miércoles, 27 de noviembre de 2019

Lecturas: Con mis propias palabras: Eva Perón (Introducción de Joseph A. Page)

Hay algo conmovedor y algo enojoso en este libro. Como sucede con la propia Eva, Santa Evita, la Yegua. Alguna vez he opinado aquí sobre ella. Sobre mi repulsa por el régimen que estableció su marido, esa negación de la democracia, ese despotismo ilustrado, ese manejo de las masas con la zanahoria y el palo, envuelto todo ello en una puesta en escena hipnótica. Parece que hablara del nazismo. No es casual. Recuerdo a mi tío-abuelo, exiliado en su Argentina local: "Vine huyendo de Franco y me encontré con Perón". Es ésta la parte enojosa, odiosa, de Perón, de su régimen, de su esposa y mártir. En este libro póstumo e incompleto (cuyo título real era "Mi mensaje"), dictado en su lecho de muerte por Eva Perón, es la habitual peroración, la soflama habitual de amor al pueblo y de Perón qué grande sos. Lo de siempre. Ese rencor de Eva, convertido en energía y en la auténtica "razón de su vida", hacia los oligarcas, hacia el capitalismo. La novedad aquí está en que añade a la Iglesia y al Ejército entre los destinatarios de su ira y su desprecio. Los mismos que terminarían derribando el régimen peronista en 1955 a través de la violencia (aunque los peronistas nunca reconocerán que aquel régimen mitificado también fue violento y tiránico).



Pero son palabras de Eva, a la que pese a todo respeto por su sacrificio, por su capacidad de entregarse a una causa que la utilizó para ganarse el corazón de los adeptos. Y el mío, tan antiperonista por herencia familiar y por convicción. De una Eva Perón que agoniza y dedica sus últimos meses a dictar estas páginas escasas y torpes. Pero, cuidado, son las palabras de una muchacha que se muere y que ansía pervivir en el fervor del pueblo peronista. Que nadie busque aquí sensatez o análisis fino. Eso es algo que queda fuera de la voluntad de Eva. El ángel y el demonio se encargaron en una misma persona, en un alma débil y atormentada, pero a la vez en una voluntad de hierro, en una médula que gloriosamente ardió, por usar el verso quevediano. Casi la mitad del libro se debe a Joseph A. Page, el autor de la considerada biografía canónica de Perón y un prodigio de ecuanimidad. El final de la introducción de Page, que respalda la debatida autenticidad de la autoría, coincide con mi opinión y la condensa:


Puede que el libro respalde incluso a aquellos de nosotros que vemos a Evita con ojos románticos, como una mujer pobre, inculta y voluble que se enzarzó en una valiente lucha contra las desigualdades de clase y sexo, que fue manipulada con mucha destreza por su marido, pero aun así representó un papel político que interpretó de forma memorable dentro de sus posibilidades y el espacio que le habían asignado.


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