jueves, 31 de julio de 2025

Lecturas: M. El hombre de la providencia (Antonio Scurati)

Mientras preparaba un viaje de trabajo a China, del que ya me ocuparé en este blog, estuve leyendo velozmente los tres primeros volúmenes de la tetralogía, verdaderamente extraordinaria, de Scurati sobre Mussolini. Que no es, no, una novela histórica: es un espejo oscuro y brutal de nuestro pasado reciente. Y, al mismo tiempo, una advertencia disfrazada de literatura. Sin juzgar, Scurati muestra una época. Para que cada lector llegue a sus conclusiones. Tiene una habilidad excepcional para desentrañar las raíces del poder totalitario sin necesidad de grandes discursos. Su narración entrelaza hechos documentados con la ficción, lo que produce una sensación inquietante: como si lo que ocurrió entonces pudiera repetirse, de nuevo, bajo nuevas máscaras.



Aunque no busque pontificar, hay afirmaciones que buscan confirmarse en la praxis literaria de Scurati. Como El fascismo no fue una ideología, fue una práctica del poderEsta afirmación, breve y devastadora, me ha hecho pensar en cómo muchas veces confundimos las etiquetas con las realidades. Cuántas veces, en nuestra vida cotidiana, aceptamos discursos sin analizar las prácticas que los acompañan. ¿Qué queda de una idea cuando sus actos la contradicen? Otro ejemplo: La verdad ya no importaba, solo la fuerza de quien la proclamaba.

Al leerlo, no pude evitar mirar las redes sociales, la política actual, tan siglo XX, tan chata y tan bruta,  los debates públicos donde la verdad parece cada vez más relativa, maleable, y lo que prima es el tono, la agresividad, el volumen. ¿No estamos, acaso, repitiendo algunos de los errores del siglo XX, aunque disfrazados de modernidad? Quien tenga oídos para oír, que oiga. 

Pero si hay un acontecimiento medular en este libro es la pasión y muerte de Giacomo Matteotti, de quien recuerdo un dato baladí desde mi adolescencia lectora como es el del nombre de su perro, Trapani, que no aparece en Scurati. Saber ese dato sitúa a Matteotti en la autenticidad de una vida cotidiana, la de un hombre que tuvo un perro y amó y fue asesinado de la peor manera. 

De ahí que entre todas las páginas turbadoras del libro, hay una herida que nunca cicatriza del todo, el asesinato de Giacomo Matteotti. En su retrato de Benito Mussolini —ya consolidado como “el hombre de la providencia” en el imaginario fascista—, el autor revela un líder que no duda en sacrificar lo que sea necesario para mantener su dominio, incluso la vida de un opositor incómodo.

Sobre Matteotti, Scurati escribe: Matteotti muere dos veces: una, asesinado por el cuchillo; otra, cuando su memoria es sepultada por el silencio cómplice del país. Esta cita no te deja indiferente porque no solo habla de la violencia física, sino del crimen moral y colectivo que ocurre cuando una sociedad opta por mirar hacia otro lado. Mussolini no necesitó firmar la orden de ejecución: le bastó con crear el clima, soltar la jauría, y luego esperar en silencio. Y lo más escalofriante es que funcionó.



El asesinato de Matteotti fue un momento decisivo. Y también un momento de prueba para el régimen. Durante semanas, la prensa, la oposición y buena parte de la opinión pública exigieron justicia. Parecía que Mussolini caería. Pero no cayó. Porque entendió, como Scurati apunta con precisión quirúrgica, que El miedo y la indiferencia son los verdaderos pilares de todo poder autoritario.

La relación entre Mussolini y Matteotti no es simplemente la de un dictador y su víctima. Es el retrato de un sistema que permite que la violencia se vuelva útil, que la ética se subordine al cálculo político, y que el crimen se oculte bajo capas de retórica. Entonces, allí. Ahora, aquí. Quien tenga oídos...



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