico, Macao no es solo un lugar que se ve; es un espacio que se siente, se percibe en sus capas de historia, cultura y tradiciones. Aunque para ello habrá que salir de Cotai. Al caminar por Coloane, Taipa o la península de Macao, hay algo gratísimo y emocionante en el aire, una mezcla de nostalgia y modernidad, que te envuelve de inmediato. Algo que te responde afirmativamente a la pregunta que siempre me hago en otros países: ¿podría ser feliz viviendo aquí?

Los edificios coloniales que encuentras en Taipa, Coloane y Macao hablan de la presencia portuguesa de más de 400 años y que se mantiene en la toponimia y en gratas costumbres, como las misas católicas en portugués. Aquella a la que asistí en Nossa Senhora do Carmo, en Taipa, se mantendrá siempre en mi memoria.





Taipa alberga rincones encantadores, callejuelas portuguesas salpicadas por construcciones chinas. 








Coloane es apacible. Deseable.



Y la joya es Macao, la península. Donde los edificios como el Grand Lisboa, con su silueta osada, convive con casitas humildes.







En su autenticidad, el viejo Macao también acoge edificios chinos del siglo XVIII.



Siendo el corazón de la ciudad la Plaza Senado (largo do Senado) con su conjunto arquitectónico administrativo portugués, las calles parecen alejarse de ese rincón profano para buscar el alma, sagrada, de la ciudad.




Esa alma, bellísima, es la fachada de la iglesia de São Paulo, un templo jesuítico construido en madera con fachada de piedra en 1565 y destruido por un incendio en 1835. Sobre una leve colina, una escalinata lleva a ese vestigio singular subiendo una escalinata atestada de público. 







En las calles cercanas, mensajes inesperados, en la proximidad de lo inaprensible, pueden despertar las lágrimas.



Comenzando al fin del inicio. Para mí, tiempo de renacer. Con el amor de Macao. Y de su gente. Mañana regreso a esa ciudad amable, a sus brazos abiertos. Aleluya.

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